Dueña de una prosa austera capaz de cultivar silencios tan prodigiosos como productivos, Alejandra Kamiya (Buenos Aires, 1966) acaba de publicar su nuevo libro de relatos, La paciencia del agua sobre cada piedra (Eterna cadencia), volumen en el que vuelve a demostrar su talento –algo hemingwayano– en el manejo de la ficción de corto aliento. Hija de madre argentina y padre japonés, por su prosa –económica, precisa, de pausa oriental– se filtran, a través de mínimas escenas cotidianas, de animales parlanchines, de la nívea observación de la naturaleza, ciertas preocupaciones Nikkei –esto es, la descendencia de los emigrados japoneses– que se asocian con tópicos de linaje universal: la complejidad identitaria, la imbricación de la vigilia con el sueño, el paso del tiempo. La vejez, la soledad, el duelo, el destierro pueden, sin dudas, desgastarnos; no obstante –y como lo recuerda el título de su libro de cuentos anterior–, los árboles caídos también son el bosque.
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Pareciera como si, en el marco del desarraigo Nikkei, tu literatura encontrara en la naturaleza y en los animales otro tipo de raíces a las que aferrarse. ¿Qué pensás al respecto?
Soy yo misma la que encuentra su lugar en la naturaleza, no muy lejos de los animales. Que esto luego se refleje en lo que escribo tiene tal vez que ver con la honestidad con la que intento escribir. Me gusta la idea de desarraigo nikkei que proponés: imagino una planta con las raíces en el aire.
¿Cómo fue el proceso de escritura de La paciencia del agua sobre cada piedra?
La paciencia del agua sobre cada piedra es una parte de un todo que incluye también a Los árboles caídos también son el bosque y a El sol mueve la sombra de las cosas quietas. Pomposamente podría llamar a ese todo, obra. A partir de algún tipo de fricción entre lo externo a mí y lo interno escribí cada uno de esos cuentos sin pensar en un libro. Pero ocurre que hasta en esto hay un ritmo y parece que cada cuatro o cinco años, se forma un libro.
¿Es decir que, antes de pensar a priori en un conjunto, en un libro, los cuentos surgen de manera aislada y así los trabajás?
Es así. Al momento de escribir no pienso en libros ni en grandes proyectos, ni en publicar. Casi no pienso, tal vez. Pienso antes y después, al momento de corregir. Entro en cada cuento como si fuera un universo, un lugar, un sueño: el resto, lo que existe fuera no importa.
¿Cómo dirías que trabajás los silencios en tu escritura?
Creo que el silencio es una parte esencial de nuestras vidas, de todos los días. Aunque intentemos ignorarlo, taparlo, no escucharlo, ahí está. Me resulta muy difícil no incluirlo en lo que digo, hago o escribo. ¿Le preguntarían a un músico cómo usa el silencio en lo que compone? Tal vez no, porque sabemos que la música está hecha de silencio. Y, del mismo modo, creo que la escritura está hecha de silencio.
El conflicto identitario de algunas de tus protagonistas (sobre todo la del borgeano "Sagura-Garí") no sólo se vincula con la herencia cultural, también con cómo el paso del tiempo y las experiencias tensionan la unicidad, la homogeneidad de la identidad, ¿no?
El paso del tiempo y las experiencias tensionan la unicidad, la homogeneidad de la identidad. Creo que de algún modo es así, aunque no siento mi identidad muy homogénea, y tal vez ahí está su unicidad. A veces pienso que la construcción de identidad en aquellos que tienen eso que llamaste el desarraigo nikkei implica una cuota extra de conflicto, pero otras veces pienso que no, que esa planta con las raíces en el aire, casi ahogándose de aire (de aire que se parece a la libertad), adquiere una forma de conciencia que se transforma en resolución.
Alejandra Kamiya por Juan Carlos Comperatore Y esa fragilidad identitaria y la problemática del paso del tiempo son intereses caros no sólo a este libro, sino a tu poética...
Sí. Nada más frágil que la unicidad de la identidad. Por otro lado, qué bueno que así sea, ¿no? El paso del tiempo es uno de los temas en los que no puedo dejar de caer, y creo no ser muy original al hacerlo. Casi todos los escritores, al menos los que me interesan, se preguntan acerca del tiempo y su contrario, la muerte. Se lo preguntan los escritores y casi todas las personas, al menos las que me interesan.
¿En qué escritores están pensando?
Podría nombrarte a tantos que la nota se reduciría a una lista. Y desde ya sería mucho más interesante que lo que yo pueda decir. Pero por ejemplo ahora estoy fascinada con Annie Ernaux. Entre los escritores a los que siempre vuelvo están Clarice Lispector, Borges, Pessoa. Vuelvo también a veces a Lucía Berlín, Katherine Mansfield, Akutagawa, Buzzati, Mishima, Moyano.
"Convertirse en puerta, dejarse abrir, pasar y ser palabra al fin", se lee en "La garza". ¿Hay algo de eso en tu concepción ideal de escritora?
Esa frase que tan bien tomás es exactamente cómo vivo la escritura. Es la honestidad de la que hablábamos antes. Una puerta no es el eje de ninguna casa, no es el lugar dónde quedarse sino apenas la posibilidad de pasar de un lado a otro. Durante varios años hicimos, mi padre y yo, traducciones de poesía japonesa. Él decía que debíamos ser como kurokos, que son los tramoyistas del teatro tradicional japonés. Gente vestida de negro que mueve una pieza de escenografía, la cola de un kimono o lo que sea para que la escena ocurra, pero sin ser vistos. El traductor no debe ser visto. El escritor no puede ser invisible pero creo que debe al menos ponerse "al servicio de", al servicio del texto, al servicio de la idea, del tema, de lo que pueda para no ser aplastado por su propio ego.
En el cuento "Arroz", de Los árboles caídos también son el bosque, se lee: "¿Por dónde empezar? ¿Dónde empiezan las preguntas? ¿Cuál es la primera?" ¿Hay una pregunta, o una primera pregunta, que motoriza tu escritura?
En el cuento "Arroz" la narradora busca esa primera pregunta de manera desesperada, como si corriera dentro de su cabeza, para finalmente ver que la pregunta estaba ahí frente a ella. Creo que ése es un modo de empezar: por lo primero que aparezca. Las primeras preguntas son siempre más o menos las mismas: quién soy, de dónde venimos, a dónde vamos. Tampoco soy original en esto...
Si tuvieras que resumir un cuento como "Ensayos", ¿qué dirías?
Resumir un cuento es como resumir un chiste o un poema: imposible. Gran parte del cuento está en su forma. Podría resumir el resto, la anécdota, pero eso no es ya resumir el cuento. Una mujer que cuida a su madre es apenas la circunstancia en la que puedo dibujar líneas y sobre todo, entrelíneas. Y es de eso otro de lo que trata el cuento.
¿Tiene raíces autobiográficas?
La pregunta sobre lo autobiográfico fue respondida muchas veces de manera magistral por muchos autores. Estoy leyendo los ensayos de Nabokov sobre literatura europea y ahí dice, a propósito de Madame Bovary, que la literatura no tiene ningún valor práctico, de ahí que no sea relevante si es real o no lo que leemos. Thomas Bernhard decía frente a la pregunta sobre lo autobiográfico algo así como que si no hubiera pasado por todo lo que pasó, probablemente lo habría inventado, llegando al mismo resultado. Yo pienso que lo que vive en mi imaginación es parte de mi vida real, y que lo que creo que ocurrió en eso que llamo realidad es en parte imaginado. La línea que separa uno y otro mundo no es tan nítida. "Ensayos" transcurre sobre esa línea desdibujada.
"Corregir es corregirse", escribió Valery, y Abelardo Castillo, uno de tus maestros, lo consignó también en Soy escritor. ¿En qué consiste la corrección en tu escritura? ¿Y cómo supone esa corrección de la escritura una personal?
No sabía que la frase pertenecía originalmente a Valery. Como bien señalás, yo escuché esta frase varias veces de Abelardo Castillo, y la tomé y la hice parte de mi eje a la hora de escribir. O tal vez ya lo era, y por eso resonó con esa fuerza. Cualquier tarea implica o puede implicar un lado espiritual, y la escritura es perfecta para transformarse en un buen ejercicio en ese sentido. Cualquier texto es perfectible, como cualquier persona. Creo que la tarea de corrección es esencial en nuestro paso por la vida. Corregirnos como hijos, como padres, como amigos, en el trabajo, en el modo de hacer la cama o de podar las plantas, de responder a los extraños, de ordenar las herramientas, los libros, los zapatos. Yo no puedo leer algo mío sin corregirlo, se parece a pulir o lijar, y por eso la publicación viene, como decía Borges, a clausurar esa posibilidad.
Y para ir cerrando, respecto de tus propios talleres: ¿cómo te definirías como tallerista? ¿Cómo abordás el trabajo con tus alumnos?
En los talleres intento acompañar a quien quiere escribir. No es mucho más lo que puedo hacer, porque la idea es que el otro llegue a encontrar un modo propio y no el mío. Y esa tarea ya es enorme. Me hace muy feliz llevarla a cabo, aprendo mucho en el camino. Los errores que uno comete suelen ser siempre más o menos los mismos por eso me parece que lo primero es identificar esa recurrencia. Y leer. Sí, lo primero es leer.
17 de mayo, 2023
La paciencia del agua sobre cada piedra
Alejandra Kamiya
Eterna Cadencia, 2023
128 págs.