Pese a quien le pese, Cortázar fue uno de los pioneros en mostrarnos la belleza agazapada detrás del objeto más tosco, del gesto más inexpresivo, de la acción más rutinaria. Con Los pasos perdidos, su primer libro de cuentos, el belga Étienne Verhasselt (Bruselas, 1966) prosigue, de alguna manera, ese camino. Camino iluminado por los refucilos que proyecta la observación fantástica; ojos vírgenes que propician el extrañamiento y el absurdo, que habilitan la mirada –desautomatizada, singular, maravillosa– de la niñez.
En el universo Verhasselt, un hombre muere reiteradas veces por día (“René Desessendre”); los individuos, espacios y comercios de un pueblito atestado de lugares comunes y estereotipos reciben un único y mismo nombre (“En Claude”); un perro nunca es, definitivamente, un perro, sino algún otro animal (“Mi perro, ese molusco”); los objetos se insuflan de ánima, se mueven, y salvan, incluso, la vida de los seres humanos (“Los objetos”); los insectos se singularizan y parecen tener identidad propia –una polilla puede actuar como confesora, un zancudo como mejor amigo–; Charles Darwin descubre otra especie humana: el Hombre Soñador (“El fuego de San Telmo”); y recorrer una calle determinada implica haber realizado un largo, largo viaje (“El final de la calle”).
El carácter gregario del ser humano, su tendencia a ritualizar y a normalizar prácticas, conductas y expectativas, ahogan las posibilidades poéticas de la experiencia. Estos cuentos nacieron –lo asegura el mismo autor– para retomar la veta fantástica, opacada por la mirada realista –lógica, taxonómica– del mundo, y “devolver[le] a lo imaginario sus credenciales de nobleza”.
El volumen agrupa ficciones breves, próximas a la microficción, con golpes de efecto final y un trabajo sobre el lenguaje que la traducción de Ariel Dilon pone, cuidadosamente, de relieve.
En “Involución”, los objetos y las vestimentas se rebelan: comienzan, repentinamente, a descender hacia el suelo, obligando al ser humano a descender junto con ellos. Súbitamente desnudos, funcionarios, policías, ejecutivos, asalariados, hombres, mujeres, niños, yacen en el suelo, reptando, para permanecer vestidos. “De manera general –afirma el narrador–, la humanidad pudiente fue solidaria con sus objetos, y abandonando sin pena la posición erecta, los acompañó de buena gana en su caída”. Contemplar el mundo desde abajo supone un radical cambio de perspectiva, ligado al asombro del niño, a su capacidad de atestiguar la inmensidad, la magia (e incluso la violencia) que todo lo constituye. En esa dirección apuntan los pasos perdidos de Verhasselt. Pasos que se alejan de cualquier tablero de dirección prestablecido, de cualquier instrucción que se arrogue la soberbia de indicarnos cómo debe usarse, cómo debe vivirse la vida.
17 de agosto, 2022
Los pasos perdidos. Relatos breves, muy breves, un poco más largos
Étienne Verhasselt
Traducción de Ariel Dilon
Añosluz editora, 2022
204 págs.