Publicado por la Universidad Diego Portales, en julio del año pasado vio la luz el último libro de Mariana Enríquez, autora de la monumental y celebrada novela Nuestra parte de noche. Se trata de El otro lado ─que reviste, con sus 700 páginas, otra clase de monumentalidad─: un vasto conjunto de textos de no ficción que trazan los intereses periodístico-culturales de Enríquez; intereses, claro, no muy distantes de sus pasiones literarias. Los perfiles, crónicas, reseñas y textos personales que lo integran (o, en palabras de Leila Guerriero, encargada de la edición, los “retratos, fetichismos y confesiones”) configuran un otro lado ─menos reconocido, a veces doloroso, íntimo con las sombras─ de los objetos sobre los que se posa. Por caso: detenerse en “el otro” Robert de Niro, no el célebre actor, sino en su padre pintor, Robert de Niro Sr., con el que comparte el nombre; o aproximarse a Silvia Plath de un modo en que poco tiene que ver con el mito trágico que la ha rodeado históricamente, reduciéndola a una simple víctima; o insistir en su devoción por Nick Cave (“uno de los autores más desestimados de la escena actual”), porque ingresa en la madurez no como un señor culto, respetable, sino como un “viejo loco”, capaz de mantener vivo el fuego de su creatividad.
No importa el estatus de sus entrevistados, no importa el prestigio (o desprestigio) que recubra a sus retratados, no importa su condición de celebrity: bajo la mirada de Enríquez ─que se demora en la herida, la diferencia, o el límite─, todos, absolutamente todos, estamos un poco rotos.
En tus textos hay, por lo general, una aproximación algo lateral, descentrada, de fenómenos o personajes “clásicos” o, directamente, de gente que no ha sido encandilada por el prestigio o la hipercelebridad. ¿Hay un otro lado de la lectura?
Antes que una aproximación descentrada yo diría que es mi mirada sobre esos personajes. Por ejemplo, los Rolling Stones. Además de que me gustan muchísimo, me gusta mucho su leyenda. Hay una época en particular que me interesa que es los fines de los '60 y principios de los '70. En esa época ellos tenían cierta fascinación por el ocultismo, como la tengo yo, los discos que hicieron en esa época me parecen particularmente buenos, ese es el momento en que además se produce un cambio muy importante en la banda, porque muere Brian Jones. Es un momento muy importante en términos mundiales, en el que hay un cambio en el hippismo, en la idea de que la juventud puede cambiar el mundo para bien. Se empezaba a notar que no era así. Y ellos representaban muy bien ese lado oscuro. Entonces es una mirada respecto de lo que a mí me interesa. Y creo que la mayoría de los personajes de El otro lado son muy famosos porque me interesan los fenómenos pop; es cierto que hay algunos rescates, de todos modos son rescates para acá, es decir para Argentina. No es otro lado de la lectura, es más bien la conjunción de mis intereses particulares con ciertos artistas que me gustan.
Hablando de tus intereses, esto se condice con tu concepción de periodista cultural como alguien que, antes que juzgar o describir de modo “objetivo”, habla desde un lugar de fascinación, ¿no? Casi desde el lugar de fan.
Sí, un poco es eso. A mi me parece que suele confundirse crítica con ironía, con distancia irónica. Te diría que es hasta machista: esquivar lo sentimental, la aversión al melodrama y a la expresión de lo sentimental como si el periodista cultural no se pudiera dejar fascinar o conmover o lo que sea, con algo. La pretensión de objetividad en el periodismo es muy discutible, en realidad en todos los ámbitos. Pero en la apreciación de un fenómeno (que tampoco es la crítica porque estamos hablando de periodismo, no de crítica literaria o de una aproximación más académica) le contás al público eso que a vos te pasa con una determinada cuestión. A mi me parece que si eso que te pasa es muy intenso o muy entusiasta (“mirá qué bueno que está esto, mirá que interesante esto otro”), bueno, creo que es la mejor emoción que podés transmitir. De la misma manera también me parece que, al contrario, cuando algo te enfurece o te parece que no está bueno (aunque yo no hago eso, no es mi onda, no es mi estilo, aunque igual me gusta) y hacés una crítica muy desde el desagrado y con cierto sentido del humor...me parece que también está bueno.
Pero no es tu estilo...
No, porque en general cuando yo me enfurezco soy muy destructiva y no puedo encontrarle la vuelta a hacerlo desde un lugar más relajado. Pero también me parece que está bueno. Veo al crítico como alguien más cercano a la persona que va ir a ver eso de lo que hablás. Pensar que una persona que tiene como trabajo escuchar discos y que tiene un criterio porque lo ha hecho mucho y a lo mejor leyó y estudió está muy bien; pero pensar que eso implica una distancia sideral respecto del público que va a ver esas cosas, que ese lugar es un lugar superior o sacralizado, bueno, señores, bajemos un poco el copete. No estás tan lejos de la gente. En algún sentido me parece importante la cercanía. Después, sí, tenés tipos que saben muchísimo y que tienen la generosa facilidad de bajar eso y ser capaces de transmitirlo incluso desde un grado académico a personas que no tienen esa misma formación (en la que me incluyo). Me parece que decirle a la gente: “Mirá, esto es interesante y tenés que prestarle atención por tales motivos”, es una aproximación que yo agradezco mucho. Las primeras notas que me impresionaron en serio fueron notas en ese sentido.
¿Recordás alguna en particular?
Sí, una nota, creo que era de Alfredo Rosso, no me puedo acordar si era en la revista Rock and Pop o en Cerdos y Peces (te hablo de cuando era muy chica, tal vez tendría doce años), Rosso hablaba de The birthday party, una banda que yo nunca había escuchado en mi vida, y lo hacía con una onda, con un entusiasmo, te citaba letras, te contaba sobre Australia, te contaba cómo estos tipos que tocaban en esta banda eran descendientes de presidiarios australianos (con el tiempo supe que no era tan así, pero eso no importa), la mitología que él armaba. Te contaba que los tipos se habían ido a Londres, y ahí todos pensaban que eran unos locos degenerados y que ellos odiaban la escena del momento por caretas. Yo me acuerdo que leí esa nota y podía sentir que el tipo me estaba diciendo: “Esta banda es una bomba”, y yo decidí en ese momento que esa banda me gustaba sin haberla escuchado. Poco después me compré, creo, Prayers on Fire [el segundo disco de la banda, de 1981]. Y por “poco después” quiero decir bastante tiempo, porque en esa época era difícil conseguir ese tipo de cosas, tal vez un año después. Y me encantó, pero también porque Rosso en esa nota me había transmitido lo ruidoso que era la banda, lo salvaje que era, lo poco convencional que era. Yo ya tenía una idea de lo que me iba a encontrar y ya había encontrado esa cosa en común, había dicho: “esto es para mí”. Ese tipo de periodismo, que yo leía cuando era muy chica, es el tipo de periodismo que a mí siempre me interesó. Estoy hablando de crítica cultural, no de periodismo en general.
Hablás de Rosso y de Cerdos y peces. En “No fue mejor” [un texto que escribe en contra de la nostalgia por los años adolescentes a fines de los 80] asegurás que “Dos personas/eventos me salvaron la vida: Springsteen en Amnisty y Cerdos y peces”. La revista te impactó mucho, ¿verdad?
Muchísimo, porque Cerdos y peces era la revista que leías secretamente. Hay que situarse un poco en ese mundo, de fines de los 80. Estaba la idea del Buenos Aires under, pero yo vivía en La Plata, me mudé a Capital de grande, te diría que en el 2002, 2003. Y todo era muy careta, súper careta. Había algo como una contracultura juvenil, para decirlo anacrónicamente, en partes que no eran la Capital, que se nutría de lo que llegaba, de lo que podía agarrar. Y una de las cosas que llegaban era Cerdos y peces, que era increíblemente zarpada para la época. Yo me acuerdo de notas del tipo “Los secretos del culo”, explicándote cómo hacer sexo anal y limpiarse el culo. Cosas que no lees ahora. Te enseñaban cómo hacerte un pico para drogarte. Era como una cosa muy insurrecta. Yo no sé cuánto a esa edad percibía de chiste de Cerdos y peces, si captaba la intención provocadora de “este sitio inmundo” [como solía denominarse a la revista]. Creo que eso era lo que más me impactaba. La actitud. Yo decía: “Wow, qué zarpados”. Pero, a lo mejor, lo que más me influenciaba eran las notas sobre poetas y músicos. Tenía esa dualidad y una cosa medio degenerada. En ese momento era como un secreto, casi como leer porno, el porno cromado. Había algo autodestructivo en eso, que, creo, también tenía que ver con la época. Estoy hablando del fin del alfonsinismo. Había una cosa muy de no futuro. Todos los que eran más o menos jóvenes lo percibían. Y existía esta búsqueda de emociones intensas que tenía que ver con eso, ¿no?, con vivir rápido y lo más intensamente posible porque estás viviendo en un lugar que se está yendo a la mierda. Así que sí, la revista fue muy influyente. Ahora ha salido un número solo, un número especial [la edición homenaje, de 152 páginas, publicada en febrero]. Me pidieron un artículo que hice con mucho gusto. Aunque me parece que ese espíritu es totalmente irrecuperable; en todo caso, sería un espíritu de época muy difícil de trasladar.
Ilustración de Tikso
Es interesante ver cómo el material y tus intereses de no ficción se conectan con tu ficción. ¿La no ficción sería el otro lado de la ficción? ¿Qué vínculos ves entre ellas?
Lo que pasa es que para mí no hay un corte tan tajante entre ficción y no ficción. Los hechos reales se pueden manipular de tal manera que pueden convertirse en ficción. Y me parece que ciertos personajes “reales” (entre comillas, porque uno no los conoce) se pueden manipular de tal manera que los terminás convirtiendo en personajes. Por esto no veo una cuestión tan tajante ahí. Donde sí la veo es entre literatura y periodismo, que son dos cosas diferentes. El periodismo se maneja con datos, es un servicio público, está pensado para que el público se informe, tiene que tratar de ser lo más veraz posible. Te diría que pertenece a otro universo de sentido. Vos lo que tenés ahí es responsabilidad de informar a otro; tiene mucha influencia y poder. En cambio la literatura es un espacio de irresponsabilidad, que no tiene tanto que ver con informar sino con pensar, y con imaginar, y con disfrutar. Estos son, para mí, los dos universos que están muy diferenciados: el periodismo y la literatura. Entre la ficción y la no ficción hay montones de híbridos y de comunicaciones.
¿Cómo fue la experiencia de trabajar con Leila Guerriero como editora?
Muy buena. Tengo una muy buena relación con ella. Diría que es mi amiga aunque a lo mejor no tenemos una relación de gran intimidad, pero tenemos mucho respeto la una por la otra, también mucha complicidad, y trabajamos muy bien. Yo me dejo editar mucho y a ella le gusta mucho editar, y creo que todo lo hace con la clara intención de que el texto del otro sea mejor. Claro que una puede estar de acuerdo o no con sus sugerencias, pero también una está abierta a escucharla sobre todo cuando tiene una convicción muy fuerte. Además nos divertimos, hablamos mucho, y mucho de otras cosas. Es una relación, creo, muy cercana.
¿Fue ella quien tomó la decisión de estructurar el libro con los textos personales de “Mi mundo privado”?
Sí, ella tomó todas las decisiones de edición del libro. Yo lo único que hice fue sacar dos textos que no me gustaban como estaban escritos, y agregarle algún que otro que me parecía que estaba bien para completar el universo. No recuerdo bien ahora, creo que era el de un personaje que me parecía que tenía que estar, aunque no fuese un texto maravilloso. Pero todas las decisiones, por ejemplo qué textos, en qué orden, etc., las tomó ella. También tomó la decisión de que no entrara ninguno de mis textos híbridos; todos serían textos periodísticos. Hay crónicas en primera persona que tienen un tono y un narrador cercano a un narrador de ficción, que tiene humor, hay en él una búsqueda, pero que lo que cuenta son cuestiones que pasaron en el plano de lo real, por decirlo así, y contadas de una determinada manera. Pero con algunos de los textos híbridos que tengo, que son muchos, donde mezclo cosas literarias con cosas reales, ella decidió dejarlos afuera, porque este es un libro de textos periodísticos.
Hay artículos que se remontan hasta el 2008 ¿Cómo fue la experiencia de releerte en textos tan lejanos?
A mí, en general, no me gusta releerme. Sólo lo hago cuando me piden por ejemplo leer un texto para un evento o alguna cosa por el estilo. Y eso, hablando de literatura. En periodismo ni hablar que no. Para mi el periodismo es un oficio del presente y del momento, que sí tiene un valor histórico en el sentido de que puede mostrar cómo pensabas en ese momento, cómo te influenciaban las cosas. Sobre todo cuando hacés como yo mucho perfil de personajes y ves cómo vas cambiando de opinión. Pasa esto de decir: “Puta, esto ya no lo pienso más, y tal”, pero nunca me parece un ejercicio releerme. Me parece que los textos del pasado le pertenecen a esa persona que vos fuiste en el pasado y que no siempre es la persona que sos ahora, salvo en algunas cosas. Traté de hacerlo de una manera profesional, viendo qué errores podía encontrar, tocando lo menos posible (los textos están muy poco tocados, porque además la mayoría de los textos se han publicado en medios con mucha edición, entonces no había mucho que tocar). Por supuesto que algunas opiniones, hoy, las cambiaría, pero como todo texto que uno escribió, le pertenece a esa persona que estaba opinando en ese momento y que después puede pensar distinto. Yo no me releo. No me preocupa mucho. Tengo una relación más bien liviana con los textos del pasado: le pertenecen al pasado y ya, no me obsesiona eso. No me obsesiono ni con mis textos ni conmigo misma ni con lo que pensaba. No entiendo mucho esa arqueología que hacen algunos escritores. A mi me parece una cosa muy distante.
“Cuando ya me empiece a quedar solo” es la crónica que escribiste en 2008 sobre tu visita a la casa de un Charly García radicalizado, durante el conflicto por el disco Kill Gil.
¿Qué recordás, hoy, de aquel encuentro?
El encuentro con Charly fue una locura. Me llamaron de Rolling Stone para hacer ese perfil porque justamente yo no soy fan de Charly. No me gusta su música. Lo que es interesante de ese perfil es que a mí sigue sin gustarme su música. Pero fue muy interesante estar con él, escucharlo pensar, escucharlo hablar de música, escuchar su frustración, ver su gran conflicto en ese momento, que era estar atrapado en un cambio de paradigma que no llegaba a entender, un conflicto, por otra parte, muy válido, contemporáneo y muy relevante. Él se volvía loco onda “¿qué pasa, cualquiera que escribe algo lo sube a la red y es una novela? ¿Cualquiera que escribe una canción la sube y hace un disco? ¿Y quién dice que el disco es bueno?”. Pensaba desde su etapa juvenil. En su época, decía, había un editor, un gatekeeper, un tipo que decía “esto está bien, esto está mal”, que tenía un gusto, un criterio. Un curador. Y creo que el tema de la curaduría ante la multitud de cosas que recibimos es un tema. Y es un tema bastante profundo: ¿quién elige? ¿está bien dejar de elegir? ¿Es más democrático o más caótico? Me parece que él estaba en un conflicto profundo, no en uno trivial. Era una crisis (por supuesto era también una crisis tóxica, personal, etc.) que tenía que ver con la sintonía, con lo que estaba pasando a su alrededor y con él como artista. Entonces yo salí de esa entrevista, de alguna manera, con un nuevo respeto, aunque no lo pueda escuchar ni me cope. El encuentro fue muy virulento porque él estaba sacado, como te decía, en un momento de crisis, y estar con una persona en un momento de crisis no es fácil. Por momentos estaba muy agresivo y odioso, por momentos tenía ganas de hablar y te diría que era súper amable y generoso con lo que contaba. En fin, una mezcla. Una mezcla marcada por la tensión del momento, de estar con una persona que está en una crisis. Creo que estuvo bueno que me mandaran a mí porque todo lo que ocurría no se mezclaba con ningún fanatismo. En todo caso yo estaba entrevistando a una celebridad argentina que sé que tiene mucha importancia histórica, si querés, y que tiene un gran peso valorativo para un montón de gente pero que en mi vida personal no tiene demasiada influencia, por citarlo. Fue posible, entonces, por eso mismo.
“La muerte no es el fin” es el título de un texto muy sentido por la muerte de Maradona que no está en El otro lado. “Diego sabía, en vida, que viviría después de la muerte y eso es demente y es inimaginable e incompatible con lo que entendemos como cotidiano”. ¿Veías un costado vampiresco en Diego?
No lo digo en el sentido vampiresco, más bien en el sentido divino. Desde los dioses griegos hasta los mitos más recientes de dioses en la Tierra: gente que tiene conciencia de su trascendencia. Y eso es una cosa muy pero muy particular y que muy poca gente tiene. Muy poca gente llega a tener la completa seguridad de que va a tener una vida después de la muerte, de que se va a tener un recuerdo de él. Una certeza. Y yo supongo que debe ser muy difícil lidiar con eso porque es una excepcionalidad, y como todas las excepcionalidades, son incomprensible para la mayoría de la gente. Y por eso es muy difícil de juzgar. Pero tiene que ver con lo divino, no con lo vampírico.
Hablando del “otro lado”... No sólo te interesa reconsiderar la construcción de la figura de Silvia Plath como una mera víctima; también repensar a “la otra” mujer cristalizada en su historia: Assia Wevil, la estigmatizada como la villana responsable de la ruptura con su marido, el poeta Ted Hughes...
Sí, hay un libro muy interesante que se llama La mujer en silencio [Gedisa, 2003], de la periodista Janet Malcom. Ella escribe desde un punto de vista crítico respecto de la posición de Silvia Plath como una víctima y trata de entender un poco más la situación. A mí, en general, la reducción de cualquier persona a una sola característica no me gusta: congelar a Silvia en ese lugar es, como mínimo, disminuirla como poeta (más allá de que haya sido víctima de un montón de cosas, y no víctima de otras). En otro punto también hay algo que me parece bastante grave que es, de alguna manera, ningunear su enfermedad mental. Ella tenía una depresión muy grave, de hecho había tenido un intento de suicidio anterior; tal vez la separación de su esposo fue el disparador pero pensar que ella se mata porque se separó es, me parece, no tomarse en serio su depresión, su enfermedad mental. La depresión, y la idealización suicida, es una enfermedad que termina en la muerte. Y atribuir todo esto solo a la separación con Ted Hughes me parece, por un lado, ponerla a ella en un lugar horrible, como de mujer que no podía reconstruirse, y, luego, ningunear su enfermedad mental. ¿Quién sabe si no hubiera habido otra circunstancia que hubiera disparado su crisis depresiva? Me interesa mucho más pensarla en ese sentido y no en relación al hombre.
¿Y Assia Wevil?
Bueno, ella también era una mujer muy compleja y sofisticada y, de alguna manera, una mujer que tuvo que competir con un fantasma. Y eso te lleva a una crisis. Por supuesto, te das cuenta de que la performance de su suicidio (ella se mata y mata a la hija que tiene con Ted Hughes, o sea que va un paso más allá que Silvia, que no mató a sus hijos) es una tragedia. Una tormenta arrasó la vida de estas mujeres. Y la presencia de este tipo onda Heatcliff [el personaje de Cumbres borrascosas], de este hombre, también habla de eso, ¿no?, de la romantización del hombre genio, de un momento bisagra en la vida de las mujeres, en una época en la que oscilaban entre poder tener sus carreras (de hecho las dos eran mujeres talentosas y exitosas), y la presión social de ser madres y esposas. Si no podían tener todo eso, la frustración era grande. Me interesaba entonces más este ángulo. Y confieso también que Ted Hughes me parece un gran poeta.
Sostenés que la escritura de Bajar es lo peor se debió a una necesidad imperiosa, física, de escribir tus obsesiones. No tenías intenciones de ser escritora. “Me daba igual que me leyeran. Había escrito para mí”. Hoy en día, ¿sigue siendo igual? ¿No se escribe, luego del reconocimiento, bajo cierta vigilancia o expectativa?
Es cierto que Bajar es lo peor fue un libro escrito para mí, sin intenciones de publicar. Entre otras cosas porque yo no conocía a nadie y, por eso, no tenía ninguna posibilidad de publicarlo. De hecho la persona que me termina llevando a la editorial es Gabriela Cerruti, la hermana de mi mejor amiga que, para mí, era sólo eso, la hermana de mi mejor amiga. Yo sabía que trabaja en un diario, sí, pero ella no vivía con su hermana. No pensaba que Gabriela pudiera tener la influencia para llevar ese libro a la editorial. No sabía en qué medio se movía, aunque supiera, sí, que era periodista, pero de hasta donde se extendían sus contactos, no tenía idea. Entre otras cosas, porque Gabriela no vivía con su familia. Y con mi amiga, Andrea, no hablábamos de su hermana Gabriela porque teníamos nuestras vidas de adolescentes.
¿Y la escritura en el presente?
Ahora... por supuesto que es diferente. Pero por muchos motivos, no sólo por el reconocimiento. Y vigilancia yo no siento. Sí un poco de expectativa, quizá. Y es inevitable, es una cuestión absolutamente normal. ¿Cómo lidiar con eso? No es sencillo, lo que pasa es que yo tengo mi mundo, mis gustos, mis obsesiones, que pueden ser transformadas y releídas de muchísimas maneras, entonces medio que no puedo salir mucho de ahí, con lo cual las expectativas se terminan en mis propias limitaciones. Pero vigilancia no siento, todavía puedo disfrutar de la escritura.
En uno de los textos personales mencionás una anécdota de experiencia de lectura: la de tu reacción física ante una frase terrible de Cementerio de animales. Tuviste que arrojar lejos el libro. ¿Qué otro libro o autor/a te ha producido una reacción semejante?
Ciudadano de la llanura, de Corman Mccarthy. Es el último de los libros de su trilogía de la frontera, que se completa con Todos los hermosos caballos y En la frontera. Es el peor de los tres libros, pero yo me fasciné con uno de los personajes. Estaba terminando el libro y le pasa algo muy injusto a ese personaje; estaba viajando en colectivo y me puse a llorar. Tuve que bajarme porque me dio mucha vergüenza, la gente me miraba como diciendo: “¿Qué le pasa a esta estúpida?”. Insisto: ese libro no es un gran libro, fue algo inesperado esa reacción emocional. A veces no son los libros más obvios que te causan algo así.
¿Tenés otro en mente?
Pienso en otro libro que me produjo un miedo inquietante, un miedo también de no poder dormir, una reacción supersticiosa...andá a saber el resorte que te termina tocando, ¿no? Me refiero a algunos cuentos del escritor Robert Aickman, que, en algún sentido, es imposible de describir; su lectura me produjo como un corte en la realidad, que me hizo desconfiar de las cosas. Había algo ahí que me dio un miedo particular. Pero no es un texto solo sino varios. El que se llama “Campanadas” tiene una escena en la que hay una irrupción de muertos, no zombies, muertos en una casa...me sentí sucia [risas]. Me quedó una sensación rara, de la que me costó desprenderme físicamente. Es algo que a mí me pasa poco. También hay una novela de Edward St. Aubyn, un escritor inglés que tiene un libro que contiene cinco novelas, las llamadas novelas de Patrick Melrose. Son autobiográficas, van desde su infancia, como un niño abusado, hasta el hombre casado que lidia con su madre enferma. Pero en particular el segundo libro [Malas noticias, 1992], que trata de su experiencia con las drogas, me descompuso físicamente. Hay descripciones muy vívidas del efecto de las drogas. No me había pasado con nadie, con ninguno de los “famosos” de las drogas, ni con Burroughs ni Bret Easton Ellis... nombro muchos anglosajones porque tal vez sea lo que más leo. Lo cierto es que este segundo libro me pareció lo más cercano a una experiencia real de droga.
Manuscrito de Bajar es lo peor. Imagen cedida por la autora
Si El otro lado fuera un libro de otra autora, luego de su lectura, ¿qué dirías sobre él?
No tengo la menor idea qué diría si fuera el libro de otra autora porque no puedo pensar en esos términos, no puedo verme desde afuera. Tampoco creo tener en el narcisismo suficiente para pensarlo en ese sentido [risas]. En principio, un libro de recopilación de textos de no ficción de un autor, salvo que sea Bruce Chatwin o, no sé, Borges, no me interesa mucho.
Por último, ¿cómo viviste la polémica que se suscitó en parte del campo artístico por la decisión del FNA de armar, debido a las condiciones del año pandémico, un único concurso de Letras?
No la pasé bien porque me putearon mucho [risas]. Creo que está bueno dar el debate sobre cómo debe ser un concurso, pero a mi me parece que una institución tiene derecho a plantear un concurso que tenga cierta diferencia o características especiales de acuerdo a la situación financiera que esté viviendo en ese momento. En ese momento tenías mucha gente que trabajaba en la institución que también estaba trabajando para las becas que se estaban dando (fueron muchas becas, mucha gente que las había solicitado porque había necesidad de guita). Había mucha gente dedicada a eso; entonces, pedirles que armen, simultáneamente, un concurso grande eran exigirles que trabajaran el triple... Pero bueno, creo que una institución tiene derecho a proponer un concurso que se vaya un poco de lo programado debido a las circunstancias. Creo igual que está bien que se dé el debate en torno a los géneros, pero sinceramente cuestionarlos me parece un debate anticuado y también un poco snob. Pero sí, no está bueno que te puteen, que te bardeen, que te digan que sos un desastre o que no sabés lo que estás haciendo sólo porque hiciste una propuesta diferente de concurso.
¿Y el concurso de este año?
Acaba de terminar la inscripción del concurso “normal” y hay récord de gente inscripta. La polémica para mí ya está un poco en el pasado. Pero no fue un episodio grato. Creo que no merecía tanta virulencia. Hubo un momento en el que un grupo de gente le mandó una carta al ministro de cultura para pedir que se vuelva al concurso anterior. Yo como parte del campo de la cultura si no estoy de acuerdo con la propuesta de un concurso planteo un debate público, o lo que sea, pero no pediría un cambio. Hay muchas cosas que para mí no están escritas en piedra y que, me parece, merecen un refresh; porque además, te lo digo en serio, jamás existió la idea de que el concurso tradicional no existiera más, sino más bien mecharle algún concurso fuera del programa, como para que sea más dinámico, y además para que algunos géneros que suelen quedar afuera, estén. Mientras yo trabaje en el Fondo va estar permanentemente novela gráfica, porque me parece que es fundamental que esté. El concurso tradicional hay que hacerlo, pero también hay que hacer algunos concursos fuera de programa, específicos, y con jurados específicos que sepan de eso. Me parece que está bueno hacer uno de literatura infantil con un jurado que sepa y que haya leído literatura infantil, porque no es lo mismo. También ahí hay algo sobre lo que se puede debatir: hay campos separados, no es lo mismo. Por ejemplo, yo no puedo ser jurado de ensayo filosófico; puede haber un montón de gente que escribe ficción pero que no puede ser jurado de un concurso de ciencia ficción porque no ha leído ciencia ficción y, por ejemplo, no va distinguir plagios, por decirte algo. En fin, la intención era un poco introducir variantes, y es un poco frustrante que la reacción ante la introducción de variantes sea tan virulenta. Pero bueno, yo también estoy ahí en un lugar de poder, y lo acepté y me lo banco, tampoco era que sufría y lloraba por los rincones, pero obviamente no la pasás bien.
24 de marzo, 2021
El otro lado. Retratos, fetichismos, confesiones
Mariana Enríquez
Edición de Leila Guerriero
Ediciones Universidad Diego Portales, 2020
704 págs.