Decir es siempre más que nombrar. Decir verdaderamente es aceptar que el mundo no se entrega a los signos sin perder algo de sí. Por eso la poesía, si aún pretende reclamar un destino en este tiempo fatigado de artificios y simulacros, es precisamente en tanto que se ofrece como la forma más honesta de esa pérdida. Así lo entendía Yves Bonnefoy; empero, en lugar de hacerle la corte a la vulgata de la inconmensurabilidad entre las palabras y las cosas, postulaba, en cambio, la posibilidad de una verdad alojada en la palabra viva. La poesía, entonces, pensaba el poeta y ensayista francés, no se mide por la invención de imágenes ni por la musicalidad de la frase, sino por su capacidad de liberar una presencia: algo que ocurre entre quien dice y aquello que, por un instante, se deja decir. Este credo poético, tanto o más ontológico que estético, recorre como un hilo de plata La verdad de palabra, volumen de ensayos cuya edición original data de 1988.
La verdad de palabra ofrece un moroso y exigente rodeo por los márgenes del lenguaje, una exploración de sus límites y de sus posibilidades de hospitalidad. Porque si bien el encadenamiento de la lectura de los textos comienza enarbolando una interrogación en torno a las imposturas en las que el lenguaje se empantana, también abre una brecha a los fines de indagar sobre cómo las palabras, y el discurso que las reviste, pueden escapar de ellas, acogiendo el centelleo propio de la presencia a veces muda de las cosas y de los seres. Es así que los nombres que desfilan por estas páginas –Marceline Desbordes-Valmore, Rimbaud, Gérard de Nerval, Gaëtan Picon, Louis-René des Forêts, Borges, entre otros–, aunque disimiles entré sí, mantienen, sin embargo, un punto en común: la conciencia que todos ellos tienen de un mundo fuera del lenguaje.
Es paradigmático en este sentido el ensayo, originalmente una conferencia, dedicado a Borges, en el que discute las lecturas que se venían haciendo de la obra del autor de Ficciones en Francia, entendiéndola como el epifenómeno de cierta filosofía del lenguaje que plantea que, para simplificar, “la noción nunca coincide con la cosa”. Así, la imagen del laberinto sería su gran aporte, en tanto refiere al desplazamiento infinito de todo signo, incluso de la realidad personal, que así queda sin ningún anclaje de sentido. Contra esa lectura francesa, pero podríamos sin asomo de duda sentirnos compelidos, Bennefoy dice: “lo que intenta [Borges] es menos afirmar la plasticidad sin límite de la escritura que impugnarla, rebelarse contra ella, en nombre de una verdad que la trascienda”. Los nombres propios, entonces, rescatan la cualidad de lo vivido de la interminable sucesión ficcional. “El acto creador no es escribir. Es darle su nombre a la cosa y escuchar cómo resuena indefinidamente el misterio de ser”.
Otros ensayos –“Las palabras, los nombres, la naturaleza, la tierra”, “Algo así como una carta”, por mencionar solo un par– prolongan esta meditación sobre la relación entre lenguaje y mundo. Bonnefoy insiste en que la poesía no nombra lo universal, sino lo irrepetible. Así, hablar de un árbol no es definirlo, sino hacer que su sombra se agite sobre la página. El nombre no es entonces un signo arbitrario, sino la resonancia de un contacto; y la poesía, por lo tanto, el lugar donde la cosa y la palabra, en lugar de oponerse, se rozan.
Todo esto resuena, aunque parezca a primera vista extraño, en el ensayo más extenso del libro, “Una escritura de nuestro tiempo”, a decir verdad, un pormenorizado estudio dedicado a la obra de Louis-René des Forêts, un escritor que hizo de la negatividad, de la incomunicación y el silencio, su blasón conceptual. Incluso ahí, en esta obra que asume y devuelve redoblada la fractura entre lenguaje y experiencia encuentra Bonnefoy “el espesor casi viviente de la cosa”, ese “exceso en la representación que invade la palabra y la dota de realidad, aun cuando el pensamiento que esas palabras expresen sea que nuestra humanidad no puede inscribir nada en su práctica del mundo que tenga perdurable o profundamente sentido”.
La palabra, dice una y otra vez Bonnefoy, puede no separar al sujeto del mundo, sino reconciliarlos en la inmediatez de un encuentro. Y entonces, si la poesía, lejos del mero adorno del lenguaje, su forma más depurada de expresión, puede acaso arropar una verdad, por nimia que sea, es porque no teme perderla.
23 de julio, 2025
La verdad de palabra y otros ensayos
Ives Bonnefoy
Traducción de Silvio Mattoni
El cuenco de plata, 2025
272 págs.