Cada tanto el mercado editorial independiente argentino se piensa a sí mismo e intenta sacar conclusiones en base a su propia realidad. Eso le permite ir realizando una suerte de ajuste en su articulación fina en vías de subsistir. Nos contactamos con Víctor Malumián, uno de los editores del sello independiente Godot junto a Hernán López Winne (ambos a su vez fundadores de la FED, la feria de editores independientes más grande del país), para que nos brindara su visión del campo editorial actual, buscando no dejar pasar por alto los escollos a los que se afrontan las editoriales independientes. Así fue el intercambio:
***
De un tiempo a esta parte se viene haciendo hincapié en que (al menos) dos de los grandes problemas que afronta la industria editorial tienen que ver con la dolarización del papel, condicionado a su vez por efecto de la cartelización. ¿Qué soluciones se pueden buscar de cara a estos problemas?
Está claro que los precios los fijan las dos o tres pasteras que hay en la Argentina; por eso hay que buscar una estrategia que permita bajar los costos, ya sabemos cómo funcionan los oligopolios sin intervención estatal, ellos hacen lo que les parezca más conveniente. Tiempo atrás una estrategia que funcionó fue la compra en conjunto, el problema es que las pasteras exigen un volumen de compra que solo se puede lograr, como pasó, con la intervención del Ministerio de Cultura de la Nación. Otra forma de hacerlo sería recategorizando el papel que se destina a la producción de libros, solo un pequeño porcentaje de la producción total termina en la industria editorial. Lo que se puede hacer es quitar el IVA, por ejemplo.
El problema que se desprende en este último ítem es la distinción, en el caso de recategorizar el precio del insumo, entre editoriales 'literarias' (para decirlo de algún modo) y editoriales que venden manuales de escuela, etc. ¿cómo se manejaría este asunto en caso de ser adoptada la quita del IVA?
Siempre hay problemas a la hora de definir roles en la industria editorial; todos los editores sabemos más o menos qué hace cada cual pero es difícil ponerse de acuerdo en la taxonomía. En todo caso la quita del IVA sería un alivio para todos en primera instancia y luego se podría analizar otras medidas específicas para editoriales más pequeñas. La discusión sobre qué es realmente el libro argentino es compleja, ¿es solo aquel impreso en Argentina? ¿Es solo aquel resultante de autores y autoras argentinas? ¿O de traductores? ¿O de ilustradores? Por ejemplo, un libro infantil, ilustrado, escrito y editado por argentinas y argentinos pero que se imprime en China, ¿es o no es libro argentino? Tiene mucho trabajo intelectual argentino como para borrarlo de un plumazo solo porque no fue impreso acá. El gobierno anterior habló de abrir mercados pero borró las condiciones de producción, el mercado editorial español cuenta con papel de buena calidad y barato, imprentas de última generación que se fabrican a pocos kilómetros de ellos así como condiciones tributarias y premios que nosotros ni podemos imaginar cristalizados en políticas gubernamentales. Además que los libros se venden efectivamente en euros y los insumos están en euros. Acá los libros se venden en pesos y los insumos están en dolarizados. Entonces, ese discurso de competir de igual a igual no es tal.
Resulta llamativo que a pesar de la crisis del sector, las pequeñas o medianas editoriales han podido sostenerse convocando a un número importante de consumidores en los diversos circuitos de ferias independientes, sin un apoyo significativo (casi siempre nulo) por parte del Estado. ¿Crees que organizando eventos que van por fuera de los canales habituales (librerías, venta por internet, etc.) se ha podido, de alguna manera, sortear el problema?
La efervescencia editorial tiene que ver menos con una promoción o un programa por parte del Estado, que con la idea de que nos debíamos acostumbrar a hacer mucho con muy poco y ensayar soluciones creativas como la creación de ferias. Al no contar con apoyos estatales (como sí hay en Chile, Colombia, Ecuador, México y España) intentamos poner en valor la noción de 'feria' como un lugar de encuentro y de comunión y por qué no de resistencia. No sé si es bueno que existan solo estos espacios para hacer frente a las crisis, ni tampoco sé si es bueno que ante diferentes situaciones coyunturales las Cámaras o entes que nuclean a las editoriales sean las que deban buscar soluciones. Me parece que la idea de 'cámara' o de 'institución' como agente mediador es algo que está perimido y no veo con malos ojos que así sea. Hay un tema ahí de recambio generacional que no siempre se da y no es por falta de visión política como herramienta de cambio por parte de los editores y editoras más jóvenes.
En el caso de las editoriales, ¿no existen gremios que operen como mediadores o representantes frente al Estado ante exigencias o inquietudes que puedan surgir?
Existen dos cámaras: la Cámara Argentina del Libro (CAL), que agrupa a pequeños y medianos en general, y la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP), que agrupa a las multinacionales en su mayoría y, si querés, hay una tercera que es la Cámara Argentina de Papeleras, Librerías y Afines (CAPLA). Estas cámaras son los interlocutores de las editoriales con el Estado, pero me parece que eso está medio perimido ya que hay una suerte de 'crisis de representatividad' que excede a estas cámaras.
Hace un rato mencionaste la ausencia del Estado como un ente activo que promueve mediante fondos el dinamismo del mercado editorial, ¿qué conclusiones podés sacar de la pasiva política cultural de los últimos cuatro años?
Me parecen sorprendentes las editoriales que pudieron sobrevivir a estos cuatro años de gestión macrista, en lo particular. En el plano general el gobierno intentó secar la plaza monetaria de pesos pensando que con eso iba a parar la inflación y terminó duplicando los números de la inflación y la pobreza, llevándose puesto en el medio a un montón de PyMES. Creo que más desastroso no podría haber sido el resultado. Algo que por otra parte está claro es que las compras estatales de libros destinados a escuelas y librerías de todo el país disminuyeron dramáticamente, y un tema que no es menor es que jamás existió la intención de impulsar al libro como patrimonio cultural. Si en tu programa de gobierno promocionás al libro como objeto central para la cultura, crece el mercado interno, y si crece el mercado interno, las editoriales no necesitamos más.
Hay una inquietud en cuanto al concepto de 'precio único' del libro en todas las librerías del país; se entiende que se estableció este parámetro para que no hubiesen especulaciones a la hora de ponerle un precio a un libro producido en Buenos Aires o Rosario que luego se vende en Tierra del Fuego. Esta noción de precio único, a tu juicio, ¿debería mantenerse o debería cambiar pensando, digamos, en una transformación estratégica del sector?
Pienso que la noción de precio único no debe cambiar, hay que defenderlo a toda costa. En todos los países en los que se desreguló eso lo que terminó pasando indefectiblemente fue que las grandes superficies tentaban a editores para comprarles grandes volúmenes de libros a precios más bajos y, en vez de quedarse con una alta rentabilidad, volcaban ese precio más bajo al PVP (precio de venta al público) eliminando el entramado de librerías independientes, destruyéndolas por completo. Al tener precios más bajos los lectores y las lectoras tarde o temprano se volcaban a comprar los libros en los comercializadores que tenían la espalda financiera para adquirir grandes volúmenes dejando así a las pequeñas fuera de juego. Además es una mirada muy de corto plazo, porque el segundo efecto es que estas grandes superficies se llevan grandes volúmenes de títulos que saben que van a vender mucho, lo cual deja por fuera los títulos que en general producen las editoriales más pequeñas. Entonces, a largo plazo, las pequeñas editoriales no reciben compras de los grandes jugadores porque no publican lo que en general a ellos les interesa, y por otra parte, se destruye el entramado de librerías que sí podía recepcionar ese tipo de libros de menor rotación. Lo que todos los editores y editoras deben entender es que si eso sucede, es decir, si se destruyen esas librerías independientes, solo quedan los espacios más grandes en donde los libros tienen menos visibilidad y compiten con best sellers y editoriales multinacionales, lo cual exige que deban rotar más rápido perdiendo, por supuesto, su tiempo y espacio de exhibición. El problema de que, por ejemplo, Salta deba vender el libro al mismo precio que en Buenos Aires tiene más que ver con un problema de logística que de precio único; ese es otro de los problemas a atender para que todas las librerías del país logren costos y ganancias similares. Entonces el principal problema que se le adjudica a la ley que regula el precio es que las librerías localizadas en distintas partes del país tienen distintos costos logísticos, pero el problema no es la ley, son los costos logísticos. Ese es el problema que tenemos que atacar, y hay experiencias que muestran que con centros de distribución se puede solucionar.
Debido a los problemas asociados a políticas culturales ya sabemos entonces que las editoriales deben ser estratégicas. Si se piensa por fuera del ámbito local, ¿no es acaso la exportación una suerte de vía alternativa para aumentar los dividendos que ya se tienen por distribuir en el mercado interno? Y por esa vía, ¿no se podría exigir al Estado que se alivianara la carga impositiva a las editoriales que exportan para paliar de alguna manera la crisis?
En torno a la exportación hay muchas cosas que se pueden hacer, la realidad es que en la actualidad, las exportaciones 'formales' (de gran volumen) están alcanzadas por una serie de decretos activadas por la gestión macrista que expresa que a los 180 días hay que liquidar las divisas de lo que se exportó. Esto, a todos los que estamos en el espacio editorial, que sabemos que los libros viajan 'consignados' (están prestados en la librería y se pagan solo cuando se venden, lo cual sucede lentamente y no en 180 días) y vendidos 'en firme' (pagados en su totalidad), nos perjudica notablemente ya que es imposible pedirle a un distribuidor en el exterior que nos entregue esas divisas antes de los 180 días cuando claramente los libros aún no han sido vendidos; sería una locura. Esto generó automáticamente que se realicen impresiones locales en los países donde se iba a exportar la producción argentina. Lo cual y si bien esto disminuye la huella de carbono, hace que automáticamente se impriman menos libros (por un tema asociado a costos que lleva imprimir in situ), perjudicando nuevamente a las editoriales. No es que no se sepa qué metodología hay que adoptar para generar exportaciones de los libros que se producen en el país, el problema es que no hay voluntad política para hacerlo, es decir, el norte de lo que debe hacer una editorial está claro, el contratiempo se halla del otro lado.
Sería interesante conocer tu opinión acerca de la proyección de cara a futuro en cuanto la posibilidad de generar una mayor masa de lectores, lo cual traería consigo un hipotético marco de ventas en crecimiento sostenido.
Volvemos a lo mismo de antes: mientras que no hayan programas públicos o privados que devuelvan al libro a una posición central, creando bibliotecas públicas o móviles en paradas de colectivos, subtes, playas y otros lugares de esparcimiento, es decir, que lo hagan estar por sobre otros tipos de entretenimientos (internet, cable, videojuegos, etc.) en ese uso del tiempo por sus atributos intrínsecos y por su facilidad de acceso, vamos a seguir igual. O peor. No propongo un escenario utópico como el de la década del 60' en la cual se vendían una cantidad insólita de libros, tampoco estigmatizar otros consumos culturales, simplemente realizar acciones que muestren y recuerden que la lectura es otra posible (y poderosa) opción para el tiempo de ocio. Aquellas casas donde los adultos no leen, rara vez los niños y niñas lo hacen.
Al no contar entonces con un panorama alentador en cuanto a ventas, es de esperar que tampoco se sepa si un libro futuro vaya a publicarse si no se cuenta con los fondos para ello, ¿cómo es la programación que llevan a cabo para sacar un libro en la fecha estimada?
En este contexto es imposible realizar proyecciones. Venimos de un año en el cual no sabíamos si nos iban a vender papel. Sólo en 2019 y en dos semanas, en momentos distintos, las papeleras dejaron de vender papel. Con un panorama como este, ¿qué planeación vas a hacer de acá a cuatro años? La respuesta es: ninguna. Por supuesto que nosotros sabemos muy bien que queremos publicar de cara el año que viene; si me preguntás al final qué objetivo tiene Godot, a mí me encantaría agrupar a una comunidad de lectorxs en torno al catálogo, que lo valoren, que estén esperando los próximos títulos que vamos a sacar, que discutan sobre ellos, que esos títulos que nosotros sacamos transformen su forma de observar y criticar nuestra coyuntura, nuestra forma de ver el mundo. Al menos, sí, esperamos que nuestro catálogo deje una huella en la comunidad de lectores. Un plan demasiado ambicioso, creo, si se revisa el panorama actual.
2 de enero, 2020