A simple vista, la sola figura de M. John Harrison (1945) impacta y sorprende. El cabello largo y gris, la mirada penetrante, la barba mefistofélica, llevan a pensar en él como un personaje de otro mundo o un chamán –título que no acepta–. Es, ante todo, un escritor. Y uno de los mejores representantes de lo que se dio en llamar la “nueva ola de la ciencia-ficción” británica, cuya influencia se extiende hasta hoy. Gusta de apelar en diversas oportunidades el término “epistemología” para referirse a hechos de naturaleza contrapuesta, como el argumento de un profano en defensa de la fe. Prestigioso crítico de The Guardian y Times Literary Supplement, Harrison ha dado en conocer más de una docena de libros y relatos que lo colocan como una figura central de la actual ficción inglesa. Títulos como Preparativos de viaje (Interzona), El curso del corazón (Sigilo), los relatos integrados a La invocación y otras historias (Edhasa), conforman un excelente punto de partida para su conocimiento.
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¿Cómo fue su ingreso al mundo de la literatura? ¿Cuáles eran sus principales lecturas?
Leía con voracidad. Pedía prestados libros y los robaba. Iba a bibliotecas. Aprovechaba todos los carnets de mi familia, mi hermano y mi hermana, mis abuelos. De esa manera podía volver a casa cargando unos 17 o 18 libros en el canasto de mi bicicleta en cada visita. En mi adolescencia leía tres o cuatro novelas por día, lo que me cayera en la mano, desde thrillers livianos hasta El nudo de víboras. Casi ninguno de esos libros de biblioteca tenía sobrecubierta, así que crecí acostumbrado a elegir libros sin el auxilio de los envoltorios. Mientras que disfrutaba novelas de ciencia-ficción, aprendí a leer cualquier cosa que pareciera interesante. Como resultado, escribo para un lector que se haya desarrollado de la misma manera antes que para un lector que solo lee libros de su género favorito.
En una entrevista señaló que pretende llevar a su lector hacia una zona de extrañamiento...
Bueno, sí, aunque no de una forma taxativa. Creo que es importante cuestionar nuestra vida cotidiana, nuestros valores cotidianos. Los destinos comunes no tienen ningún mérito. La cautela no te conduce a ninguna parte. La ficción, al torcer un poco nuestras percepciones, puede estimular eso. Lo que aceptamos como normal e inamovible –especialmente en un sentido ideológico– es en realidad un territorio vasto y complejo a ser explorado. La ficción nos ayuda a guiar la vida reflexiva, no la irreflexiva. Nos ayuda a no dar las cosas por sentadas. No busco representar lo espiritual, lo ambiguo, lo paradójico, lo tenue: busco inducir ese tipo de estados.
A comienzos de los '70 participó de la revista New Worlds junto a enormes escritores como Jim Ballard, Michael Moorcock o Norman Spinrad, entre otros grandes nombres. ¿Cómo ve en perspectiva todo ese proceso que, se dice, renovó la idea que se tenía hasta entonces de la ciencia-ficción?
Emocionante, muy emocionante... En particular para alguien tan joven en aquel entonces. Hay que recordar que no se trataba simplemente de un movimiento que quería influir en la ciencia-ficción sino que iba mucho más allá: era un movimiento literario y también un movimiento político. Así que verme atrapado en esa situación fue muy excitante. Y creo que a lo largo de los años ha tenido un efecto muy importante en lo que fue el desarrollo literario. En cierta medida, quiero pensar que ese movimiento influyó en la historia creativa y más allá del talento natural de tantos autores, ayuda a explicar la existencia de Ian McEwan o Will Self. Creo que todos hemos ejercido algún tipo de influencia sobre las nuevas generaciones y aún hoy lo hacemos, lo que considero un privilegio absoluto.
La revolución tecnológica parece haber hecho imposible la continuidad de la ciencia-ficción, aunque algunos productos audiovisuales, como Black Mirror o la reciente Years and years, han llevado adelanto propuestas similares a las que plantea en algunas de sus obras. ¿Cómo observa estos fenómenos? ¿Cree que también están bajo la influencia de todo ese trabajo realizado por la New Wave?
No, no lo creo, y es un tema difícil para conceptualizar. A medida que nos acercábamos al futuro todos nos imaginábamos, en particular Michael Moorcock, ciertas cosas que estaban por llegar. Algunas eran más fáciles de imaginar que otras. Ciertos desarrollos del presente son más fáciles de prever que otros. Y creo que la posición de la ciencia-ficción profunda es atravesar las predicciones más obvias y apostar por las sutiles, las más difíciles. Creo que la ciencia-ficción escrita por autores que no pertenecen al género sólo se queda con las frutas más maduras. Y esas frutas por lo general son las menos interesantes.
Un componente clave de la profundidad de su trabajo parece estar centrado en la ambigüedad, ya sea de sus personajes respecto a las expectativas narrativas que se espera de ellos o bien de su propia ambigüedad en relación a los conceptos tradicionales del género. ¿De dónde surge este concepto?
De mi temperamento: prefiero el misterio a la solución. Pero también considero que la ciencia-ficción, por lo menos para mí, no tiene nada que ver con la tradición del futuro o cosas por el estilo, sino con cuestionar nuestra ubicación en el universo. Los seres humanos se ven obligados, incluso diría impulsados a tener que justificar su lugar en el universo. Deben intentar describir esas coordenadas para tener una idea de sí mismos. La ciencia-ficción se ocupa de cuestionar esa ubicación a partir de criterios epistemológicos. Es decir, no alcanza con preguntar cómo obtenemos el conocimiento del mundo, sino –lo que es mucho más importante aún– cómo sabemos si nos estamos haciendo las preguntas correctas. ¿Los mecanismos para obtener el conocimiento están relacionados con la realidad del universo? Para mí es una pregunta fundamental, tanto epistemológica como ontológicamente. Incluso desde una perspectiva existencial. Y los resultados a esa pregunta sólo pueden ser ambiguos.
Antes afirmó: “No busco representar lo espiritual, lo paradójico, lo tenue. Busco inducir a ese tipo de estados”. ¿Cree haberlo logrado? Y de ser así, ¿su rol como escritor adquiere la dimensión de un médium?
No, no me considero un médium. El problema con ellos es que no tienen control sobre cómo obtienen su conocimiento. La idea del médium o el chamán es que el conocimiento les llega desde otro plano, desde otro lugar, pero no tienen control sobre el proceso. En cambio yo necesito tener algo de control sobre las conclusiones a las que llego respecto del mundo. En relación a si logré inducir a mis lectores, me gustaría pensar que ayudé a conducirlos hacia la desorientación, y desde allí pude entregarles ciertas herramientas para el desarrollo de su estado espiritual. Para mí la única decisión honesta cuando uno discute las relaciones de los seres humanos con el mundo en que vive, es fomentar una suerte de descreimiento desorientado. Creo que sí les transmití ese estado a mis lectores.
El relato “Egnaro” se abre con una frase reveladora: “Egnaro es un secreto que todo el mundo conoce, menos tú”. Esa podría ser una buena definición también para la condición de escritor. Al menos para un escritor como Ud.
Creo que es una condición que nos define a todos. La cita literal en inglés dice: “Egnaro es un misterio. La solución la tienen todos, menos vos”. El narrador y los demás creen que existe un secreto que es conocido por todos, pero que a la vez cada uno de ellos ignora. Esa historia tiene cuarenta o cincuenta años. Si la reescribiera hoy creo que modificaría el comienzo: no existe tal secreto. Creo que esa es la trampa epistemológica de esa historia. En el mundo no existe un secreto. No hay un secreto que alguien conozca y otro ignora. El mundo es lo que es. Para mí sería muy difícil escribir esa historia hoy, en este presente.
Sin embargo, en ese mismo relato e incluso en otros del mismo volumen (La invocación y otras historias), se insiste con la idea de que lo real se esconde en lo aparente. Es una idea algo kafkiana...
Sí, en efecto, lo es. Creo que la escritura –la mía, al menos– proviene de un lugar desconocido. Existe una inquietud casi inconsciente de las construcciones políticas cambiantes y la estructura real de lo que asumimos como el “mundo real”. Estoy de acuerdo con aquella vieja idea, pero ahora invertiría los términos: diría que lo aparente se esconde detrás de lo real.
En El curso del corazón, la protagonista Pam se alimenta desesperadamente de historias románticas, al punto de morir por ellas. El contrapunto al mundo ficcional de Pam es Yaxley, el mago, a quien le aterroriza ir al British Museum por asignarle poderes realmente mágicos a los objetos que hay allí. ¿Cuál de estas dos posiciones entiende que está más cerca de “lo real”?
Está bien seleccionada esa mirada como antagónica, porque describe la ironía profunda del texto. Podría responder haciéndote la siguiente pregunta: ¿cuál de estos dos personajes te parece más romántico? Todos necesitamos desesperadamente creer que hay una verdad detrás del velo, que lo que vemos es una ilusión que esconde una verdad. Para mí, aún cuando escribí El curso del corazón, partí de una epistemología del fracaso. La misma pregunta está presente en Climers, una novela mainstream sobre alpinismo: cómo se hace para atravesar lo ordinario, lo común, para llegar a lo real. A través de una actividad física que entraña ciertos peligros, uno puede llegar a percibir aquello que subyace más allá de la vida y la muerte. Hay definiciones culturales que nosotros tomamos como realidad, pero para mí, hoy, las preguntas que se hacen los alpinistas y las preguntas que se plantean los protagonistas de El curso del corazón, son las mismas. Y para mí, son las preguntas equivocadas. No hay tal secreto. Es lo que es.
Es interesante esa idea que menciona respecto de la “epistemología del fracaso” que está muy presente en toda su obra. En particular en Signos de vida, donde esa visión es llevada a un extremo, al punto en que el mundo entero parece deprimido por varias causas: la falta de control biotecnológico, el mal uso de la ingeniería genética, la aparición de gangsters rusos. Antes hablaba de la necesidad de anticiparse al presente. ¿Este es un intento de ello?
Sí, es correcto, en ese momento intenté una foto del presente. No tiene nada que ver con el futuro. A diferencia de Bradbury, no creo que el objetivo de la ciencia-ficción sea anticipar el futuro, sino anticipar al presente. Me parece que es una necesidad esencialmente ideológica: hay mucho en el presente a lo que es necesario anticiparse.
En El curso... toma una frase de Van Gogh que dice que “no debemos juzgar a Dios por este mundo, sólo es un ensayo que salió mal”. ¿Adhiere como el credo de un agnóstico?
Ja, ja, ja... Sí, es una cita de las cartas de Van Gogh a su hermano Theo, y creo que expresa a la perfección todo lo que mi fe en este mundo puede llegar a representar. Es, apenas, un mal ensayo.
5 de enero, 2022