La intelección avispada sabe detectar el grado de manipulación inherente a toda relación humana. La entrevista periodística, asegura la escritora Leila Guerriero (Bs. As.,1967), no escapa a ello. Información de más, información de menos, anécdota privada o dato personal de color que el periodista convida al reporteado, funciona –en tantas, tantas ocasiones– como un anzuelo para que el entrevistado se abra y cuente, por fin, y de una buena vez, lo que nos interesa. Porque eso es todo lo que, verdaderamente, queremos de él.
Truman Capote (1924-1984) conocía como nadie este juego; sin embargo, a todo maestro le resta, siempre, una lección por aprender. Cuando decidió embarcarse en la que sería su obra más aclamada, A sangre fría –que inauguraría en 1966 un género que Rodolfo Walsh había inaugurado diez años antes con Operación masacre– terminó por forjar un vínculo con Perry Smith y Richard Hickock, condenados a muerte por el asesinato de la familia Clutter. Pero algo de sí –de sí mismo, de Truman– se fue con ellos. Repasemos.
Noviembre de 1959; los dos exconvictos ingresan a la casa de los Clutter en Holcomb, una localidad rural de Kansas; ofuscados por no hacerse de un botín que suponían allí, asesinan –a sangre fría– a los cuatro integrantes de la familia: el padre, la madre, los dos hijos adolescentes. Luego de apelaciones varias los criminales son ejecutados el 14 de abril de 1965. Capote decide viajar desde Nueva York para escribir sobre el caso; por entonces, Perry y Richard no han sido aún capturados. Cuando ocurre, Capote, en persona, ve cómo llegan a Garden City; los ve en el interior del auto que los transporta; los ve bajar esposados; los ve ingresar al edificio en el que aguardarán el juicio. “Hay instantes en los que las historias empiezan a transformarse en otra cosa” –escribe Leila Guerriero–, “en los que un periodista debe deponer las ideas que tenía acerca de aquello que iba a contar, admitir que ha perdido el control y cambiar de rumbo. Ese instante llegó para Capote cuando vio a los dos hombres esposados bajar del auto de la policía. La historia dejó de ser la historia de Holcomb y empezó a ser la de los asesinos. Ese viraje lo cambió todo. En el libro y en su vida”.
El libro es, claro, A sangre fría, y Leila Guerriero se propone en La dificultad del fantasma una aventura que, intuye, está condenada de antemano: viajar a Costa Brava, España, hospedarse en la misma casa en la que Capote pasó unos meses escribiendo el último tercio de su afamado libro y reconstruir aquella estadía. Más de cincuenta años después, lo que permanece en este presente de aquel pasado son ruinas o bosquejos fantasmales. Una pareja nonagenaria; un periodista añoso y petulante, que habla mucho y escucha poco; una empleada que supo comunicarse largo y tendido con Capote, aunque no compartieran el idioma... La memoria, se sabe, está intervenida por la ficción. Hay versiones y contraversiones, retratos contradictorios de Truman. Nada de eso prolifera, sin embargo: tanto los testimonios como los datos que se recaban son pocos, y, sobre todo, intrascendentes. El tesoro de los periodistas, sostiene Leila, es la memoria ajena, pero en Costa Brava ha sido completamente saqueado. “Trabajó con ferocidad el tiempo, esa materia bifronte que ayuda a olvidar cuanto se quiere olvidar pero que también se traga lo que debería ser recuerdo”.
A sangre fría se publicaría una vez concluido el juicio de Perry y Richard. Es su misma cordura, le confiesa a un amigo en una carta, la que está poniéndose en juego. Por un lado, Capote desea que la condena se efectivice y los acusados se vean cara a cara con la horca; por otro, le escribe a Perry que se mantenga firme, un aplazamiento puede, después de todo, caer en cualquier momento. Manipulaciones de este tipo, sostiene Guerriero, se pagan caro. Luego del éxito rutilante del libro y del ostracismo que sufrió por ventilar intimidades de sus amigos de la high society en Plegarias atendidas, Truman se hundió en una espiral depresiva de alcohol y drogas. Por su parte, Guerriero afirma que una vez terminada La llamada, su último libro, un vacío espectral comenzó a carcomerla como ocurre, cada vez, con cada texto por fin publicado. La dificultad del fantasma parece ser, esencialmente, eso: la excusa de una periodista para seguir escribiendo.
5 de marzo, 2025
La dificultad del fantasma
Leila Guerriero
Anagrama, 2024
144 págs.