La entrevista que sigue, inédita hasta el momento, fue realizada en 2006 en casa de Alberto Laiseca, a propósito de la publicación de la novela Sí, seré mala poeta, pero.... Con su desparpajo habitual, Laiseca se explaya sobre obsesiones diversas en una extensa charla en la que no faltaron el humor negro y su habitual histrionismo actoral.
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Empecemos por el interés con respecto a lo histórico: cómo lo trabajas, cuál es tu afinidad por los relatos históricos, por la Antigüedad. Las cuatro torres es, si se quiere, una copia literal de Herodoto.
El problema conmigo es la máquina del tiempo. Yo siempre digo que jamás los científicos van a poder inventar una máquina del tiempo. ¿Sabés por qué? Por más que progrese la ciencia no se puede viajar a un lugar que no existe. Podemos fabricar un coche que atraviese media Europa, pero eso es porque Europa existe. Si no existiera Europa, nuestro coche no nos serviría para atravesar Europa, serviría para atravesar Estados Unidos o Argentina, pero no Europa, porque no existe. De la misma manera, no se puede inventar una máquina del tiempo que viaje al pasado porque el pasado está muerto, para bien y para mal. La única manera de viajar en el tiempo es escribiendo una novela. Es la única máquina del tiempo posible. Yo admiro mucho a los chinos pero no dejo de reconocer su enorme crueldad y eso espero haberlo expresado bien en La mujer en la muralla. Para mí, escribir La hija de Kheops, que transcurre en la cuarta dinastía, fue un verdadero descanso. Porque ahí la crueldad era muy poca. Había mucha belleza, mucho sexo y mucha justicia. Y contrariamente de lo que se ha dicho del faraón, era un hombre bueno y justo, de la clase de gobernantes que a mí me gustan. Por esa época no había esclavos en Egipto. Las cuatro torres de Babel es distinta porque es un claro ejemplo de realismo delirante. Hay una guerra que es toda la guerra: de pelear con piedras hasta con armas nucleares, para volver otra vez a la piedra. Está todo el paso junto porque es una única novela. No están solamente los romanos, también están los babilonios, están todos. Y eso es lo que yo quería hacer. Cada una de mis novelas históricas, entonces, es distinta. En La hija de Kheops como La mujer en la muralla mi gesto fue más riguroso. Con menos libertad delirante. Me ajusté a la verdad histórica. Esa es la diferencia.
A su vez en estas novelas rigurosas, en las que hay hechos fehacientes, te permitís delirios...
Incluso tomé ciertos riesgos. En La hija de Kheops, por ejemplo, dije que el faraón les daba cerveza de tomar a los obreros. No sabes cómo me gastaban. Dos años después se descubrió que efectivamente había una gigantesca fábrica de cerveza...
Era una intuición.
Sí. Yo sabía que era verdad, pero no tenía pruebas. Las pruebas las tuve a posteriori. Pero no sabés cómo me gastaron.
¿Y lo de los mosquitos?
Lo de los mosquitos lo di por supuesto. Yo lo estaba escribiendo en Escobar y los mosquitos me cagaban a mordiscones. Yo escribí La hija de Kheops en un verano, en enero y febrero.
¿En dos meses?
Si, en dos o tres meses. El estudio no, me llevó años. Pero fue poco tiempo de escritura. Me cagaron a mordiscones los mosquitos hijos de puta. Y me dije: “Esto pasa en Egipto porque tienen el Nilo al lado. Mirá si los mosquitos se lo van a perder”. Después me enteré que era cierto: los mosquitos son una maldición para Egipto hasta el día de hoy. ¿Cómo no va a ser así si tienen el Nilo a la vuelta? Entonces, muchas cosas por el estudio, otras por la intuición y otras por la lógica.
Laiseca por Juan Carlos Comperatore
Las historias centrales de La mujer en la muralla y de La hija de Kheops son muy pequeñas, pero parecen estar en el centro de la novela ¿no?
Uno de mis temas ha sido el amor. El otro es el poder. Fijate que La mujer en la muralla es una historia de amor restringido por la dictadura. Porque Chi'n Hsih Hwang Ti es un hijo de puta, que te lleva a tu marido y te lo revienta en la muralla. La dejan sin su marido y la pobre chica se queda en bolas. ¿Sabés lo que es ser viuda en China? En La hija de Kheops el tema también es el amor pero en un mundo completamente pagano donde las mujeres hacían lo que querían. Tenían una altísima libertad sexual. En China, las chicas nunca tuvieron libertad sexual, ni antes, ni durante, ni después. Siempre estuvieron arregladas por los hombres. En cambio, en La hija de Kheops me vi envuelto en contar la libertad sexual en pleno paganismo, sin restricciones. Hentsen, la hija de Kheops, la verdad sea dicha, es putísima, ¿Y qué tiene de malo? Hasta con su padre se acostaba. Fue uno de sus amantes. El viejo sabía. No se lo prohibía, al contrario, la estimulaba a que tuviera otros novios.
Para retomar algo de la Antigüedad, en cierta medida has venerado las creencias politeístas de aquel entonces. ¿Idealizás aquel tiempo en relación con el nuestro? En una entrevista en Ciudad Abierta dijiste: “Antes la gente leía”, “esta ciudad era otra”. Parecías bastante desencantado con el mundo en el que estamos ahora.
Depende. Yo trato de ser justo siempre. Por ejemplo, en lo que respecta a la Argentina es verdad, porque yo lo viví. Durante la primera y segunda presidencia de Perón había poco delito. Ocurrían monstruosidades en el amparo, pero eran pocas. En realidad, la policía tenía poco trabajo. No había droga, no tanta como ahora. Los chorritos se ponen muy locos por la droga y para conseguir droga, porque la tienen en el cuerpo, y asaltan porque están desesperados de que hace dos días no tienen drogas y te matan a vos para sacarte diez pesos, y comprar un paco o no sé qué mierda. Antes no era así. No estoy idealizando, estoy contando las cosas como son. Antes se leía muchísimo y ahora casi no se lee. Eso no quiere decir que no me guste nada de lo de ahora. A mí no me gusta ni la internet, ni los teléfonos celulares, ni la tarjeta de crédito. Pero hoy hay una libertad sexual que no existía cuando yo era pibe. Había muchísima represión sexual, cosa que no hay ahora. En ese sentido, prefiero esta época a la mía. En cuanto al pasado, al paganismo... Yo al paganismo no lo tomo como un bloque único. Los romanos eran paganos, por ejemplo, pero eran unos reverendos hijos de puta. Yo no los quiero a los romanos. Ni siquiera quiero a los tres mil años de civilización egipcia. Porque a mí lo que más me interesa es el imperio antiguo de Egipto y, particularmente, la cuarta dinastía, que es cuando se construyeron las pirámides más grandes. Eso es lo que me interesa. Después vinieron los invasores, los conquistadores y la mar en coche, y fue en la conquista de Egipto que se llenó de esclavos. En la época de Kheops había pocos o ningún esclavo. Lo que era ideal de Egipto, para mí, fue la cuarta dinastía: la gente trabajaba con gusto en la construcción de la pirámide, tomaba cerveza, era feliz. No había esclavos trabajando en las pirámides. Era rotativo: no tenían que trabajar 30 años hasta que la pirámide estuviera construida. Era leva: “ahora te toca a vos y a él, pero el año que viene le va a tocar a él y a mí trabajar en la pirámide”. Esa es la democracia. Mientras tanto las mujeres y sus hijos no van a estar desprotegidos porque el faraón los protege. Les da comida, los cuida. “Aparte, yo a ustedes, que soy el faraón, les voy a pagar un sueldo”. Es así.
Mientras que la relación con la trascendencia en el pasado era fuerte, muchos teóricos y artistas han hablado sobre la pérdida de trascendencia...
Un chiste, directamente. Y, si todos tienen la misma jerarquía destruís la trascendencia. Todo da igual. No puede ser así. Por ejemplo, la gran pirámide fue construida por razones trascendentes; fue para darle un nombre a Egipto. Se ha dicho hasta el cansancio una cosa: que fue construida para contener la momia de Kheops, y que todo se debió a su egoísmo. ¡Pero Kheops jamás estuvo en la pirámide!¡Nunca! Yo sé dónde está. Se lo digo a la mujer en La hija de Kheops... A pesar de todos los miles de años Egipto se sigue llamando Egipto. Hubo un muy breve periodo, que yo lo viví, que Egipto dejó de llamarse Egipto. Se llamó República Árabe Unida por Gamal Abdel Nasser: se unieron Egipto, Siria y Yemen para constituir la República Árabe Unida. Pero por un periodo muy corto. Después volvió a ser Egipto, y eso fue a causa de la pirámide. Tenemos que conservar el nombre de nuestros pueblos, es importante.
En otra entrevista has reivindicado también a la literatura como entretenimiento, y que por eso, por ejemplo, no desdeñarías un bestseller...
Depende del bestseller. Por ejemplo, en su momento, hace 50 años atrás, el bestseller Sinuhé, el egipcio, obra magnífica del finlandés Mika Waltari fue despreciado por los intelectuales por ser un bestseller. “Es un escritor para señoras gordas”. Bueno, yo lo sigo reivindicando a Mika Waltari. Yo, por alguna razón siempre seré un “no seller” [risas]. Me encantaría tener millones que me taparan la mesa, que no me dejara prácticamente caminar. Como decía Perón: “Cuando yo asumí la presidencia y entré al Banco Central no se podía caminar por las barras de oro, molestaban” [risas]. Eso digo yo: a mí me encantaría que en esta casa no se pudiera caminar por las barras de oro, los fajos de dólares, de euros y de rupias. No se desprecian las rupias, eh. Pero ya ves que no es así. Y como te decía, reivindico a Waltari así como a Stephen King, el autor de El resplandor. Sí, es literatura de entretenimiento, pero yo te quiero ver a vos escribiendo una página como la de Stephen King o como la de Mika Waltari. Escribila y yo me callo la boca. Pero primero escribila.
¿Cuál es la novela de Stephen King que más te gustó?
Por lo pronto, El resplandor, que la tengo y todo.
¿It, eso?
Sí, sé que la he leído pero no la recuerdo...
La del payaso.
Claro, ahí está. Lo que pasa que a mí los payasos me caen tan mal que a lo mejor la rechacé por eso, y no por culpa de la novela en sí misma. Aunque la novela hable mal de los payasos, tampoco me gusta. Es que me caen para la mierda. Son muy agresivos, los payasos. Cuando yo era chiquito a mi pueblo venía cada tanto el circo ambulante; se quedaba un mes y después se iban a otro pueblo. A mí me llevaban al circo. Los payasos estaban circunscritos dentro de una pista y no salían a relacionarse con nadie. Y si hubiesen relacionado con nosotros yo lo hubiera odiado. Le tenés miedo a esos tipos pintarrajeados con unas narices coloradas. Pero en aquel entonces, en ese circo, como no salían de esa pista, yo los amaba. No me venían a hinchar las pelotas, y yo los amaba por eso, porque no me podían... Es la única vez que amé a los payasos. Después, los payasos que me encuentro en la calle, que vienen así [imita con voz sarcástica a un payaso] a romperte las guindas, a subir a los ómnibus, no: dejate de joder, hermano. Andá a la puta que te parió. No, gracias. Con It me pasa eso. En cambio, con El resplandor, no. El resplandor no solo está estupendamente escrito, también hay otra cosa: El resplandor tiene como tema la casa encantada. Es un tema que yo adoro. “¿Qué más se puede escribir sobre casas encantadas?”, pensaba. Y resulta que me cae en las manos El resplandor, de Stephen King, y este hijo de puta, porque otra cosa no se puede decir, me demostró que sí se podían decir cosas nuevas. Ese Hotel Overlook es maravilloso. Te hace creer todo, King. Todo es nuevo. ¿Cómo mierda puede ser que sea nuevo, que el tipo consiga hacer nuevo un tema trillado a cagarse? “Otro libro de casas encantadas”, pero dejame de romper las guindas. No solo tengo la novela, tengo también, y la he visto montones de veces, una copia de El resplandor de Stanley Kubrick, con Jack Nicholson.
Eso te iba a preguntar.
Y esta chica de origen francés que ¿cómo se llama? La flaquita esta que es la esposa de él que trabaja muy bien [se refiere a Shelley Duvall]. Mis amigos me decían: “esta mina es un bicho”, “como mujer es un bicho”. Ojalá esta mina me diera bola, si es encantadora. Me encanta esa chica. Unos ojos así de grandes. Me encanta esa piba. No me puedo acordar cómo se llama. Una piba encantadora y muy buena actriz, la puta madre. ¿Y el pendejo? ¿Vos viste lo que era el pendejo? Qué buen actor ese hijo de puta.
Es una buena adaptación para vos, entonces.
Para mí, sí. Alguien me dijo que a Stephen King no le gustó mucho. No sé por qué no le gustó. Es respetuosa con su libro. Es una obra maestra. Están muy bien diseñados los personajes. Y esos espacios abiertos, el Overlook, con esas cosas gigantescas...
Sí, y el laberinto
Si, pero dentro del propio Overlook. Esos monstruos que desaparecen, esas fiestas, todo lleno de fantasmas. “¿Quiere tomar una copa, señor?”, le pregunta el camarero al personaje de Nicholson. “No, está bien. No tengo dinero”. “No se preocupe, acá tiene todo el crédito”. Y el camarero hijo de puta era un ricachón, era como un fantasma. Y lo vio asesinando a su mujer y a sus dos hijitas, y después se voló la cabeza. No sé porque no le gustó a King, si es genial.
No sé cuáles fueron las objeciones.
No, yo tampoco sé. Me es imposible adivinarlas siquiera.
Kubrick, por lo general, trabajaba mucho los guiones, y además hacía muchos cambios en las novelas. Por algo a Nabokov tampoco le gustó la adaptación que hizo de Lolita.
¿Qué adaptación de Lolita, la primera o la última? Hay un problema. Si soy un director en la década del 50 no puedo largar a que se cojan una pendeja. Me van a quemar vivo junto con mi película. Tengo que ser más discreto. Se sobreentiende que a la pendeja de la cogieron, pero ¿qué querés?, ¿sexo explícito? ¿Ponerla en bolas, bajarle los breteles a la chiquita? Nos van a quemar vivos junto con el diablo. No se puede. Década del 50, loco. Se hace lo que se puede. La segunda versión de Lolita es más picantita y también muy discreta. ¿Cuándo le ves las tetas a la pendeja?, ¿Cuándo? Nunca. No te acordás porque no existe. Hay que hacerlo con mucha discreción. No se puede joder con los pendejos entonces
En la primera tuvieron que poner una actriz con unos añitos más que en la novela, porque era muy chica para ese...
Pero ¿qué querés? ¿qué te quemen vivo en la plaza? Qué querés que haga...
Aparte en plena época del macartismo...
Sí, pero aunque no estuviera ese senador Mccarthy igual te queman vivo, te revientan. Te lo repito: incluso ahora, en la segunda versión, a la pendeja no se le ven las tetas en ningún momento, pero es mucho más picantita.
Y hablando del erotismo: es un tópico que está en todas tus novelas.
¿En las novelas de quién?
En las tuyas
Ah, si. Las mías sí, claro.
Es muy bueno cómo trabajás el tema en El profesor Eusebio Filigranati. El personaje quiere destruir la película, pero tiene que hacerla. Y llama al amigo. Se autoconvence y dice “bueno, pero le cortamos media teta nada más” [risas de Laiseca]. ”Ojo, si ves que estoy medio enganchado vos me decís”. Terminan enroscados, quedan hasta las manos...
Sí, se salva de pedo de cometer los peores crímenes por amor a la pendeja. Y después la pendeja también lo iba a matar a él de un sargazo. Aunque no es una Lolita. Es una Lolita, sí, pero de la peor especie. La Lolita de Nabokov no era sádica. Nabokov nunca tampoco tuvo interés de hacer esa clase de personajes. Yo sí.
Por eso, en tu obra, la sexualidad y el erotismo muchas veces terminan en el sadismo. ¿Por qué el erotismo tendría que desembocar en estas “perversiones”?
A mí, por lo general, los personajes se me salen de las manos. Y no los traiciono. Por ejemplo, a Lucila de El profesor Eusebio Filigranati yo no la traicioné. La hice llegar a las últimas consecuencias. Ese sadismo a mí no me gusta. Tampoco ese masoquismo. El sadomasoquismo que me gusta es el que no lastima
¿Cómo sería?
Es el sadismo que yo he practicado, cuando estoy en la cama con mi mina. Mina de tetas grandes. En invierno no la hagas sufrir. “Querida voy al baño a hacer pis y vuelvo”. Jamás fui al baño. Fui a la heladera y metí mis manos en el congelador [risas]. Volví con las manos temblando. “¡Ay!, qué me vas a hacer”. Para pegarle una buena y fría acariciada de teta. “¡Ah, esto es horrible, socorro!”. No es para lastimarla, sino para darle una buena cojida. Cosquillas, enemas, chirlitos. No, no me gusta lastimar ni ser lastimado. No, no me gusta. Para nada.
Difícil en el amor: uno siempre lastima o es lastimado.
Sí, pero por lo general se trata de otro tipo de lastimadura espiritual, como cuando te abandonan. En general yo he sido abandonado. No soy de abandonar. Muy pocas veces abandoné a alguien, y nunca sin una buena razón. De todas maneras soy mucho más amplio en el sentido sexual. Yo me adapto, te lo juro, a la mina que tenga. Tímidamente, al principio, para ver cómo viene la mina. Después de todo tengo razón en decirte que la mujer es la que manda en la cama. Siempre. Es la pura verdad. No es el macho el que manda, es la hembra. Está bien, es justo que así sea. Después de todo, son ellas las que ponen el culo y tienen el derecho a poner sus condiciones. “Si yo pongo el culo, peo”. Está bien, negra, tenés razón. Lo que vos digas lo hacemos”. En serio. Nunca me zarpo.
En tus novelas son ellas las que mandan.
Lo mío es realismo, realismo delirante. La gente, no sé por qué extraña razón, cuando yo digo realismo delirante piensa solamente en delirio. ¿Y la realidad? Yo respeto formidablemente la realidad. Claro que son las minas las que mandan, y me parece justo. “Hijas de putas que mandan”. Sí, estoy de acuerdo. “Qué conchaza tendrá la vieja, todas las noches en ella, luego de haberlo pulverizado y envuelto”. La puta madre, que se me murió el polaco Goyeneche, que si no me cantaba el tango, carajo. El tango de la conchaza. Mirá, hay cosas que la gente no sabe del polaco. Dos cosas: en primer lugar –esto sí lo sabe todo el mundo– era muy buen tipo, y muy solidario. Pero pocos saben que Goyeneche era muy delirante, muy delirante. Era capaz de cantar un tango de la conchaza. No hacerlo público, por su prestigio, pero sí de cantarlo entre amigos. Era muy capaz el polaco. Yo no lo conocí, pero lo he visto. Nunca hablé con él, no le estreché la mano. Pero lo he seguido muy de cerca. Buena persona y solidaria, pero muy delirante. A los amigos les hubiera cantado [Con voz gruesa, imitando a Goyeneche]: “Qué conchaza tenía la vieja”. ¡Nunca me lo cantó, pero lo estoy oyendo cantar! [risas]
Cuando te referís al delirio, cuando decís “no se olviden que es realismo”, cuando explicás lo delirante siempre decís que tenés una forma de agrandar las cosas o achicarlas.
Para que se vean mejor...
¿Y cómo sería lo de achicar?
Restarle importancia a cosas que en realidad son poco importantes. Es para destacar otras. Por ejemplo, sabemos que si una chica no toma precauciones y cojemos con ella, seguramente va a quedar embarazada. A menos que esté en su periodo o esas casualidades. Pero en general quedan embarazadas. Pero, pongamos por caso, si el embarazo no importa en la obra, entonces se minimiza. A menos que sea importante para nosotros, en cuyo caso se hace grande el embarazo. Si no tiene nada que ver lo hacemos chiquitito. Si tiene que ver lo hacemos mucho más grande que en la realidad, así grandote.
Hablemos un poco sobre tus ganas de contar relatos en la televisión. ¿Cómo surgió eso?
En un momento muy remoto de mi vida, hará unos 30 años, me iba para la misma mierda. Entonces pensaba ”me mato o no me mato” [risas]. Porque valía la pena matarse. Menos mal que no lo hice. ¿Me boleteo o no me boleteo? 30 años. Un amigo, felizmente, me prestó un grabador de esos viejos, a cinta. Así que empezamos a hacer obras para el grabador. Inventar historias, hacer voces para distintos personajes, pronunciar un discurso. Y yo creo que todo eso me salvó la vida. Sin saber que, aparte de salvarme la vida, muchos años después me iba a servir como entrenamiento profesional. Para después contar cuentos por i-Sat, o, ahora, para presentar películas de terror en Retro. Me ayudó para entrenar cómo mostrarme en público. Son esas cosas que no sabes de dónde vienen. Son los misterios del universo.
Y a su vez en este último tiempo hay un regreso al relato oral. Encuentros y reuniones en bares para leer. Hay una vuelta en este último tiempo, hará unos diez años...
Sí, incluso cuando yo tenía treinta o veinti pocos, veintiséis o veintisiete, había algo que nosotros llamábamos “lectura de poemas”. Por ejemplo: “te parece bien, flaco, que pasado mañana por la noche nos juntemos en tu casa para una lectura de poemas”, “sí, cómo no y tráiganse cada uno una botellita de vino. Eso sí, eh, no van a pensar que también les voy a pagar el vino. La casa, pero el vino no”. “Perfecto”. Entonces cada uno de nosotros, y alguna chica, traía una copita. Comíamos, bebíamos y cada uno leía sus cosas. Que no necesariamente tenían que ser poemas.
Ese tipo de lecturas se habían perdido un poco, y ahora se están recuperando.
Se perdió y, efectivamente, ahora se recuperó, cosa que me parece bien.
De todas formas lo tuyo no es exactamente leer, es mas bien una reelaboración de textos, una apropiación. Como lo que hace Kubrick con El resplandor.
¿Qué querés? ¿Que me acuerde el texto de memoria y lo recite? Para eso ya lo tenés a Poe. En este caso sos un actor. Por ejemplo, lo que hago con “La caída de la casa Usher”, de Poe, que lo he narrado y lo he leído montones de veces. Ya sea para interpretar o por el solo placer de leerlo. Muchas veces he pensado: ¿qué habría dicho el maestro Poe si estuviera vivo y me oyera contar “La caída...”? Capaz que me caga a trompadas. Porque era violento, Poe. Era muy agresivo. Si no le caía en gracia lo que vos hicieras te cagaba a trompadas. Yo pienso que le gustaría lo que hago. Está hecho con tanto respeto y con tanto amor que pienso que al maestro tendría que gustarle. Pero era tan raro que por ahí me faja.
Hablemos del personaje Lai, tan recurrente en tus textos. ¿Quién es Lai?
¿Lai? Yo soy Lai. Es mi apellido chino. Lai Chu.
En todas tus novelas apareces así, ¿no?
La bestia, el monstruo, el Conde Drácula, lógicamente tienen que aparecer [risas]. ¿Cómo va a faltar la bestia? La novela se desmerece si no [ríe de modo grotesco].
Hablando de la bestia, ¿hay una capitalización literaria de lo peor de uno?
Sí. Es que hay que transformar en arte lo peor de uno.
La bestia. El sadomasoquismo. El erotismo. También la amistad está presente en tus novelas.
Hay dos relaciones posibles. Digamos que hay tres, pero a la tercera muy poca gente puede acceder. Nosotros, las personas comunes, tenemos dos posibilidades y debemos usarlas: la amistad con el amigo y la unión con la mujer. Hay una tercera relación que es la del jefe de Estado con su pueblo. En mi novela sí, soy el dictador máximo: el Monitor de la Tecnocracia y el Alcalde Perpetuo de Camilo Aldao, mi Pueblo. Pero, en la realidad, soy igual que los demás.
Ahora que mencionabas al Monitor, al Jefe de Estado...en su introducción a Los Sorias Piglia te vinculaba, entre otros, a Philip K. Dick. ¿Es algo en lo que habías pensado durante la escritura de la novela o es una filiación que hace la crítica por su cuenta?
Yo lo he leído a Philip Dick, y lo admiro mucho, pero no ha tenido influencia sobre mí. De todas formas no me opongo a esa interpretación.
En esa novela y en parte de Las torres...podría haber una conexión muy fuerte entre Dick y vos.
¿Por la ucronía?
Sí.
Pero Laiseca no es el primero en hacer ucronía, y tampoco Philip Dick. Es del acervo cultural.
También por esa conexión entre poder, por un lado, y trascendencia, por otro. Esa comunión...
Para mí en la literatura todo es legal, y todo está permitido, siempre y cuando vos digas lo que realmente querés decir.
Hasta el plagio es legal, ¿no?
Yo hincho las pelotas con el plagio. A esta altura con toda la clase B que tengo podría plagiar impunemente. Por ejemplo, yo podría decirles este chiste y quedaría como una joda muy de Laiseca: “No se me acerquen o los muerdo. No se me acerquen o los muerdo”. Y en realidad lo afané de una moviola que ya nadie lee. Yo podría escribirlo ahora, y quedaría “muy Laiseca”. Y sin embargo lo tomé de una novela que leí de la revista Leoplan. Lo podría plagiar impunemente, lo que pasa es que me gusta más citar que plagiarlo, porque al citar rescato cosas del pasado, y lo que quiero es rescatar las cosas buenas que hubo en el pasado. No quiero plagiar, quiero citar porque es mucho más vital, te hace vivir las cosas que lo nutrieron a uno. Yo nunca me olvidé de ese pasado
Sin embargo en el ensayo ¡Por favor, plagienme! reivindicas el plagio y no tanto la cita.
Es que la cita también está llena de citas. Lo que yo quise transmitir en ese ensayo es la dificultad de ser justos con un tema tan complicado como el plagio. Hasta dónde es legal tomar lo de otro, hasta dónde es ilegal. Eso es lo que quise hacer. Una cosa muy difícil.
Con alguien con quien se te relaciona fuertemente es con Marechal, que también idealiza a la mujer, incluso tiene esa relación más platónica...
¿Te referís al Adán Buenosayres?, ¿al libro azul? No. Yo lo leí dos veces al Adán Buenosayres, con muchísima atención. No. Marechal escribió el “Libro azul” para burlarse de sí mismo, para burlarse de su estúpida y pelotuda idealización. Es una bajada de caña contra sí mismo. Eso te lo aseguro. Lo escribe para desmenuzarse. En ese libro Marechal es implacable consigo mismo. Se pega como no le puede pegar nadie. Se burla despiadadamente de sí mismo y de su pasado y de sus pelotudeces idealizadoras.
Y cuando escribías El jardín de las máquinas parlantes, ¿tenías muy presente a Marechal?
No, para nada. Ese libro es el menos imaginativo de los míos y parece el más imaginativo. Son todas cosas verdaderas que suceden en Buenos Aires y en otro país. Con cosas que tienen que ver con la magia. Es todo real.
¿Qué serían las máquinas?
Son máquinas que están construidas, como digo ahí. Las máquinas son verdaderas, existen. Lo que pasa es que a mí no me gusta hablar mucho de la magia. Ya todo lo que tenía que decir sobre la magia lo dije en El jardín... Si me preguntás algo sobre El jardín... te contesto, aunque no me guste hablar mucho del tema. Pero sí me siento en la obligación de decirte que todo es verdad. Es todo verdad. Esos bichos existen [risas] y espero que nunca te encuentres con uno de ellos. No quiero hablar más de ello.
¿No te gusta hablar particularmente de la novela o de la magia?
De la magia. No me interesa.
Y de tus novelas ¿cuál considerás la más genuina?
Todas. Mis obras tienen la siguiente característica: cada una de ellas es mejor que todas las otras juntas [risas]. Todo paradójico, te asusté. Claro, obvio.
Pensaba en Los Sorias, que tiene esa consistencia mitológica...
Probablemente Los Sorias sea mi obra maestra. Pero yo me siento tan cómodo adentro de obras como La hija de Kheops o de El jardín... Bueno, son distintas comodidades. ¿He hablado alguna vez de la conchaza? [risas]. A cierta edad, el alzheimer... [más risas].
¿Qué estás escribiendo ahora?
En estos momentos nada. Una serie de cuentitos. Hará dos o tres días se me ocurrió uno, ya tengo el título: “La mitad más uno”, como Boca. El título más difícil de poner: “La mujer que tenía ojos de sapo”. Una mujer bellísima, pero que tiene ojos de sapo, dorados. Es la única mujer que puede tener un sabio loco. Y la tiene en su castillo. Las otras minas se asustan, porque lo consideran demasiado viejo. Y la mina, a pesar de que es joven y linda, tiene ojos de sapo, quiere decir que es una mujer mágica. Eso sí, mágica o no, ojos de sapo o no, es mina y como buena mina se va a vivir con él, a su castillo ruinoso, lleno de murciélagos. “Los murciélagos están bien, los sapitos... Eso sí: acá nada de cosas viejas y rotas. Hay que arreglar el castillo”. Y, es mina, ¿viste? [risas]. “Acá me limpias todo, me ordenas todo”. El tipo termina transformado en una persona casi normal. Las mujeres están para eso, para hacernos crecer, para poner un poco de orden.
¿Se tradujo alguna novela tuya a otro idioma?
No. Y esa es una de mis preocupaciones. Estoy traducido al mismo idioma. En España. Después la traducción de un cuento mío de Matando enanos a garrotazos. Pero libro, ninguno. ¿Dónde están mis traducciones al cheyene? ¿Al esquimal?, ¿Dónde están?
¿Quizás se deba a tu manejo del humor?
No sé. Quizá porque no tengo un equipo.
Un agente literario.
Sí. Lo mío es muy nuevo. En otros terrenos tendría otros espacios. Para lograr que a mí me pasen al inglés quizás tendría que haber hecho mi vida en un lugar anglosajón.
Pienso que La mujer en la muralla es una novela en sentido clásico. Digo, tiene un humor justo. Es un relojito que abre y cierra...
La única vez que visité Francia me llevé La mujer en la muralla. ¿Sabés lo que me dijeron los editores? “Son chinerias”. No me dieron bola. Ni la leyeron, además. Así que gasté libros al pedo.
Claro, porque de todas es la más “exportable” y, aun así, ni la leyeron.
Si yo fuera británico sería muy respetado, en todos los sentidos. Si yo fuera de Estados Unidos sería muy respetado, tendría fanáticos, como los tengo aquí también. Yo me he visto dictar conferencias en Estados Unidos, donde jamás estuve, y la gente me quería, me respondía. Yo sé que era así, pero no estuve. Eso jamás sucedió. Lo he visto en un orden astral, digamos. Pero no sucedió.
A pesar de que decís que no llegaste a ese reconocimiento masivo, sí estás conforme con el reconocimiento por parte de los lectores, más que nada. No tanto de los críticos, pero sí de los lectores.
Sí, sí. Acá la gente me quiere mucho. Eso sí. Y mis discípulos y discípulas son de fierro, de eso no me cabe la menor duda.
Se tiene la impresión de que más allá de cierta gente que te leyó desde muy temprano, Fogwill, Aira, Piglia, tu obra empezó a tener cierta visibilidad hace unos pocos años.
A la gente la tenés que acostumbrar a tu humor, a tu cosmovisión. Lo mismo hubiera pasado si yo viviese en el Reino Unido de Gran Bretaña. Pero si fuera de Estados Unidos, neoyorquino por ejemplo, o de San Francisco, no sé de dónde mierda. Porque finalmente terminan dándote bola. Me van a hacer padecer 20 años o más. Allá como acá. En el Reino Unido también, 20 años. Finalmente te van a aceptar, se van a acostumbrar a vos, van a entender tu humor, te van a querer, te van a tomar simpatía, te van a invitar a conferencias y para tu gran sorpresa, vas a tener la sala llena. Como si fueras un actor del Act Studo. La sala llena. Claro, pero tenés que vivir ahí, tenés que asombrar a la gente. Cosa rara. Acá, en Argentina, la gente tardó mucho en encontrarme. “¿Laiseca? ¿Quién es, de qué habla?”.
Hay cierto reconocimiento que solo se da en relación con el hecho de una supuesta literatura seria. Y por otro, hay gente que hace humor en literatura. Y al humor no suelen tomárselo en serio.
¿El mío?
En general. El suyo como el de Fontanarrosa...
El caso de Fontanarrosa es un caso especial. A Fontanarrosa le dan una bola bárbara en la Argentina como dibujante...
Sí, como dibujante y humorista pero no como escritor...
No como escritor. No me diga a mí, que lo sé, es un muy buen escritor. Pero no se le da pelota.
Se lo tiene así, es el simpático, el que escribe historietas, el que escribe cuentitos de fútbol. No es cuentista, no es un narrador como puede ser Alan Pauls, Poe, o quien sea.
Sí. Y a Fontanarrosa le debe frustrar bastante. Le debe hinchar bastante las pelotas y con justa razón. Yo sí lo valoro a Fontanarrosa como escritor, sí. Claro que lo valoro. Tiene cada cuento. Es muy bueno. También me gustan sus historietas, como a cualquiera. Pero lo valoro como cuentita también. Mucho. Es un gran escritor y no le dan bola.
¿Será entonces el humor una barrera para tomar en serio a un escritor?
Si es una barrera es que no tenés sentido del humor como lector. No tenés profundidad alguna, loco. Fontanarrosa es un bestseller, al menos como dibujante, y yo no. Eso no me impide valorarlo. Pero solo te puedo hablar de mí. Es una tragedia lo de Fontanarrosa. Se rompe el culo escribiendo cuentos buenísimos y nadie le da bola. “No, vos sos dibujante”. “Esto de los cuentos que escribís son entretenimiento, pero los aguantamos porque sos Fontanarrosa”.
Porque es el negrito Fontanarrosa...
Sí, claro. Una cosa así. No, a mí no me pasó eso.
Y de literatura más contemporánea, aparte de tus discípulos, ¿lees algo?
Leo muy poco. Tengo muy poco tiempo. El otro día alguien me preguntó qué era lo último que había leído. Sí te puedo decir lo que terminé hoy: un libro de cuentos buenísimo de Ricardo Romero. Se los recomiendo. No es discípulo mío. Trabaja en la editorial Los cuatro vientos y escribió un libro que es el primero que tiene publicado, se llama Tantas noches como sean necesarias.
Tiene una novela anterior...
¿Ah sí? No sabía.
Sí, Ninguna parte.
¿Leíste este de cuentos? Un libro muy profundo. Tiene unos personajes delirantes, que no pierden la profundidad en ningún momento. Todos estos cuentos tienen que ver con alcanzar la trascendencia y nunca alcanzarla. Son todos seres perdidos en la noche. Que lo intentan. Y mismo los personajes que son bastante boludos como para no tener ni idea de la trascendencia. De repente se encuentran con un monstruo que hace de catalizador [dice con voz gutural] y se quedan así, congelados. No, una obra genial la de Ricardo Romero. Pero como te digo, salvo cosas así que me llegan, no leo una mierda porque no tengo tiempo.
Porque sos muy riguroso a la hora de trabajar o...
Claro, sí. Tengo mucho trabajo. Y si encuentro dos o tres horas, ¿sabés qué? Aprovecho para ir al sobre y dormir.
¿Cómo es tu día de trabajo?
Depende de qué día sea. Ahora porque son vacaciones para otros, pero no para mí. Si no es ir al Rojas dos veces por semana, dar clases con algunos alumnos míos aquí en casa. Unas cinco veces por semana doy clases y también preparo las películas para Retro, lo que es mucho trabajo. Ahora tenemos que grabar la presentación de cuatro y cinco películas por mes. Una por cada jueves y hay meses que traen cinco jueves [risas]. Claro, ¿habías pensado que algunos meses tienen cinco jueves? Algunos tienen cuatro y otros cinco. "Bueno, este mes tiene cinco jueves, preparate porque tenés que presentar cinco películas".
¿Selva Almada es alumna suya?
Sí. Viene los miércoles a la noche. Tiene muchísimo talento esa piba. Es muy buena. Comprate el librito Niños que es buenísimo. Un par de páginas y ya. Es dura y muy buena, es cierto.
¿Te gusta trabajar con tus discípulos?
Sí. Hace 18 años que doy los talleres. Selva Almada, ya que la mencionás, a mí me adora. Pero es una mina ácida, ácida. ¡Incluso conmigo! "Usted Laiseca es el alma de la fiesta". Me está queriendo decir que todo lo contrario [risas]. "Lo que pasa que usted es un desubicado, Laiseca". Cosas así que me dice como bromas. Es difícil de explicar. Suponete que ella me vió largándome a una mina que me rebotó, pero la mina podría haberme dado bola, entonces no es ninguna desubicación, no me dio bola simplemente. Entonces ella para castigarme me dice "lo que pasa que usted es un desubicado, Laiseca". De mala que es, malísima. Para hincharme las pelotas. Yo la adoro.
Muchas gracias por su tiempo, Alberto.
¡Esperen! Puedo venderles libros a 20 pesos. Sí, soy mala poeta, pero... ¡Joyas! ¡Un verdadero regalo! ¡Se los regalo por 20 pesos cada uno!
Los llevamos, entonces.
[Transcripción de Nahuel Escalada]
5 de abril, 2023