Los poemas que dan forma al segundo libro del frontman de Babasónicos –banda icónica de los noventa que marcó un nuevo paradigma en la escena musical argentina– parten de un título que sitúa la voz del poeta desde el anonimato, puesto que la construcción de un nombre es un devenir que requiere una marca en el campo. Y no deja de suponer un gesto irónico la no lectura de la cultura rock como adyacente a la pregnancia de una poética que se erige desde un lugar público en el que su autor es una voz mayúscula. Porque Dárgelos es la voz de alguien (Adrián Rodríguez), pero también es la voz de un grupo (Babasónicos), de una generación (la de los ´90 y ´00), de un movimiento (sónico), o la representación de una voz propia, autocreada, que es también la versión de Dárgelos poeta, un ego multiplicado y diversificado desde la alternancia de sus posibles modalidades de ser. Así, en el mismo acto de sentencia y encabezamiento, se transforma en un tópico del que se desprende la problemática del ego, del ser y el estar en el lugar adecuado y adecuarse, en todo caso, al mismo. “Soy el desinterés”, sentencia en el segundo poema y en la primera aproximación a una definición de una subjetividad que se construye “(...) entre las páginas de un libro [que es] (...) el camino/ donde convertirse en nadie”.
O quizá se trata del poeta como otro, que se encauza hacia la incertidumbre de un recorrido inexplorado cuyo antecedente data de 2019 con la publicación del libro Oferta de sombras. Y es una apuesta y un riesgo recrearse como solista para llegar a un nuevo público, el lector, y mantener la línea que compartimenta, de un lado, la canción y, del otro, el poema, como si no fueran la misma cosa cuya rítmica se extiende más allá de sus propios límites.
En el poema titulado “Los hijos de Caín”, el recurso que se utiliza es la enumeración; al comienzo de cada estrofa reitera el verbo “haber” en pasado, para comenzar a enumerar los elementos con los que se encuentra una vez que se ha precipitado la caída del paraíso en la humanidad. Entonces percibe la presencia de la música, de la sonoridad por más que la mirada continúa siendo pesimista y afirme que “Había que pelear/ o aceptar el fondo del vaso”. Con reminiscencias bíblicas, el libro transita pasajes que trabajan lo mundano como pérdida de un aura que es una búsqueda continua en la que el ego se presenta como un obstáculo. “Trabajadores del ego” simboliza la batalla entre el yo y una serpiente tentadora y engañosa, y la connotación negativa de los aduladores: “Hay obreros del sentido común,/ peones deseando la república,/ obsecuentes del pasillo,/ rameras del éxito,/ niñeras del mismo diablo, (...)”. Una lucha entre el bien y el mal.
Por su parte, “Cirugías, photoshop, filtros, terapias” propone una catarsis sobre el mundo que se amontona y acumula deshechos. Lo obsoleto de la propia voz se percibe como una pérdida sin freno en el desencanto de la caída que no cesa de abrirse: “El edén fue robado a otros dueños,/ borrados de las antiguas escrituras”. Y así la protesta de la farsa, la tragedia de lo mimético y la desesperanza.
Los orígenes son parte del problema entre el ser y el tener, y es ahí donde la propia biografía se interpone a la contienda civilizatoria: “Me crié a la sombra de un padre/ a la sombra del ascenso social” va a decir el poeta que vivió “A espaldas de la suerte,/ acostumbrado al hambre,/ al miedo”. Dando cuenta de sus raíces, desde su Lanús natal hacia el estrellato y el mainstream, la consagración como estrella pop: “Ahora quiero vivir el triunfo/ del sindicato de los sentidos”.
El lenguaje burocrático se cuela, se entromete en la búsqueda de la metáfora: algunos versos aluden a los gremios, los sindicatos, los trabajadores, la fianza; dice en “Locales de vida”: “No me puedo gestionar/ algunas dependencias en mí cerraron (...) La desesperanza tributa su propia mutual”. Como contrapartida, lo apolíneo campea en buena parte del libro y se materializa en el poema en “Adólfico” cuando plantea la existencia de “Un sueño al que todos quieren pertenecer”, el anhelo del éxtasis y el esplendor. Pero también en la urgencia del pobre y la dignidad de “Los nadies” como tributo al poema de Eduardo Galeano en “Vida de crédito”, donde Dárgelos apunta: “Entiendo/ que un ser humano/ antes de preguntarse/ por el sentido de las cosas/ tiene que resolver qué comer”.
Hay una política del deseo y una poética de lo administrativo, una fantasmática de lo negado y lo anhelado que se traduce en una tragedia aspiracional inconclusa; un inconformismo develado y una protesta porque en la subida y el naufragio “se salva solo lo que llevamos en los bolsillos”.
1 de mayo, 2024
La voz de nadie
Dárgelos
Sigilo, 2024
48 págs.
Crédito de fotografía: Pía Figueroa.