En el entierro de su madre, sin lápida ni ataúd ─privilegios del capital─, una niña del conurbano, ensimismada en su impotencia, toma, como si se llevara con él un pedazo de su progenitora, un puñado de tierra y lo traga. La tierra provoca su primera y fantástica visión, trágicamente personal, y le revela la causa de la muerte materna, el primero de los femicidios: la golpiza del padre. El rumor oracular comienza a circular por el barrio y la niña, convertida poco a poco en pitonisa conurbana, es requerida y solicitada por familiares o allegados de desaparecidos y desparecidas. Sobre todo de desaparecidas, víctimas de femicidios. Los parientes de las víctimas, impotentes ante el ninguneo, la incompetencia o la complicidad del Estado, acuden a ella por información y esperanza.
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Dolores Reyes (Buenos Aires, 1978), militante de izquierda, feminista, maestra, madre de siete, estudiante de Letras Clásicas, ha sabido articular en su novela Cometierra (Sigilo, 2019) el flagelo del femicidio a través de una de las voces más singulares (y exitosas) de la narrativa independiente del año pasado.
Según cuenta la propia autora, Cometierra fue "apareciendo" al escuchar la lectura de un texto de Marcelo Carnero, compañero en el taller de Selva Almada. Ojos entrecerrados y concentración plena en las imágenes de la narración predisponen el surgimiento de Cometierra, que se muestra a Reyes por primera vez de espaldas, llevándose las manos llenas de tierra a la boca. "Después de eso ─prosigue la autora─ fue seguirla, describirla, ver en dónde estaba, ver su entorno". Algo semejante ocurre con las propias visiones de Cometierra, a la que le advienen las figuras de las víctimas, singularmente iluminadas, sinécdoques de los victimarios y escenarios.
¿Encontrás alguna clase de relación entre tu proceso creativo y las visiones del personaje?
Sí, hay analogías, porque en principio siempre traté de ponerme en el cuerpo de ella para ver qué era lo que estaba viendo y lo que estaba sintiendo al momento de tener esas visiones. Entonces, sí, hay coincidencias. Además porque esas partes son súper visuales y ahí también hay una intencionalidad. Siempre intenté pensar desde su perspectiva, para ver qué veía, qué pensaba, qué sentía, qué podía hacer y qué no podía hacer. Tenía una necesidad de ponerme en primera persona para construir una voz desde ahí, desde el cuerpo de Cometierra.
Ya sea por deseo propio o por desconocimiento en el cuidado del cuerpo, el embarazo adolescente tanto en jóvenes de las culturas populares o de clase media es habitual. Sin embargo, el caso de Cometierra es bien distinto: en su panza hay tierra, no un cuerpo por nacer; las huellas fantásticas de un cuerpo desaparecido. Así, sobre ella, repercute no sólo el sufrimiento de las mujeres asesinadas sino también el trauma colectivo originado por las atrocidades de la última dictadura cívico-militar, y, más atrás aún, por las vejaciones a la tierra ─al continente americano─ y a las culturas precolombinas perpetradas por los conquistadores. Simultáneamente ─y como si el martirio anterior no bastara─ Cometierra es una chica con deseos y angustias personales, que sufre bullyng en el colegio, que se desvive por los chocolates y las golosinas y se pone nerviosa ante la presencia del chico que le gusta.
¿Cómo se construye un personaje con semejante densidad, una voz tan particular en la que laten tanto conflictos atávicos, políticos como personales?
La construcción de los personajes y sus voces, me parece, es todo en esta novela. Yo estoy mucho en contacto con chicos y adolescentes de esas edades ya sea por mis hijos o mis alumnos. Me paso y me he pasado toda mi vida ─25 años por lo menos─, en contacto con ellos; de ahí salen todas esas anécdotas e historias, todas esas formas de sentir, de relacionarse. Incluso todas sus formas de querer a los demás, porque Cometierra, el Walter y Miseria son personajes que si bien pierden a sus padres y terminan también abandonados por su tía, te diría que son abandonados por el conjunto de la sociedad. Están a la deriva. Ellos quieren formar vínculos. Está la hermandad de los hermanos y las de los amigos, esos seres que se eligen. Eso lo veo mucho en los pibes con los que estoy, lo veo con los amigos de mis hijos, en los alumnos, alumnas y ex alumnas. Veo cómo van formando sus núcleos de pertenencia. La densidad comienza por ahí.
Una idea tradicional respecto del héroe o heroína de la tragedia antigua remite a que su conflicto de base reside en su imposibilidad de alterar su destino preconcebido. Su voluntad e inteligencia pretenden marcar un camino autónomo, pero tarde o temprano el destino se materializa con su brutal e ineluctable peso. El don de Cometierra es la cruz sobrenatural que debe cargar, un poder que no ha elegido, que puede ser de utilidad para otros pero que la hunde aún más en una soledad insondable, sin fin.
¿Creés que Cometierra tiene algo de trágico en ese sentido?
Sí, creo que en un punto tiene un destino trágico, como lo marcás. Sobre todo hay una relación con el rol de la Adivina en esas culturas. En la Tragedia, por ejemplo, es central. También pienso en Casandra, que tiene su contrapartida de maldición. Ella tiene visiones que son reales, que se van a materializar, y a la vez está maldita. Nadie va a creer esas visiones, ni siquiera cuando puedan predecir su propia muerte. Cometierra, antes que escapar, se hace cargo del camino que tiene que andar, de lo que tradicionalmente sería, sí, un destino trágico.
Lejos de detenerse en las escenas de tortura, violación y femicidio, la novela reposa en la sufrida cotidianidad de Cometierra. Sus visiones y sueños dejan sólo alguna que otra imagen sugerente de la violencia y en todo caso, quien verdaderamente padece de los raptos, es la mente, el cuerpo y la infancia de la protagonista. Atosigada de responsabilidades, se convierte en adulta, en ama de casa para su hermano el Walter, en la vidente-mártir de la comunidad. Un costado paradójico del personaje se funda en que la ayuda que puede brindar la aísla y la distancia del resto, casi irremediablemente. De hecho, el apodo por el cual la conocemos ─Cometierra─ es dado por otros, una designación social que omite el nombre propio, que la niña parece haber perdido desde la muerte de su madre.
Ilustración de Juan Carlos Comperatore
¿Qué se juega en la asunción de un nombre que se impone desde afuera?
Yo creo que la asunción de ese nombre es fundamental en la novela. De alguna forma ella es, obviamente, la que está comiendo tierra, primero, en frente de toda la comunidad, y, segundo, frente a quien lo necesite o la vaya a buscar. Y come tierra de manos o botellas de gente que a su vez es buscadora. No son cualquier persona, son los buscadores, los que se quedaron aferrados a ese ser querido que falta; son los que la van a buscar a ella cuando ya han agotado todas las instancias y no hay ya nada que hacer del lado luminoso de la vida. Muchas veces me lo he planteado: cómo se relata en palabras lo que ella está viviendo y presenciando porque no es que ella ve ascéticamente, lo que ve le atraviesa el cuerpo porque ella está metida en la visión y la visión a su vez está metida en ella. Entonces sí, ella es Cometierra, y eso tiene un montón de implicancias en la novela.
De un tiempo a esta parte, la literatura nacional ha sabido incorporar distintas geografías y márgenes del conurbano. En Cometierra no hay descripciones costumbristas y el "barrio" no deja de ser un recorte acorde a las necesidades del personaje.
¿Qué tipo de conurbano construye tu novela?
Creo que la novela construye el tipo de conurbano que estamos teniendo hoy en día, donde por lo menos el 53 % de la población infanto-juvenil está por debajo de la línea de pobreza y está precarizada en sus relaciones afectivas y sociales, en su escolaridad, en su vivienda. Los pibes habitan viviendas precarias y a veces peligrosas; los pibes y sus familias, o mejor dicho los restos de sus familias las habitan, porque la familia tradicional te diría que es una utopía absoluta. Pero más allá de esto, tienen un montón de ganas de vivir, de transitar experiencias, tienen un montón para dar. Esto se lo diría a la sociedad, que no los mira, no los considera y no espera absolutamente nada de ellos. Ese tipo de conurbano construye la novela, en el que, aparte de lo que dije recién, los pibes también son violentados con situaciones de desaparición, muerte y violencia física extrema.
Leonardo Oyola ha dejado en claro que para escribir desde un verosímil realista sobre el conurbano tuvo que mudarse, alejarse del barrio. En este sentido, el fantástico generaría la distancia necesaria que es negada en la vida del autor/a.
¿Qué pensás al respecto?
Me gusta mucho eso que dice Leo Oyola con respecto, sobre todo, a Gólgota [su novela de 2008]. Pero yo soy una persona muy aislada, viví siempre en el conurbano y ese alejamiento lo puedo hacer de una forma interior, te diría. Me puedo tomar la distancia necesaria para reflexionar, para mirar y escribir. Puedo hacer ese movimiento de darme vuelta y anotar; de hecho lo vengo haciendo y así escribí Cometierra. Vivo en el mismo lugar, trabajo en el mismo lugar y no sé hasta qué punto me iría. Generalmente me voy y vuelvo [risas], siempre me estoy yendo y siempre estoy volviendo al conurbano. Toda mi vida fue así y no me imagino otra cosa.
Cometierra no se subordina a los postulados del feminismo en ninguna de sus vertientes. No pretende ser un panfleto o una denuncia policial, de género. En los agradecimientos de Cometierra Reyes utiliza el lenguaje inclusivo: "A Selva Almada y Julián López, que saben ser maestrxs", un ejemplo de cómo las ideas de la autora no se reflejan de manera inmediata o directa en la ficción.
¿Qué es lo que te interesa del lenguaje inclusivo? ¿Qué futuro le vaticinás?
No me gustan los textos en donde se baja línea, me parece que rompen lo que un texto tiene que tener. Por ejemplo, nunca se te tiene que ir la voz del personaje para que aparezca la del escritor. Me parece que ese es un mal camino. Los textos "bajalínea" me parecen simplistas, no me interesan, los encuentro poco atractivos. Mi escritura no va por ese lado. Del lenguaje inclusivo me interesa un montón cómo problematiza todo. Al que habla, al que escucha, al que mira desde cualquier lado, creo que en eso cumple una función que está muy buena. Basta de decir "Acá no pasa nada". Estamos en disputa y el lenguaje es territorio de disputa. Que muchos pibes hayan podido problematizar el lenguaje, dejar su marca, su reclamo, su experiencia, me parece buenísimo. Y a todos esos que dicen que se pierde una supuesta belleza del lenguaje, decirles que estamos en una ola de feminicidios, de violencia hacia los cuerpos trans. ¿Entonces por qué el lenguaje que quiere relatar toda esa violencia tendría que ser bello?
Plurales y plurívocos pueden ser los efectos de una ficción sobre la realidad. A partir de la publicación de la novela, Reyes comenzó a recibir mensajes de hijas de mujeres víctimas de femicidios.
¿Qué se hace con semejantes mensajes?
A raíz de la publicación de Cometierra pasaron muchas cosas. Muchas chicas, hijas de femicidios me han escrito y me escriben. Es difícil. Trato de acompañar. Incluso les pregunto si realmente quieren leer la novela porque quizá les hace mal, y es más que comprensible. Pero por lo general lo que encuentro del otro lado es a muchas chicas que quieren hablar de este tema, quieren leer. No sé si la palabra cura pero sí ayuda a elaborar, entonces hacemos algo con eso que pasó, y lo hacemos con el lenguaje como herramienta y me parece que Cometierra les sirve, es una herramienta más, para quien quiera transitarlo. Y te lo vuelvo a decir: para quien quiera transitarlo, porque entiendo perfectamente que alguien diga "Esto me va a hacer mal, no lo leo". Pero la experiencia ha sido, por lo general, la contraria. Me escriben súper ávidas por leerlo o me escriben cuando lo han leído. Me cuentan las historias de sus mamás porque de alguna forma el femicidio intenta borrar a la mujer y ellas devolviéndome las historias de sus mamás hacen un relato oral y en cierto modo logran que esas mujeres estén ahí, en el relato de sus hijas, aunque sea por un mensaje de celular. Y eso a mí me encanta. Algo de eso, también, tiene que ver con la dedicatoria del libro, a Melina Romero y a Araceli Ramos, y a todas las víctimas y sobrevivientes de femicidios. La violencia del patriarcado quiere borrar nuestros cuerpos, nuestros nombres, nuestras historias, quiénes fuimos. Si sirve para eso, bienvenido sea.
¿Qué otros personajes como Cometierra encontrás en la literatura contemporánea y por qué?
Se me ocurren infinidad de historias y nombres de la literatura contemporánea. Desde ya te digo que me voy a olvidar de muchos. La Virgen Cabeza, de Gabriela Cabezón Cámara. También de Gabriela, Beya, con esa voz tan fuerte de una víctima de trata que te sacude y te intranquiliza. Ahora estoy leyendo a Marina Closs, una chica no tan conocida, que publicó Bajo la luna, una editorial que me encanta. Tiene un personaje, Vera Pepa, la protagonista del primer relato de su libro Tres truenos, del cual me enamoré completamente. Los que nombro son personajes jóvenes, y te sacuden desde la lengua.
4 de marzo, 2020
Cometierra
Dolores Reyes
Sigilo, 2019
176 págs.