En los relatos de Doscientos canguros, Diego Muzzio (Buenos Aires, 1969) había desperdigado un puñado de animales que extrañaban atmósferas o amenizaban ciertos climas; de una u otra manera, algo indirectamente, espejaban al verdadero animal, núcleo del interés autoral: el ser humano. Con su reciente novela, El ojo de Goliat, Muzzio ahonda en una problemática cara al siglo XX, en una particular esquirla y un efecto insidioso de los conflictos bélicos: la neurosis de guerra, esa aparentemente nueva enfermedad que aqueja –para decirlo con Abelardo Castillo– al animal que cuenta.
Década del veinte. Los temblores de la Primera Guerra Mundial desestabilizan aún el continente europeo. El psiquiatra Edward Pierce, a cargo del tenebroso asilo inglés St. Bartholomew, recibe un particular paciente, el ingeniero David Bradley, que ha enloquecido en el islote Schouten mientras inspeccionaba el estado del faro Goliat. Estudioso de la neurosis de guerra, Pierce deberá interpretar el trauma del enfermo para alcanzar su origen y propiciar alguna clase de cura. Para dar, en fin, con la solución del enigma psíquico. En una escena literaria en la que persisten las ligeras experiencias del yo, Muzzio imagina una aventura expresionista, de tintes fantásticos y personajes contundentes; una aventura, en definitiva, en la que la figura del doble y los complejos vericuetos de la psiquis lucen como una respuesta dramática al pedido del canguro de Kipling: “Hazme diferente al resto de los animales”.
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El ojo de Goliat es la primera novela de Muzzio. Desde el comienzo del proceso de escritura, afirma, supo que se trataba de una novela antes que de un texto de menor aliento.
¿De qué manera exactamente lo supiste? ¿Lo advertiste por el desarrollo que implicaría la trama o algún personaje? ¿Porque visualizaste la estructura del texto?...
En realidad, es mi primera novela para adultos, porque he escrito novelas juveniles y para chicos. Sí, en efecto, supe desde el principio que sería un texto más extenso que un cuento o una nouvelle por lo que sabía hasta el momento de la trama, y también porque tenía claro que el ambiente, la atmósfera que necesitaba crear, tanto en el asilo como en el faro, sería primordial en el desarrollo del libro; para poder hacerlo, necesitaría una extensión consecuente.
En una entrevista sostuviste que te gustaba escribir pensando en un tema en particular: ¿fue también lo que ocurrió con El ojo de Goliat?
En ese caso hablaba de cuentos, específicamente de cómo se puede estructurar un libro de relatos a partir, justamente, de un tema que los agrupe y vaya hilvanando los textos unos con otros. En Goliat tomé dos temas que me fascinan: los faros y la Primera guerra. Los faros porque son sitios misteriosos, sobre todo los que se encuentran en alta mar, torres que se elevan en el limbo, que no pertenecen ni al océano ni tampoco a la tierra, lugares en los que uno tiene la sensación de que todo puede suceder; y la Primera Guerra Mundial porque fue el momento de la Historia en que la humanidad se hundió definitivamente en la violencia, el origen de la barbarie que marcó el siglo XX, un lugar del que, creo, todavía no terminamos de salir. Luego se fueron agregando algunos otros temas, como el del doble, fundamental en la literatura fantástica, y el de la locura.
Diego Muzzio por Juan Carlos Comperatore
El doctor Pierce, ocupado en los campos de la salud mental, incluso en la filosofía, la historia, las biografías y los relatos de viaje, no lee ficción: la considera, peyorativamente, un pasatiempo.
¿En tus propios términos, qué supone una ficción?
Para mí es todo lo contrario de lo que puede significar para Pierce. La ficción es lo que nos permite mantenernos alejados de la locura; entiendo aquí por locura a la repetición de una rutina a la que, de una u otra manera, estamos sometidos todos. Los libros, la posibilidad de sumergirnos en distintos universos, es nuestra salvación y nuestra salud. Pensemos, sin ir más lejos, en la pandemia; ¿qué hacíamos, mientras estábamos obligados a quedarnos encerrados en nuestras casas?: mirar películas, leer, escuchar música... En mi caso en particular, la ficción es tan esencial como alimentarme o dormir. Como diría Eliot, “el hombre no puede soportar demasiada realidad”. Yo agregaría: ni está obligado a hacerlo.
La dualidad, la locura, las alucinaciones, el peso de la atmósfera, son elementos caros al fantástico y al terror. ¿Qué diferencia el uso que hacés de estos elementos respecto de su funcionamiento en las obras clásicas del género?
No creo que haya una gran diferencia en el uso que hago de estos elementos en la novela, más allá del efecto que se busca generar en el lector. En Goliat no me propuse específicamente provocar miedo, aunque hay escenas en el faro que pueden entrar dentro del género de terror. Lo que atormenta al ingeniero Bradley es sobre todo la culpa, lo mismo que a Evans, el antiguo guardián del faro.
Sí, el pecado y la culpa son un gran motor narrativo en tu obra...
Sin duda, tengo una educación católica.
Pero volviendo al tema anterior. Si tu uso es semejante al de la tradición: ¿de qué manera crees que se impregna tu sello personal, tu rúbrica, en el género?
No sé si en mi caso se puede hablar de un sello o una rúbrica; no pienso en este tipo de cosas cuando escribo, y no soy tampoco el más indicado para responder a esta pregunta en particular. Cuando escribo, de lo único que soy consciente, lo que intento hacer, es escribir la historia que tengo en la cabeza de la mejor manera posible. La corrección, en mi caso, es una instancia quizás más importante, y en algún punto más placentera, que el trabajo de escritura. Corrijo obsesivamente, nunca estoy del todo conforme con el texto.
Pierce, como hipnotizador, dice el narrador, es un médium. Abre las puertas del inconsciente, convoca demonios, los exorciza y también él está expuesto, paga un precio.
¿Hay alguna relación entre ese hipnotizador-médium y tu concepción de escritor?
¿Qué es lo que sucede cuando una historia nos atrapa, cuando un relato nos mantiene en vilo, cuando resignamos horas a nuestro descanso para seguir leyendo, o cuando nos pasamos la parada del colectivo o la estación de tren porque estamos con la nariz metida dentro de un libro? Un buen narrador no hace más que hipnotizarnos, nos saca de nuestra realidad y nos arrastra dentro de la historia, nos manipula, crea todo un mundo para nosotros. Desde ese punto de vista pienso que sí, el escritor es un hipnotizador, o debería serlo.
En alguna oportunidad Muzzio ha defendido su experiencia de lectura con la obra de Cortázar, alguien que, para cierto público, ha envejecido, y no de la mejor manera. La influencia de otro autor desprestigiado, Sábato, parece emerger de cuándo en cuándo en El ojo de Goliat.
¿Ves, en efecto, algo del autor de Sobre héroes y tumbas en tu novela?
No, yo no lo veo, pero algo debe haber, ya que lo mencionás. En toda caso, es un autor que, como Cortázar, he leído mucho en mi adolescencia, y que de algún modo me marcó. Creo que una parte de la crítica ha sido siempre muy injusta con Sábato, que ha escrito al menos dos obras esenciales de la literatura argentina, El túnel y Sobre héroes y tumbas. Se le reprocha a Sábato que escribe mal, pero en ese caso deberíamos denostar también a Arlt y a muchos otros. Se le reprocha su postura romántica de escritor atormentado, sin duda un personaje bastante cansador y que encarnó durante toda su vida, pero esto tampoco justifica, creo yo, que se lo relegue de esa manera. Lo más terrible, lo que sí podemos reprocharle sin temor a ser injustos, es su connivencia con la dictadura y la manera que tuvo de desligarse de esos errores durante la democracia. Una actitud detestable, sin duda, la misma que tuvo Borges. Entiendo que aquí entramos en terreno conflictivo, el mismo que encarnaron otros como Gottfried Benn, Heidegger, Sarmiento... ¿Las opiniones políticas, las miserias del hombre, invalidan su obra? En el caso de Borges, creo se antepone la obra a la persona. En el caso de Sábato, es al revés.
En su Cuaderno de faros, Jazmina Barrera escribió que los faros hablan el “idioma primordial de las llamas y su mensaje es, en primera instancia: aquí hay humanos”.
¿Cuál dirías que es el idioma que habla el faro de tu novela?
El idioma que habla el faro de mi novela es el opuesto a la idea que podemos tener de estos gigantes insomnes, cuya luz representa la esperanza en las tinieblas. Goliat encarna la desesperación. Es un infierno vertical, un lugar donde el personaje recala para expiar sus pecados.
Apuntes manuscritos de Muzzio sobre El ojo de Goliat. Imagen cedida por el autor
La problemática de la paternidad, cara a Las esferas invisibles y Doscientos canguros, regresa aquí algo tangencialmente: tanto el doctor como el paciente acusan una temprana orfandad. Muzzio ha comentado que, en esa temática, sobrevive una leve raíz autobiográfica.
¿De qué manera tu ficción se nutre o utiliza lo autobiográfico?
No podría precisarlo. En el momento de la escritura uno no piensa en esas cosas; al momento de construir un personaje, uno se pregunta si nuestra historia personal está influyendo en esa construcción. Sin duda lo hace, pero no es algo que me preocupe o me proponga a la hora de escribir.
Autor de libros infantiles, Muzzio asegura que la diversión forma parte de dicho proceso creativo.
¿Ocurre lo mismo con tu literatura “para adultos”? Por otra parte, pienso que, como efecto de lectura, El ojo de Goliat no se preocupa en generar siquiera la más breve y leve sonrisa...
Sí, la historia que estoy escribiendo tiene que interesarme, lo que, por otra parte, parece lógico; no creo que nadie pueda escribir algo que a él mismo lo aburre, sería una contradicción. Uno puede hacer el esfuerzo de terminar de leer un libro aburrido (aunque, como decía Borges, la lectura es una forma de la felicidad y si un libro nos fastidia lo mejor es abandonarlo), pero escribirlo... No creo que sea posible escribir si lo que estamos haciendo nos aburre.
Por último, ¿qué escritor/a argentino vivo te interesa y por qué?
Mariana Enríquez, Guillermo Martínez, Martín Sancia Kawamichi, Mariano Quirós, Federico Falco, Luciano Lamberti, Selva Almada, Samanta Schweblin, seguramente me olvido de otros. Me interesan porque, sobre todo, disfruto de la lectura de sus libros.
27 de julio, 2022
El ojo de Goliat
Diego Muzzio
Entropía, 2022
183 págs.
Crédito de imagen: Victor Carreira