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Taguada

Andrés Montero


Federico Ferroggiaro


Como bien sabemos, los relatos míticos surgen del espíritu de un pueblo, definen los rasgos atávicos de una cultura, intentan ofrecer a los hombres y las mujeres una explicación de los orígenes del universo, o de algún elemento de la naturaleza, o de cierta práctica ritual que se apoya o justifica en ese relato de circulación oral que, al pasar “de voz en voz” a lo largo de los años, se expone a las elipsis, las digresiones y los agregados que cada narrador le practica en su afán de otorgarle un sentido. Podemos conocer un mito o una leyenda, la versión que nos cuentan, la que llega hasta nosotros, remedo de una original, nacida en las brumas de la Historia. Pero el narrador de Taguada,que se identifica con el autor, no se conforma con rumores o fragmentos y se propone como objetivo lo siguiente: “Hace algunos años me pregunté si acaso era posible rastrear el trayecto vital de un relato. Hacerlo de nuevo, completo, caminando hacia su origen y con tiempo suficiente para detenerse cada tanto a observar las huellas que había dejado a su paso...”. Y con esta premisa se pone en marcha la escritura de un viaje a la semilla, asistir a la manifestación “del primer mito chileno”: la historia del contrapunto entre el mulato Taguada y don Javier de la Rosa.

De esta manera comienza la novela de Andrés Montero publicada en 2025 por la editorial La Pollera y que tuvo su primera edición en 2019. De la misma editorial y del mismo autor ya habíamos conocido (y celebrado) el libro de cuentos La muerte viene estilando y, en 2024, El año en que hablamos con el mar, que nos permitieron descubrir a un escritor que, emparentado con la corriente o tradición de lo real-maravilloso de la literatura latinoamericana, seduce con su imaginación narrativa, la variedad y vitalidad de sus personajes y la versatilidad de su prosa. Así se inicia, entonces: con un narrador que en pleno siglo XXI, por curiosidad y a falta de otros intereses bien vistos por la sociedad, se vuelca a buscar todo lo que se había escrito de “una historia que iba y venía por mi vida sin que tuviera, en realidad, nada que ver conmigo”.

Para reconstruir las raíces de la historia, el viaje al pasado hilvana los testimonios de los circunstanciales partícipes (directos e indirectos) de la supervivencia de aquella leyenda o mito que, gracias al efímero interés de cada uno de ellos, se ha conservado hasta el momento en el cual el narrador se empeña en exhumar y darle una forma definitiva, estable, al relato de la extensa payada entre el mulato y el hombre blanco, el “jutre” o “futre” en el decir popular chileno. Cada uno de estos diálogos, devenidos por obra de la escritura en monólogos, ponen en escena voces diferentes que, mientras se aprestan a sumar una pista, un difuso indicio, una seña reveladora, esbozan pasajes de la Historia de Chile –desde los años de la Reforma Agraria hasta la llamada Guerra del Pacífico (1879-1884) y más atrás–, recuperan los nombres de los poetas y “pueta”, de los escritores del país: Nicanor y Violeta Parra, el payador Gaspar Zepeda, el dramaturgo Antonio Acevedo Hernández, Nicasio García, entre otros, algunos de ellos implicados o interesados en la historia, y describen la desigualdad social, la explotación y los abusos que comenten los terratenientes, fuertemente ligados a la política nacional, y la vida miserable de los trabajadores rurales.   

Son esas voces, señaladas con su nombre, fecha y locación, pero también singularizadas por sus inflexiones, por su léxico más o menos atravesado por expresiones regionales, por su tono aristocrático o popular, las que despliegan ante el narrador, que se esconde silencioso en los parlamentos omitidos, las peripecias y cambios que experimentó en su transmisión a lo largo del tiempo y la geografía de Chile el relato de la payada entre el pobre y el rico. Porque cada versión que se añade en ese camino hacia atrás, en retrospectiva, modifica y reformula al anterior, a veces en los detalles, pero otras incorporándole significados que proyectan su contenido como un símbolo de la eterna lucha de clases.

Tanto al abrir el libro como diseminados en las páginas, destellos de poesía, afloran los versos, las estrofas que posiblemente se recitaron en el mítico duelo, según la memoria o la invención de los poetas que las dieron a la imprenta. Aunque se trata de cuartetas y la rima es diferente, al lector argentino le resonará la sextina hernandiana y recordará, por las similitudes evidentes, al menos la célebre payada entre Martín Fierro y el moreno. No porque se trate de octosílabos, sino más bien porque en ellos se condensa la sabiduría primitiva y las ráfagas de astucia para improvisar respuestas a preguntas taimadas.

Para el regreso, cuando el narrador inicia la vuelta al presente, los payadores Taguada y don Javier adquieren un contorno definido, una personalidad; se rodean cada uno de una historia compleja, enrevesada y rica en matices, que se entrecruzan con otras leyendas o relatos orales en los que no faltan supuestas brujas, intervenciones del demonio y prodigios inexplicables.  

Una vez más, como en sus libros anteriores, en esta “novela” calidoscópica y polifónica, la prosa vigorosa y seductora de Andrés Montero reafirma su virtuosismo, su capacidad de reproducir verosímilmente las diversas formas de habla y de jugar explorando y explotando la potencialidad de los núcleos narrativos. En esta ocasión, desplegando el sugestivo mito del duelo poético entre el mulato Taguada y el patrón don Javier de la Rosa.

30 de julio, 2025

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Taguada
Andrés Montero
La pollera, 2025
222 págs.


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