Con Antes que desaparezca, su último libro, Sylvia Iparraguirre concluye “Historia argentina”, una trilogía que encuentra en El muchacho de los senos de goma (2007) y La orfandad (2010) sus antecedentes directos. Mientras que el primero se enmarca en la sórdida década menemista, el segundo, centrado en un particular anarquista, se encuadra en la década de los veinte. Con su reciente novela, de fuertes marcas autobiográficas, Iparraguirre pone el foco en el fin de los sesenta. La dictadura de Onganía, el efervescente mundo universitario y los centros de estudiantes clandestinos, la formación de Montoneros y el ERP, el Mayo Francés, el Cordobazo; esta historia sociopolítica se condensa en –y atraviesa a– la historia personal de Lucía, la protagonista, una adolescente que llega de Junín para estudiar Letras en la UBA. Y que, durante su primer año, se hospeda en un simpático (y autobiográfico) pensionado de monjas. La historia comienza, sin embargo, en un presente adulto, en el que el reencuentro con una compañera de pensión dispara la evocación, el recuerdo, la reconstrucción, de una vida que no es, entonces, únicamente personal, sino colectiva, pública, política.
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La novela abre con dos epígrafes poderosos. El de Úrsula K. Le Guin (“La verdad nace de la imaginación”) resulta particularmente productivo, tal vez algo “provocador”, en una novela con raíces autobiográficas.
¿Cómo trabajás el vínculo entre lo biográfico y la ficción?
Partamos del relativo uso de las etiquetas de género: esta no es una autobiografía, es una novela. Sobre la materia autobiográfica de partida, trabajada a su vez por la memoria y el olvido, operan las leyes de la ficción para organizarla y darle un sentido. La frase que tomo de Úrsula K. le Guin contiene una profunda verdad literaria. Particularmente, para mí y en esta novela, fue un apoyo decisivo, una coincidencia perfecta lo que enuncian los dos acápites. Trato de reconstruir un mundo pasado, tanto exterior como interior del personaje, y hay momentos en que la memoria se adelgaza y sólo queda de lo vivido algo fugaz, pero que ha persistido en el tiempo. Es cuando interviene la imaginación y lo expande, lo ahonda y le da el sentido necesario para que encaje en la interioridad del personaje, o de los personajes, y en las escenas que les tocan vivir. De este mecanismo nace una verdad más honda. Por supuesto que, rodeándolo todo, o latiendo siempre en el fondo, está la inmensa lección de Proust. Es un tema bien interesante, del que podría estar hablando mucho tiempo. Me intrigan los mecanismos de la ficción y la relación entre memoria y ficción que, en esta novela, me planteó varios dilemas. Por ejemplo, el personaje de Lucía, por ser el más cercano a mi experiencia y por momentos mi admitido alter ego, no podía superponerse u opacar a los otros que debían tener identidad propia.
El primer corte de la novela trae consigo la imagen de la narradora frente a la computadora en su intento por comenzar a ordenar y recrear la conversación con Clara, antes que desaparezca, podría decirse.
¿Es la escritura un modo de evitar el olvido?
Si, justamente, de ponerle un límite al olvido. Es de lo que habla el acápite de K.M: antes de que el olvido se trague el recuerdo. En un sentido amplio, la literatura es un modo de la memoria colectiva; algo gratuito, como todo arte, que expresa la experiencia humana a través de los siglos, algo que nos une. Tal vez una de las cosas de las que podemos sentirnos orgullosos los seres humanos. Por otro lado, la escritura, como mera anotación episódica, sin pretensiones, ha hecho que perduren las historias más olvidadas, de las personas más humildes y marginadas, y en el plano del género, la escritura de actas de bautismos, listas de compras, memorias ocultas y cartas personales ha hecho posible reconstruir la vida de las mujeres cuando la lectura y la escritura les eran negadas o retaceadas. En el plano de la escritura y lectura literarias, el libro ha permanecido como soporte y objeto perfecto desde su invención hasta ahora.
¿Considerás que el texto puede leerse como una especie de novela de aprendizaje?
No lo concebí de ese modo, pero tal vez en un punto se pueda leer así. Se trata de dos mujeres que reconstruyen su pasado en común, unos breves años en que compartieron un cuarto en un pensionado de monjas. La primera preocupación de la escritura fue que fueran reales y que la memoria operara de manera fluida, que el tiempo circulara a su alrededor de manera natural, como cuando uno recuerda ayudado por otro, algún pasaje de su vida. Y que detrás de ellas se viera la época. Pero la lectura es la más libre de las inclinaciones y es el lector el que decide el último sentido que tiene para él un texto. Desde ya lo que se reconstruye en ese diálogo es la salida al mundo de una adolescente que, lentamente, entra en los primeros años de su juventud: cómo ve el mundo que la rodea, cómo trata de hacerse la idea de las cosas y de las experiencias que le tocan vivir. Así que, creo que sí, en un plano, la lectura de esta novela puede considerarse como la lectura de una novela de aprendizaje. Hay algo arquetípico en ese dejar la casa paterna y salir a experimentar el mundo, algo que es universal y que, desde ya, es un topoi de la literatura.
Silvia Iparraguirre por Juan Carlos Comperatore
Por la novela circulan “libros peligrosos”, considerados así por la monja a cargo del pensionado, por la dictadura de Onganía, por amplios sectores de la sociedad. También se menciona a Gogol, que quemó la segunda parte de una de sus novelas por pecaminosa...
¿Existen hoy, en algún sentido, libros peligrosos?
Sólo para la moral tradicional pueden existir libros peligrosos. O en una dictadura, de cualquier signo que sea. Dostoievski puede considerarse peligroso, sin embargo, un lector precoz recordará siempre la fuerza de las ideas y de los personajes de sus libros, aunque no los comprenda del todo. Hay libros malos, quiero decir mal escritos, innecesarios, superficiales, oportunistas, de mercado, en ese sentido pueden ser culpables de corromper el gusto por la lectura o de inclinarte, cuando sos muy joven, a leer un tipo de historias sin consecuencias, que sean para el olvido. Pero no a todo el mundo le gusta leer; no está ni bien ni mal. En mi caso, creo que la lectura ayuda a desarrollar el intelecto, la memoria y la imaginación. Es algo privado y solitario que te ensancha el mundo en que vivís y te aporta experiencia. Eso, lejos de ser peligroso es un beneficio enorme. Peligroso sería un libro fascista o nazi, que los hay. La monja de mi novela está más que nada atenta a la moral sexual del grupo; no puede ni de lejos sospechar el tema de “Dios ha muerto”, nietzscheano, que Lucía lee una noche y que constantemente la interpela.
En un momento de la charla con Clara, la narradora habla sobre su amigo Felipe y explicita que debe hablar sobre él porque, de alguna manera, se lo debe.
¿Con la escritura de un libro de esta naturaleza, se paga algún tipo de deuda ya sea personal, literaria, social, generacional?
En todo caso una deuda con uno mismo. Tal vez sea así con Felipe, que remite a Jorge Polaco, el director de cine que murió hace algunos años y a quien no pude decirle todo lo que me había divertido con él en aquellos años. Pero es una muy buena pregunta que tal vez te podría contestar más ampliamente si me psicoanalizara, pero como no lo hago, improviso. Hace muchísimo tiempo que tuve la idea de contar episodios de cuando vine a Buenos Aires a estudiar, como miles de chicos y chicas del interior con el correr de las décadas. Esa historia fue siempre postergada. Ésa era una deuda. Lo que me impulsó fue el contraste, el contrapunto, en principio humorístico, ya que el humor es un motor muy fuerte cuando escribo, aunque después las escenas vayan hacia otro lado, entre el pensionado de monjas y la facultad de filosofía y letras de la UBA, en la que cursé mi carrera. Le encontré un sentido primero personal, pero después, entrando ya a escribir las distintas partes, un sentido que iba más allá, ya que Lucía, como tantos, se ve envuelta en circunstancias que la superan y que mucho más tarde van a tomar lugar en el armado de la historia de nuestro país. Mientras las cosas suceden, vivís. Yo quise evitar la sanción histórica de esos hechos, me borré la Historia; quise presentarlos como lo que le toca vivir a una chica de dieciocho, diecinueve años testigo involuntaria y muchas veces ignorante de la dimensión de esos hechos. Uno vive así lo que le pasa.
Has comentado en otras entrevistas que Abelardo Castillo te dio un buen consejo en relación con la novela: no dejar reposar demasiado el texto. De lo contrario, te alejarías de tal modo de “Lucía” que te sería difícil reconocerla cuando vuelvas a ella.
¿Hay algún otro consejo o enseñanza literaria de Castillo que consideres fundamental?
Incontables; aprendí a escribir con él. Aparecían en el mismo vivir, en lo cotidiano, cuando hablábamos de libros y de autores. Y cuando poníamos cada uno a consideración del otro lo que estábamos escribiendo. Abelardo no daba consejos, simplemente enunciaba cuestiones de forma: de sintaxis, de palabras, de cómo había él resuelto alguna dificultad en un cuento o en un pasaje de una novela. Y por supuesto, su tenacidad. Tenía un extraordinario genio oral; sus clases en el taller, que dio acá en casa durante décadas, iban de lo aparentemente trivial, a alguna formulación casual que contenía una verdad para el que supiera escucharla, como por ejemplo algo que cito en la novela: “Borges no ve, pero hace que el lector vea” ¿Cómo hacer que el lector “vea” sin acudir a soporíferas descripciones? Hubo cosas que le escuché muy temprano, cuando hacía poco que lo conocía y yo era muy joven. Lector de Valery, asumía que la corrección de un texto es una empresa espiritual de reforma de uno mismo, algo que entendí mucho después; como también otra cosa que repetía: el conocimiento pasa por el cuerpo y que descubrí es una verdad total.
Antes que desaparezca...
¿Nos contarías alguna anécdota alrededor de "El escarabajo de oro o "El ornitorrinco"?
Escenas en que nos divertíamos mucho con Abelardo, Liliana Heker y Bernardo Jobson, armando, entre todos, las partes de humor de la revista; mi terror a publicar una crítica cuando era todavía estudiante y no me sentía con “derecho” a opinar, muy marcada por la autoridad académica de la facultad (en esto Abelardo casi me obligó a escribir); llevar la revista en paquetes a los kioscos, a mí me tocaba el de Facultad de Medicina, en el subte; la tarde que con un grupo muy chico de participantes de la revista recibimos a Cortázar en nuestro departamento de Pueyrredón.
27 de abril, 2022
Antes que desaparezca
Silvia Iparraguirre
Alfaguara, 2021
384 págs.