Ciertos escritores argentinos pueblan el desierto literario como los niños, su imaginación. En lo que respecta a las últimas décadas, Martín Kohan lo utilizó para que Fierro y Cruz resolvieran sus cuitas amorosas, Pedro Mairal lo transfiguró en una fuerza distópica que arrasaba con la civilización contemporánea, y César Aira, un poco antes, se desternillaba con unos indios duchos en metafísica. En el caso de La mujer del malón, la última novela de Daniel Guebel (Bs. As.,1956), el desierto se proyecta como un espacio ininteligible abierto a posibilidades casi infinitas: cualquier acontecimiento es capaz de aflorar –dramático, terrorífico, hilarante–. Al mismo tiempo, Guebel se interesa –aunque solo en parte, y sin ninguna convicción pedagógica– por exhibir, en la vastedad pampeana, el misterio irreductible del alma femenina, que permanece ajena al esfuerzo y a las capacidades de dos considerables zopencos masculinos (e históricos): Adolfo Alsina y Alfredo Ebelot.
María de las Mercedes del Rosario de Jesús Zembrano (la dama en cuestión al comienzo de la novela) es casada a sus quince años con un hombre cuya fortuna supo robustecerse durante el Virreinato. La fiebre amarilla le arrebata rápidamente al marido y al hijo en común. Guebel, sin embargo, se aburre pronto del drama e introduce al pelmazo mayor, Alsina, que se enamora de la viuda (o mejor sería decir: de la imagen idealizada que se ha encargado de pergeñar). El desencuentro entre ambos será calamitoso (calamitoso, en verdad, para él, aunque por sus limitaciones románticamente machistas jamás podrá advertir que ella, parafraseando al narrador, no puede verlo ni en figuritas), y las diferencias se plantean, incluso, en sus respectivas condiciones de lector. Alsina pretende de María una ingenua Madame Bovary, una lectora arrebatada por las novelas del corazón. Pero no hay caso: ella defiende el realismo, y sepulta la posible relación con una línea que el propio Guebel rubricaría: “Un buen lector pronto se cansa del amor como único tema”.
De buenas a primeras la mujer es raptada por el cacique Pincén y las limitaciones del hombre y su obcecada mentalidad cobran ribetes humorísticos. Si el amor, para Kafka, era una constante sucesión de cartas para diferir el encuentro presencial, para Alsina se trata, simplemente, de leer mal la (única) carta que María le envía desde el desierto. Invirtiendo la clásica antinomia de civilización/barbarie, la mujer afirma: “Vivo en una civilización distinta a la que estaba acostumbrada y no pienso abandonarla y volver a lo que ya conozco (...) [en] esta existencia que usted llama salvaje y yo pienso plena. Podría darle detalles pero no tiene sentido porque solo se entiende lo que se conoce con el cuerpo”. No puede haber otra interpretación más que esta, cavila Alsina: María ha sido coaccionada para escribir como lo ha hecho. Dispuesto así el escenario ideal para su concepción amorosa –la mujer angelical secuestrada y necesitada de auxilio caballeril– Alsina, con la ayuda del ingeniero francés Alfredo Ebelot, desplegará una serie de estratagemas delirantes hasta dar con las más absurda de todas (que es, dicho sea de paso, la histórica, la real): la conocida “zanja de Alsina” que ayudaría, incluso, a separar (del mismo modo en que para ciertos espíritus tilingos la General Paz recorta Capital Federal del conurbano bonaerense) cultura de naturaleza y luz racional, de oscuridad bárbara.
Desde luego, La mujer del malón revisita y reescribe tópicos cruciales de la literatura y la historia argentinas: la figura de la cautiva y del indio, la mencionada dicotomía sarmientina, la problemática de la extensión territorial, y un largo etcétera. A Guebel, no obstante, todo lo tiene sin cuidado. La irreverencia es su guía y no pierde oportunidad, cual pícaro de la lengua, de contrabandear términos y expresiones de coloquial actualidad que no son sino guiños para un lector tan iniciado como neófito. Nada más ajeno a la poética de nuestro autor que la adscripción a un manifiesto, que la expresión de un “mensaje”, o la articulación con algún tipo de compromiso. Y, no obstante, sin proponérselo, la novela deriva en un cauce feminista. El futuro es mujer, sostiene al final el ingeniero, al ser testigos de un malón que, como la última ola feminista, avanza sin miramientos; un malón compuesto de mujeres (y liderado, tal vez, por María) que gana terreno y se acerca, feroz, a estos dos bobalicones, Alsina y Ebelot, que, quizá ahora, a orillas de una muerte violenta, empiecen a entrever que una mujer es mucho, mucho más (y otra cosa) que la tosca fabricación de sus propios deseos.
18 de septiembre, 2024
La mujer del malón
Daniel Guebel
Random House, 2024
128 págs.
Crédito de fotografía: Jorge Larrosa.