La insistencia de la regularidad, la constancia de la repetición, de una acción minúscula pero persistente que, con paciencia, va calando hondo una materia, un cuerpo. Va puliendo, dejando un trazo que los va horadando infinitesimalmente y marcando una estela que será perceptible con el paso del tiempo. Esta es la imagen que sustenta la novela de Mercedes Álvarez, La gota en la piedra, publicada este año por Mardulce.
El relato se construye a partir de una polifonía. Comienza hablando una mujer que pierde su mano izquierda en un accidente del cual carecemos de información para inferir la causa (porque eso, en definitiva, no importa). Luego, hablan sus amantes. Las voces se intercalan: "probablemente nunca sabemos quién es el otro, y menos si ese otro es el objeto de nuestro deseo"; "qué otra cosa puede pedirse a las personas, excepto que no dejen de hablarnos"; "es de maneras insólitas que se ata un nudo entre la vida de dos personas".
Pero la novela también expone, gracias a escenas de gran componente poético y visual, cómo esos nudos interpersonales se destejen, se vuelven lábiles. Cómo esa acumulación de acciones, palabras, gestos, y silencios hace que las relaciones se vayan deteriorando.
La voz de la protagonista, Sofía, nos cuenta de la relación con su ex marido, que la abandona por no soportar la falta ─que no refiere necesariamente a la mano perdida─ y le deja unas raquetas de ping pong antes de irse de la casa. También nos habla de la relación fantasmagórica que tiene con su muñón (palabra que detesta); y del vínculo con su madre, quien carece de las herramientas para contenerla cuando ella busca refugio en su nido.
Birkin, su amante cirujano ─que es justamente quien la opera─ es capaz de intervenir un ser con pasión y entrega, pero no soporta "ver a los pacientes despiertos". Siente que Sofía le entrega "su cuerpo en sacrificio". Él nos cuenta sobre su propia pérdida, la de su esposa amada, que muere abruptamente por un ACV, tal vez porque, según especula, "su cerebro tuvo que reventar una vena para poder apagarse".
También habla Pietro, su amante empresario, que "cree que el dinero puede comprar un destino". "Puedo darte lo que quieras", le dice a Sofía, sin ser consciente de que es una promesa que no podrá cumplir. Pasado el tiempo, cuando adviene el arrepentimiento, se lamenta: "Tal vez fue mi culpa. Nunca le mostré mi verdadero rostro. Le pedí que fuera alguien en la vida cuando ella no quería ser nada".
La falta, la pérdida, atraviesa todas las voces. En la sucesión de imágenes, los distintos personajes pierden un miembro tras una amputación, pierden uno y varios amores, pierden un hijo, pierden un embarazo, pierden la juventud, pierden capacidades, pierden la completud y pierden la motivación vital. En la trama sobrevuela el horror que adviene en el instante en el que se pasa de la salud a la enfermedad; así como la potencia de ayudar a vivir, o a morir.
Sofía confiesa: "prefiero lo que decae, los florecimientos son engañosos", y cuando la invade el pasado, lo ve "lleno de oportunidades desperdiciadas". Tal vez por ello, intuye que el diario imaginario que alguna vez llevó "podría ser una buena metáfora de su vida".
Entonces, ¿qué sostiene en pie a los personajes? ¿De dónde sacan la voluntad para seguir adelante? ¿Cómo atraviesan el duelo, esa presencia de la ausencia que los interpela a cada paso? Cada voz nos ofrece distintas pistas para develar el misterio.
Sofía parecería, la mayor parte del tiempo, carecer de esa energía necesaria para la transformación. Pero, aún así, encuentra la belleza, o se deja encontrar por ella, en la vivacidad de sus ensoñaciones, en sus juegos de palabras, a la hora de entregarse al amor y al deseo y, por momentos, en el humor.
Al mismo tiempo, la historia nos brinda momentos para preguntarnos por la relación con la maternidad/paternidad. Aparecen en la novela hijos que no llegan a nacer, hijos que mueren tras hacerlo, hijos que se decide no tener, hijos que se lamenta haber tenido, hijos que son tomados de la mano.
En definitiva, la novela nos interroga acerca de cómo nombrar lo que ya no está, más aún teniendo en cuenta que, como advierte la narradora, "la gente tiene tanto miedo del cuerpo como del lenguaje".
8 de septiembre, 2021
La gota en la piedra
Mercedes Álvarez
Mardulce, 2021
120 págs.