Si un clásico es, como decía Borges, un texto susceptible de ser interpretado infinitamente, la obra de Ernesto Sabato ─polémico, odiado, amado, desprestigiado─ pareciera representar un clásico extraño, opacado por un aura sin brillo. A diez años de la muerte del autor de Sobre héroes y tumbas la revista El Diletante convocó a diez escritores y escritoras de distintas generaciones para conocer su experiencia de lectura con la obra del escritor que hoy hubiera cumplido 110 años.
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Elvio E. Gandolfo, su último libro es Las diez puertas.
Ahora cuesta creer que solo dos años separen a Sobre héroes y tumbas (1961) de Rayuela (1963) de Julio Cortázar. La primera vez, las leí en Rosario, bastante separadas entre sí, sin embargo. Primero Rayuela, varios años después la novela de Sabato. También pude verlo en persona, en una discusión frontal con Carlos Schork (de la revista Setecientosmonos) en la librería Aries, donde representó una imagen de alto neurasténico, que se iba asentando sobre él. Muchos años después, en el Congreso de la Lengua, que lo tenía como homenajeado. Estaba tan anciano ya, que en el masivo homenaje del teatro El Círculo, una mujer gritó con auténtica preocupación (el aplauso no amainaba y le impedía volver a sentarse): "¡Déjenlo! ¡Déjenlo! ¡Lo van a matar!".
La primera vez leí Sobre héroes... en aquellos años, casi seguramente a principios de los '70. Me absorbió por completo. No solo por el calor realista de la descripción histórica (incluidos los párrafos en itálica con el traslado del cadáver de Lavalle, que no me gustaron), sino también porque ya había hecho lecturas suficientes de género fantástico y de terror como para sentirme cómodo en su tono gótico. Y me dejó tendido el largo "Informe sobre ciegos". Leí ya la versión de bolsillo. En cambio El túnel (1948), leído mucho más tarde, siempre me había parecido un libro forzado. Y Abaddón conscientemente o no, un intento de repetir antiguos éxitos.
Muchos años después, cuando me encargaron el comentario de la versión anotada y acompañada por numerosos textos de la colección Archivos, hacía años que había prestado y perdido la edición de bolsillo. A esa altura, además, Sabato era una especie de mala palabra en los medios progres. Entretanto Rayuela que nunca releí entera, seguía formando parte de mi biblioteca. La lectura me asombró, porque no me resultó en ningún momento una tortura. Estaba plagada de detalles que me molestaban (el traslado de Lavalle directamente lo salteé cuando aparecía), pero el "Informe..." me pegó todavía más que antes (entretanto había visto la genial versión en historieta de Alberto Breccia). Algo de eso puse en la nota crítica. Traviesamente, después tomé el volumen de Rayuela y comprobé (segundo asombro) que la modernidad y la vanguardia habían envejecido más rápido y peor que el zafarrancho sabatiano. También en lo contradictorio que resultaba que los dos tuvieran como protagónicas a dos mujeres fuertes (Alejandra y La Maga) que aportaban bastante poco erotismo.
Siempre me asombró el vínculo entre Gombrowiz y Sabato. Si bien se puede argumentar que lo usaba como puente "legal y culto" (él, que a menudo era tan anarco) para "adecentar" editorialmente la traducción de Ferdydurke con un prólogo (el olfato no lo engañaba: Sabato siempre tuvo una alta chapa en el viejo continente), también es cierto que al parecer se cimentó sobre esas bases una amistad.
Patricio Pron, acaba de reunir sus relatos bajo el título Trayéndolo todo de regreso a casa.
No tengo la impresión de que los libros de Sabato tengan ningún mérito particular y prácticamente no veo su influencia en nada, excepto en la zona más recalcitrante de la literatura argentina, a la que pertenecen por derecho propio. Leí o intenté leer sus libros en su momento y el único que me interesó fue El túnel; su Angst adolescente me gustó mucho, pero prácticamente a continuación leí El túnel de Friedrich Dürrenmatt, que lo mejoraba, y el encanto se disipó. Alberto Breccia también mejoró a Sabato, en su extraordinaria versión del "Informe sobre ciegos", y cada intervención pública del de Santos Lugares durante la década de 1990, en la que fue algo así como la "conciencia moral" de un país evidentemente inmoral y casi inconsciente, arruinó todo el resto. Una vez, me cuentan, se enojó con Carlos Fuentes porque el escritor mexicano dijo que los tres mejores escritores argentinos del momento eran Borges, Cortázar y Sabato. ("¡Gracias por dejarme en último lugar!", fue el comentario de Sabato mientras abandonaba despechado el restaurante; Fuentes lo persiguió para explicarle que los había mencionado por orden alfabético, pero Sabato no volvió a la mesa.) Otra vez, me dicen testigos presenciales, le susurró algo al oído a su esposa y ésta, a su vez, le dijo, al anfitrión: "Por favor vuelvan a hablar de la obra de Ernesto, que se aburre". Naturalmente, a su favor cuenta con el prólogo a un libro famoso; en su contra, el almuerzo con Videla del que salió diciendo que el dictador era "un caballero, un hombre culto, modesto e inteligente". Quizás fuera mejor pintor que escritor. Y seguramente hay algunas razones para volver a leer sus libros, pero nadie las recuerda, así que por ahora estamos a salvo.
Virginia Ducler, acaba de publicar Solo soy uno que llora.
Leí Sobre héroes y tumbas a los 18 porque en mi casa tenían esa colección marrón de Seix Barral de tapas duras. No sabía quién era Sabato, pero me atraía mucho ese título. De hecho, me sigue pareciendo un buen título. La sensación que me dejó fue similar a la que me dejó Hesse, a quien también leí en la misma colección: la sensación de estar ante algo cuyo contenido filosófico me excedía. Hace poco releí "Informe sobre ciegos", y entendí por qué Sabato no integra los programas de literatura argentina en la carrera de Letras. Encontré una prosa llena de lugares comunes, con un exceso de adjetivos antepuestos a sustantivos, una prosa pretendidamente "culta" que me resulta bastante convencional y poco atractiva.
Luis Sagasti, autor de Bellas artes, Leyden Ltd., entre otros.
Uno tiene la impresión de que las novelas de Sabato no han logrado abandonar su contexto de génesis, lo que no significa desmerecer la importancia que ha tenido en su momento, por supuesto. Creo que, a la manera de Cortazar, para mi generación Sabato fue un escritor de iniciación. En especial El túnel y el "Informe sobre ciegos". Hoy podría releer algún fragmento de esos textos ─las deducciones obsesivas y paranoicas, se me ocurre─ pero luego encuentro un tremendismo extemporáneo y ciertas redundancias que a mí me empastan la lectura como es describir una escena atroz y decir además que es atroz.
Pablo De Santis, ¿Quién quiere ser detective? es su libro más reciente.
Mis padres tenían los libros de Ernesto Sabato en las ediciones de Sudamericana, que eran las que circulaban por entonces. Primero leí El túnel, que me encantó; luego Sobre héroes y tumbas, durante un viaje en auto a Chile, el verano en que cumplí 14. La huida con las reliquias de Lavalle y el "Informe sobre ciegos" me deslumbraron. Pienso que hay mucho de Sobre héroes y tumbas en Respiración artificial, de Ricardo Piglia, con su mezcla de tiempos y de historias. También me encantaba Uno y el universo; debe haber sido el primer libro de ensayo que leí en mi vida. En cambio quedé completamente decepcionado con Abaddón el exterminador: novela artificial, desagradable, falsa.
No hay escritor argentino que haya recibido más reproches que Sabato. Pero lo que se le reprocha son pecados menores, sobre todo vanidades y jactancias. Y luego el famoso almuerzo con Videla, donde siempre se omite que los escritores entregaron un petitorio donde se reclamaba, entre otras cosas, por los escritores desaparecidos. En el fondo lo que un sector del progresismo no le perdonó nunca a Sabato es que hubiera recordado los crímenes de la guerrilla en el prólogo del Nunca más.
Ana María Shua, sus microcuentos fueron reunidos bajo el título de Todos los universos posibles.
¡Tan discutido, don Sábato! Es que su gran novela, Sobre héroes y tumbas es una extraña amalgama de páginas originales, maravillosas y otras tan convencionales que dan pie a todas las opiniones posibles. Por otra parte, a los escritores nos cuesta olvidarnos su silencio durante la dictadura, ese famoso almuerzo con Videla en el que el Padre Castellani fue el único que se atrevió a preguntar por la suerte Haroldo Conti, secuestrado hacía quince días. Hacia el final de la dictadura, recuerdo que su gran polémica fue con el intendente Cacciatore: Sabato estaba en contra de las autopistas. Y fue feo ver cómo al terminar se montó rápidamente sobre la ola contraria con su actuación en la CONADEP, al punto de que en el exterior, en algunos países, al Nunca Más se lo llamaba "El informe Sabato".
A propósito del polémico almuerzo con Videla, anexamos el testimonio del propio Sábato, recogido por el diario La Opinión, el 21 de mayo de 1976: "Hay otra cosa que me angustia y que me sentí en la obligación de plantear: la caza de brujas (…).Di nombres de personas que honran al país y que han sufrido expulsión de sus lugares de trabajo y hasta detención. Bastaría mencionar el caso del gran escritor Antonio Di Benedetto y del arquitecto Jorge Hardoy, entre tanto otros."
Autorretrato, Ernesto Sabato
Jorge Goyeneche, su última novela es Mapa físico.
Sobre héroes y tumbas fue mi refugio.
En 1977, al día siguiente de dar el último examen de la carrera de Letras (podría haber sido antes pero no había profesores por desaparición o exilio), emprendí la lectura de la larga novela de Sabato, autor prohibido por los genios de uniforme y sus acólitos civiles. Paradójicamente fue un descanso pasar una semana sumido en ese universo oscuro pero verdadero. Porque me acercó a la historia traumática de la Argentina desde los últimos años del gobierno de Perón hasta el anticipo de ese contemporáneo infierno (que sería marco de su tercera novela), porque me demostró que la literatura no es un adorno sino la confirmación de que, como dijera Sófocles, hay muchas cosas maravillosas y terribles (deyná) pero ninguna tanto como el hombre.
Algunos artistas acceden a lo perdurable. Luego llegan las polémicas, en segundo plano.
Alejandro Modarelli, periodista, autor de Rosa prepucio: crónicas de sodomía, amor y bigudí.
Un hijo adolescente, como yo en los años setenta y ochenta, de padres pequeño burgueses, universitarios que en su momento habían adherido intensamente al gobierno de Frondizi, no podía encontrar en la biblioteca libros mejor expuestos que los de Ernesto Sabato. Hijo y padres quizá tomarían de esas páginas distingos frutos, de acuerdo a las expectativas de sus edades: yo experimentaba, junto a personajes como Martin y Alejandra Vidal Olmos, de Sobre héroes y tumbas, los avatares de un chico melancólico desencantado con la naturaleza humana voraz y autofágica, las consecuencias incendiarias del amor romántico, la sociedad tecnocrática convertida en suma de egos maquinales y cloacales. En fin, todo aquello que un pesimista sobre el devenir de la humanidad, sin haber llegado aún a asomarse a una izquierda militante, quería poner en su agenda solipsista y enrulada e imitar el gesto, precisamente, del desencanto en jean carpintero.
Supongo que mis padres verían en Sabato el producto exquisito de una clase media que todavía se creía con responsabilidades culturales, un profeta de la Argentina, donde predicaba contra la barbarie, en beneficio del programa de desarrollo frondicista. Un escritor medido, tallado a la medida de sus sueños socialdemócratas, que pudiera sentarse a la mesa de un dictador para conversar como caballeros sobre la Argentina salvada de los populismos ─interceder por un colega si era necesario─ y, llegado el momento del estallido de la verdad de los crímenes cometidos y silenciados, ponerse a la cabeza de un informe contra la dictadura, y desgañitarse con un Nunca Más, él, mandarín de la clase media, medidita, tristona, quejosa, argentina.
Ariana Harwicz, autora de La débil mental, entre otros, radicada actualmente en Francia.
Hay un desfasaje enorme, propio del destino de cualquier artista, en la manera en cómo un escritor es considerado en un lugar u otro. Puede morir en una tierra, morir simbólicamente, no circular, no tener ese lugar preponderante, canónico, de elegido, y sin embargo, ser fundamental en otro lado. Télérama, la revista cultural más importante de Francia publicó en 2020 un artículo en el que se considera a Sabato un visionario, a la altura de Thomas Mann, Karl Kraus, Kafka, Céline o Camus; lo tratan de genio. No perdió su patina de celebridad y respetabilidad, y eso considerando que los francés son selectivos y elitistas, y cínicos. Eso para decir cómo varían los reflejos que un escritor da en un país, en una cultura, o en otra. Las traducciones van siempre a contrapelo, siempre son historias cruzadas, no son historias lineales, gozan de lectores en un lugar y están enterrados en otro. Es muy curioso lo que pasa con Sabato en mi generación, hemos crecido viéndolo en la Feria del Libro, leyendo El túnel en la escuela, Abaddón el exterminador, Sobre héroes y tumbas (qué adolescente no tenía un libro suyo en la mochila), y ahora es como si no hubiese existido, es un autor vapuleado, linchado.
Para ser justa con las lecturas, y para ir en contra de lo que sea hace ahora ─huir de la identificación, fetichizar al autor y su ideología─, yo tengo recuerdos muy concretos de mi adolescencia respecto a Sobre héroes y tumbas y El túnel, tengo recuerdos físicos de haber subrayado esos libros, me acuerdo de las ediciones, me recuerdo a mí de adolescente pensando y sufriendo como los personajes de Sabato, con su estética, con su malditismo, con su misticismo. Sería injusto decir que no me influenció, al igual que los cuentos de Cortázar, de Bioy, de Castillo: son la primera literatura adulta que leí. Más allá de que se lo juzga por su falso malditismo, esa literatura oscura y metafísica me llevó a otra, me llevó a Dostoievski, y esa especie de encantamiento que lleva a otro libro es importante.
Creo que sigue siendo una literatura que debería ser leída por los jóvenes, no sé qué me pasaría si los leo hoy. Aun si hoy la encontrara una literatura impostada, muy artificial, si le notara los hilos, aun si considerara que ya no es relevante, creo que debería leerse saliendo de la pubertad entrando en la adolescencia. Recuerdo mucho el personaje de Alejandra, yo quería ser como ella, un dato interesante es que Sobre héroes y tumbas se tradujo al francés como Alejandra.
En Francia es adulado y adorado como si no se le hubieran encontrado defectos post mortem, como si no lo hubieran asesinado. El asesinato fue en su propia tierra. Siempre hay que desconfiar y sospechar de los juzgamientos y de los tribunales improvisados de las diferentes épocas, siempre tienen algo de castrador y totalitario.
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Aunque alrededor de todo escritor siempre hay una serie de versiones en disputa, pocas veces eso se puso tan de manifiesto como en este caso. El propio Sabato consideraba la contradicción como un aspecto específico de lo que él llamaba la condición humana. Ni su figura ni su obra escapan de ello. No es causal que el epígrafe de Abaddón el exterminador pertenezca a Un héroe de nuestro tiempo, de Mijaíl Lérmontov y rece lo siguiente:
"Es posible que mañana muera, y en la tierra no quedará nadie que me haya comprendido por completo. Unos me considerarán peor y otros mejor de lo que soy. Algunos dirán que era una buena persona; otros, que era un canalla. Pero las dos opiniones serán igualmente equivocadas".
5 de mayo, 2021