Walter Pater, maestro de Oscar Wilde, entrevió una verdad hermosa y dejó su sentencia: "Todas las artes tienden a la condición de la música, el arte en que la forma es el fondo".
En Música, sólo música (Tusquets, 2020), Haruki Murakami parte de la premisa de que la música hace feliz a las personas y se propone una larga charla con el maestro Seiji Ozawa sobre música clásica. Cuenta que él mismo se ocupó de grabar y de transcribir las largas jornadas que pasaron juntos.
Es probable que Murakami sea el autor japonés más leído en Argentina. Varias veces fue propuesto para el Nobel. Pero no siempre la literatura fue el centro de su vida. Antes de la literatura estuvo la música. Fue dueño de un club de jazz a finales de los setenta, cerca de la estación de Sendagaya, en Tokio. Todavía recuerda con orgullo el piano de cola y el quinteto que tocaba por las noches. Le iba bien, pero también le empezó a ir bien con la literatura, y ya no hubo tiempo para las dos cosas. Solo en Japón es posible una historia así. Bueno, quizás ni siquiera, porque Murakami es el único con una historia así. Tiene algo de leyenda y de mitología. Varias veces escuchamos el caso inverso, el otro lado del espejo, con un escritor que no puede pagarse un segundo café mientras construye su obra cumbre en bares tristes y, por supuesto, ajenos.
Durante un tiempo, Ozawa dirigió la orquesta sinfónica de Boston. Murakami vivió una temporada en Boston y eso le brindó la posibilidad de frecuentar sus conciertos. El trato personal llegó después, con los años, y aun así tampoco hablaban de música. Recién con la enfermedad de Ozawa, cuando debió dejar los escenarios, nació la posibilidad de charlar de manera distendida de aquello que ambos aman.
La charla fluye naturalmente entre ellos por las páginas del libro. Murakami se refiere a sus encuentros con el maestro Ozawa de manera indistinta como "conversación" o "entrevista". Enseguida se percibe el acierto de que el libro no pase por alto los gestos y maneras que sirven de marco a la charla. Como en una buena novela, se mantiene atento a los escenarios y sus circunstancias. Se nos permite espiar a Murakami buscando un vinilo en la estantería de su biblioteca, entre pilas de discos, podemos ver cómo Ozawa se sorprende de ese tesoro. Vemos la aguja que toca el disco, suena ahora el allegro de la orquesta. Siempre después de escuchar ─a veces un vinilo, otras veces un cd o un dvd─ vienen las confidencias y curiosidades. El ambiente se llena de la música de solistas, ejecutantes y directores de orquesta célebres. Aparecen Glenn Gould y Lenny Bernstein, y también Martha Argerich y Barenboim. Incluso hay intentos por explicar con palabras la música que suena. "Brahms maneja muy bien las trompas, como si con ello invitase a la audiencia a penetrar en las profundidades de un bosque alemán", o "llega un hermoso solo de piano, como si un cuadro pintado con tinta china se dibujara poco a poco en el espacio".
Son frecuentes los vínculos entre música y literatura, algo parecido a lo que nos había acostumbrado Murakami en De qué hablo cuando hablo de correr. Allá, correr una maratón se parece a escribir una novela y a sostener un matrimonio. Acá, la completa soledad que demanda una novela se presenta como una actividad mucho más sencilla que dirigir una orquesta y tener que estar atento a la respiración de tantos músicos.
Música, sólo música es un libro para leer de un tirón y para releer en fragmentos, sin orden ni plan, como en un random de spotify. El libro está dividido en seis encuentros, y cada uno de ellos viene con numerosos subtítulos, o "pistas". Las indicaciones precisas de óperas, movimientos, directores y orquestas no solo permiten, sino que alientan el trabajo arqueológico, el rastreo de esa versión precisa que estimula la charla entre Murakami, Ozawa y nuestro costado más melómano.
24 de marzo, 2021
Música, sólo música
Haruki Murakami y Seiji Ozawa
Traducción de Fernando Cordobés y Yoko Ogihara
Tusquets, 2020
336 págs.