El vértigo parece ser la espina que vertebra la vida y la obra de Ariana Harwicz. En 2007, a los treinta, abandonó Buenos Aires para irse, sin más, a vivir a una campiña francesa. Vale acotar que por aquel entonces era incapaz de modular siquiera una sola palabra gala. En tan sólo tres años, del 2012 a 2015, publicó tres novelas que dieron que hablar: Matate, amor, La débil mental y Precoz, traducidas, hoy día, a más de quince idiomas; ficciones que Mardulce por nuestras tierras, y Anagrama por las europeas, recopilaron en el actual volumen Trilogía de la pasión.
¿De qué hablan las novelas de Trilogía de la pasión? De mujeres que, justamente, hablan; en una lengua veloz y en una desesperación salvaje, sobre su condición de mujer y de madre. Sobre la angustia desbordante que las constituye. En Matate amor (publicada por primera vez por Paradiso en 2012), toma la palabra una mujer que lidia como puede con los conflictos materiales y psíquicos que acarrean la vida conyugal y su reciente condición de progenitora. En La débil mental una madre y su hija aisladas del mundo urbano conviven enfermizamente; se aman, se odian, se espían, se celan. Y en Precoz,una madre y su hijo adolescente, indocumentados, habitan una casona derruida en una aldea perdida; una atmósfera bélica circunda el lugar, todo parece a punto de estallar: el afuera, el adentro, la lengua.
En estas últimas horas, una noticia rutilante ha encandilado el universo de la autora: como productor, Martin Scorsese llevará a la pantalla grande Matate, amor, protagonizada por Jennifer Lawrence. Un día más en la vertiginosa vida de Ariana Harwicz.
***
En alguna oportunidad mencionaste que, en cierto sentido, decidiste dejar Argentina y radicarte en Francia para “vivir en otra lengua”. ¿Cómo fue aquella llegada? ¿Cómo la recordás, hoy día?
Lo que recuerdo de hace quince años atrás, aunque no sé si era tan consciente, claro, era que mi deseo, que mi curiosidad mayor, era vivir en otra lengua, básicamente. Ni siquiera en otro paisaje, ni mucho menos en otra cultura. Tampoco tiene que ver con vivir, porque vivir también se vive en la escritura, y yo escribo en español. Pero sí una especie de curiosidad porque había vivido casi treinta años en Buenos Aires. Y ¿qué es vivir en otra lengua? Más allá de que uno pueda viajar y sea turista en diferentes lenguas, en Indonesia o en Vietnam... una cosa es el turismo y otra la inmersión absoluta en una lengua, es mucho más radical y, por ende, mucho más interesante, y más definitorio. Entonces recuerdo esa especie de curiosidad. Con respecto concretamente a mi llegada calculo que me pasó lo que le debe pasar a todo el mundo. Es una experiencia muy impresionante, que solo la entiende el que la vive, porque desde afuera uno puede pensar “bueno, seguís viviendo en un país occidental, capitalista, no en una comunidad diametralmente opuesta con otros valores, con otros modos de consumo, es más o menos lo mismo”. Y sin embargo la lengua define todo, la lengua cambia todas las reglas de juego. Y eso fue muy interesante para mi escritura porque armó una lengua en la escritura
¿Otra lengua de tu escritura?
Sí, es un tema que está en el corazón, en el corazón de mi escritura, y tal vez en la de cualquiera, pero en la mía particularmente. Sobre un escritor, siempre hay que preguntarse, antes de que sobre qué temas escribe, qué lengua arma, qué palabras arma, qué palabras inventa, qué escritura se configura o se fabrica ahí, como una usina que fabrica. Qué está puesto en acto en esa escritura, porque si no hablamos siempre de qué tópicos se trata...y los tópicos son engañosos.
¿Por qué lo decís?
Porque escribir sobre un tema u otro no determina nada. Lo que distingue un escritor de otro y hace que no se parezcan todos, por suerte, es qué lengua arma, y de eso se trata: qué gramática se construye en el cruce de qué lenguas o de qué cosas; de qué está hecha la escritura, con qué materiales. En mi caso, la incidencia del francés es clave y determinante.
¿Qué dirías que ganan las tres novelas publicadas como trilogía? ¿Creés que Trilogía de la pasión produce efectos que los textos no generaban de manera aislada?
Creo que la decisión de publicar las tres novelas juntas tiene que ver con poder pensar los textos de otro modo. Por supuesto que las novelas funcionan de manera aislada, como casas aisladas en un mismo paisaje, en un mismo terreno, y de hecho así fueron concebidas, de manera aislada y en diferentes momentos temporales y sin conciencia de que estaba armando una tríada. Después, sin embargo, con la lectura ocurre algo inevitable, algo así como una fuerza que arrastra los textos y hace que se lean en conjunto, que se pueda viajar de una a otra, que se pueda saltar de un texto a otro, que se puedan recorrer, como paisajes continuos. Entonces, al que le interesan mis textos, eso hace que se puedan leer juntos. Empezando por el último, empezando por el del medio, en fin, pero que se puedan leer en conjunto. Y sí, siempre que se arma un corpus, como en este caso, hay otra lectura, otra visión que aparece. No se subraya igual, ni se piensa igual.
En el prólogo a la Trilogía... afirmás que escribiste cada una de estas novelas “con ánimo de venganza”. ¿Qué es lo que tiene que vengar tu escritura?
La idea de la venganza es una idea asociada a la escritura que es mía pero que a la vez tiene que ver con una tradición. Del mismo modo en que se hace la filiación entre escritura y odio, escritura y guerra, escritura y violencia, escritura y venganza. Hay ahí casi un prototipo: volver y vengarse. El vengador del pueblo. Volver de una guerra y vengarse. Me parece interesante esa idea que escribir es un regreso, un retorno y una gran venganza. Vengar a los asesinos, vengar a los violadores, vengar a los traidores. Y siempre es contra cosas abstractas, si bien puede haber alguien en particular, pero lo cierto es que es algo más vinculado a la fuerza de la vida: vengarse de la vejez, de la muerte, de la infamia, del desamor. La escritura tiene esa fuerza corrosiva, y me parece un buen motor para escribir.
Ariana Harwicz por Juan Carlos Comperatore
El monólogo, la primera persona de las tres novelas, son voces intensas que parecieran estar hablándole al mundo desde una posición marginal o lateral. No puedo dejar de pensar en un paralelismo con tu propio posicionamiento autoral...
Sí, los monólogos, las voces de las tres novelas, incluso de las cuatro si consideramos Degenerado (Anagrama, 2019) aunque no entre en la trilogía, aunque esté más descarriada, más de costado, son voces con mucha fuerza, sí. Son voces que, justamente, vociferan, que gritan sus vidas, casi, a un escenario, a un atril, a un banquito, y que vociferan también al mundo. Casi es un esquema, como cuando uno pasa por una plaza pública y ve alguien sobre un banquito gritando “Viva la Patria”, o “Patria o Muerte”, “Libertad”, “Revolución”, lo que fuese. Y mis novelas tienen esa especie de ir desde los más íntimo y lo más privado, lo más subjetivo, la mente, el cerebro de un personaje, al mundo, a hablarle al mundo. Hay algo de eso, y sí, puede ser, puede rimar con lo que siento yo. Siempre hay corrientes entre el autor y el personaje, posiciones que, más o menos, se parecen.
“Nunca me da tanto miedo mirarme como cuando escribo”, escribiste en alguna parte. ¿Podrías profundizar la idea?
Sí. Ahora estoy escribiendo un nuevo libro, y aparece. Siempre lo peor de uno aparece cuando se escribe. Uno diría: también lo mejor. Sí, pero sobre todo lo peor. Las contradicciones, los demonios, las cosas que dan vergüenza, que dan asco, que dan pudor, las cosas que a uno no le gustan de sí mismo. Siempre aparecen en la escritura porque la escritura es un acto en el que aparece todo, en el que aparece, para empezar, la verdad. La verdad de algo que, igualmente, siempre es múltiple. Cuando escribo me pasa eso. Es una caja de pandora, es un baúl y un tesoro. Como decía Henry Melville: es ir al fondo del océano. Es como cavar, es como meterse en agujeros, en hoyos, en tumbas, en bunkers. Es meterse en lugares hacia dentro en el que descubrís cosas que no querías ver, que no sabías que estaban ahí. Escribir siempre es una revelación. Aunque haya una sublimación con los personajes, uno siempre está ahí, a través de los personajes. Y sí, se descubren cosas de las que uno quiere huir, pero están ahí. Escribir es ese acto de revelación.
La revelación, entonces, de una verdad múltiple...
Es una revelación que es también una revolución. Ese ver cosas de uno que son miserables, que dan miedo: la parte de uno que a uno le da miedo. Ver de lo que uno es capaz, del no-control. Todo eso aparece en la escritura, es inevitable. Si no aparece eso al escribir no se está yendo por caminos verdaderos. Si se sortea eso, se sortea la escritura misma.
Tus protagonistas habitan en el margen, en el borde, y lindan con lo primitivo y lo salvaje. ¿Dirías también que hay una búsqueda salvaje o primitiva del lenguaje?
Antes que salvaje, yo diría que hay una búsqueda de tratar de encontrar otra cosa en el lenguaje. Lo que siempre se dice: una torsión. Encontrar algo nuevo, algo que se pueda decir con lo no-decible. Eso de “escribo lo que no sé decir”. Algo de eso, algo que tiene ver con esa torsión, con esa operación. La operación de hacerle decir algo a la lengua, al lenguaje, al idioma, a las palabras que no sabíamos que podían decir. Yo diría que esa es la operación.
A pesar de lo particular y casi intransferible de tu escritura y lenguaje, tu obra ya ha sido traducida a más de quince idiomas...¿A qué se lo atribuís?
Hay como una paradoja, sí. Aunque la verdad toda obra, todo libro, te diría casi todo proyecto artístico se funda, o se basa, me parece, en una especie de paradoja, o de sinsentido, o de contradicción, o de extrañeza o de misterio. El hecho que evocás, que por un lado los libros sean de algún modo un lenguaje críptico, cerrado o particular y, a su vez, se esté publicando en veinte idiomas, en veinte lenguas, genera una suerte de paradoja. Y a la vez, no. Justamente. Porque traducir es eso. Otra cosa es ser un copista. Un copista va y copia, repite, es un imitador de una lengua a otra, una especie de chirolita de los tics de una lengua a otra. Pero traducir, realmente, es –ya lo sabemos– esa violencia que se genera de una lengua en otra, esa especie de trance de una lengua a otra. Y de una lengua intransferible a otra lengua intransferible. Eso es traducir. ¿Cómo traduzco a Beckett? ¿Cómo traduzco a Joyce, a Virginia Woolf, a Edgar Allan Poe, si es imposible? Si no se pueden traducir. ¿Cómo traduzco a Céline, que inventa una lengua que ni siquiera es francés? A mí, al principio, me decían “Tus libros son difíciles, por eso no se traducen. No son lenguas abiertas, cristalinas, fáciles”. Para mí eso fue siempre un elogio, solo que me daba bronca. Y luego llegaron las traducciones de mis libros. A veces se piensa de un libro, traducido por ejemplo a cuarenta y ocho idiomas, que es un libro fácil de traducir. Y en ese sentido, hasta pueda llegar a pensarse como una crítica antes que un elogio. En resumen, esa es la misión de una traducción: traducir una lengua que no se puede traducir a otra lengua que no se puede traducir.
Has mencionado en alguna oportunidad que la literatura debe estar ligada al coraje y al riesgo. ¿Ves en el panorama actual de la literatura argentina algún escritor/a que tome esos riesgos?
No invento nada nuevo, retomo topos viejos. El arte tiene que ver con el coraje, como decía Shakespeare: “Los cobardes expiran mil veces antes de morir, los valientes prueban la muerte una sola vez”. El acto de escribir, sea el contexto político que sea, en guerra, en tiempos de paz, tiene que ver con el coraje. Con ir a decir, con ir a escribir algo que no está dicho. Como ir a revelar algo que no se quiere ver. Es un acto de coraje absoluto. Si no, no sé qué es.
¿Y pensás en particular en algún escritor/a del campo?
No sabría decirte. Pero sí que hay gente que está queriendo ser valiente. Lo que pasa es que muchas veces se silencian, se invisibilizan. Y solo se visibilizan en extremo quienes hacen de cuenta que son valientes, hacen de cuenta que luchan, pero en verdad no: es un fondo de comercio.
En muchas de tus intervenciones públicas, sobre todo entrevistas, se te ve, reiteradamente, escribiendo apuntes o notas en tu agenda, como si en tu caso la oralidad estuviera también intervenida por la escritura...
El infaltable anotador, sí, que es casi un cliché, un lugar común del escritor, como la pipa, o los cigarrillos, la biblioteca detrás. Es que me parece que no hay modo de ser escritor sin llevar consigo las notas, las notas de las notas, las notas al pie, las didascalias, los asteriscos...toda esa vida que se escribe mientras se vive. Puede ser un anotador, puede ser en el teléfono, puede ser en la memoria, aunque las palabras siempre traicionan y se van. Puede ser de un modo u otro, no importa. Me parece que los escritores siempre tienen esa compulsión, de ir y registrarlo todo de algún modo, así que sí, siempre me ha acompañado mi anotador. Al principio era ya una caricatura, porque escribía las conversaciones con todos, aunque ahora, ahora también lo hago. Siempre que escucho alguna palabra que puede ir a la literatura, la escribo, la escribo, la escribo. Tomar notas, siempre. Es como una manera de vivir, una filosofía de vida.
Hubo una época en la que te sentías próxima a la idea de ser directora de cine, y, como tal, estar detrás de la cámara, quitar el cuerpo del escenario, enfatizar una distancia y no una identificación. ¿Qué puntos de contacto o de ruptura hay entre la Ariana directora y la escritora?
Sí, estudié muchos años cine, hice dos carreras de cine y es cierto, siempre me pensé directora de cine, pensé que era mi destino, mi camino, que iba realmente a hacer eso. La escritura de libros, la literatura, esa especie de cruce entre teatro, cine y literatura vino a mí mucho más tarde. En principio sí, me pensaba directora de cine, y fotógrafa, que está muy ligado al cine. También me pensé, al principio, periodista. Indecisión típica de la juventud. Sabía que iba por algunos de esos lugares. Pero me aterrorizó lo técnico, la omnipresencia de la técnica y del nivel de financiamiento, y de depender de otros, de una realidad material absolutamente contundente, casi como el fascismo de lo material. Entonces prefiero ser directora de cine escribiendo. Al escribir libros lo sos todo. Hay una suerte de poderío total. Uno es un rey, una reina, cuando escribe, y también se es directora de cine, así que no siento, en absoluto, la necesidad de agarrar una cámara, de ir a un set de filmación. Siento que lo tengo todo cuando escribo.
Y ya que hablamos de cine, ¿qué nos podés contar sobre la noticia de que Scorsese va a producir Matate, amor?
Es interesante para pensar la relación entre la literatura argentina y el campo del cine, en este caso Hollywood; para pensar el mainstream y lo independiente. Hace un año y medio que había firmado el contrato con esta compañía que está en Los Ángeles, una agencia artística cuyo productor principal es Martin Scorsese, entre otras figuras. Hace un año que lo sé, y hace más todavía que sé del interés de la compañía; en principio, por Matate amor, pero luego por la trilogía, porque compraron las tres. La idea es que hagan las tres, aunque no sé si efectivamente las harán, o de qué forma. Tal vez la primera sea una película y las otras dos se conviertan en serie. Compraron los derechos para varias opciones: teatro, cine, serie. Hace un año y pico que lo sé y que estoy esperando ansiosa. Y me enteré como ustedes, por el New York Times, que entrevistó a la actriz Jennifer Lawrence y luego se replicó en todos lados. Pero los detalles todavía no los conozco: cuándo comenzarán a filmar, ni dónde.
Y ni más ni menos que Scorsese...
Sí. Estoy muy feliz. Sé que fue él el que eligió los libros porque fue él quien los leyó, eso dijo el abogado de la compañía. Pero luego tampoco imaginé que iba a elegir a esa directora [se refiere a Lynne Ramsay, directora de, entre otros films, Tenemos que hablar de Kevin] y a esa actriz...No sé cómo será el resto del elenco, pero me lo imagino muy de primeras figuras de Hollywood. No me lo imaginaba, la verdad. Para mí, es grandioso. Y bueno, voy a decir algo muy obvio, pero yo tuve, como otros autores y autoras, propuestas para hacer series en plataformas, una de ellas, creo, fue Netflix, también alguna que otra película, pero nunca me convenció la propuesta. Cuando llegó esto de Estados Unidos me generó intriga. Pero nunca pensé... uno no imagina que Scorsese te lee posta. Sabía que estaba en la gerencia de la compañía, pero de ahí a que te lea. Nos dijeron que verdaderamente fue él quien eligió la Trilogía... Ya eso para mí era un premio, un honor, una celebración, algo que tenía atesorado conmigo, por más que no se publicara en ningún lado, porque yo lo sabía. Y que luego elija a esa directora, que trabajó con Tilda Swinton y con Joaquin Phoenix. Y Jennifer Lawrence, con toda la fascinación que produce la celebridad, ella elige lo que quiere del mundo; una actriz de primera plana, joven, que está en el podio, es sin duda una estrella de Hollywood...La verdad no me imaginé que iban a elegir mi novela como una gran apuesta. Y Scorsese tiene toda mi admiración. Es realmente esa frase hecha: una leyenda viviente, porque él y su cine son un mundo que ya no existe.
Para ir terminando, mencionaste antes que estabas escribiendo algo nuevo...
Sí. Estoy avanzando lento, como se avanza siempre. Me dan ganas de agarrar un látigo con el que pegarme en el lomo, como se le pega a los caballos para que corran más rápido. Estoy escribiendo un libro sobre...no sé cómo explicarlo. Estoy tratando de innovar, de buscar otras formas de escribir, cosa que es muy difícil, pero que es lo que interesa. Arriesgando siempre un poco más. O arriesgándolo todo. Estoy escribiendo una novela, y otras cosas que tienen que ver con la música
9 de noviembre, 2022
Trilogía de la pasión
Ariana Harwicz
Mardulce, 2022
360 págs.