A diferencia de la dolorosa adolescencia que han sabido pergeñar autoras del talento de Giovanna Rivero, Mónica Ojeda o Mariana Enríquez, la inglesa Julia Armfield (Londres, 1990) explora las varias mutaciones de la vivencia púber con una sonrisa dibujada en el rostro. Allí está, para demostrarlo, El gran despertar (Sigilo, 2021), su debut como cuentista, elogiado por plumas reconocidas y díscolas como la de China Miéville o M. John Harrison. Relatos que hacen de las trasformaciones biológicas y psíquicas caras a la experiencia adolescente un entretenido pasaje monstruoso, una aventura gótica desprendida de solemnidad. Un trauma, a fin de cuentas, digno de ser celebrado.
Nuestras esposas bajo el mar, la primera novela de la autora, se impregna de un tono distinto a los relatos previos: el largo aliento, en Armfield, expele una respiración grave, siniestra. Las risotadas, los contubernios juveniles, la fascinación por los cambios animalescos han quedado atrás. Ha llegado la hora de encarar una relación seria. En este sentido, la adultez implicaría lidiar con lo inescrutablemente ominoso que encierra un vínculo maduro. Lo inescrutablemente ominoso que trenzan el cuerpo y la mente del otro.
Leah, una bióloga marina, se ha sumergido en el océano junto a una pequeña tripulación para observar y mapear cualquier clase de vida que pueda hallarse en las profundidades más oscuras. En tierra aguarda su esposa Miri, una joven hipocondríaca. La misión, que debía durar sólo tres semanas, se demora seis meses, pero el conflicto, antes que centrarse en esta desesperante espera, se desplaza a los efectos que la misión ha tenido sobre su pareja. Leah ha vuelto, sí, pero ominosamente cambiada. Las encías le sangran constantemente, su piel se transparenta, sus piernas apenas responden, su sed se calma con agua salada. Pasa los días duchándose y, prácticamente, no habla, no se comunica. Miri se atraganta, en principio, con una duda que crece: ¿quién (o qué) es lo que ha regresado de la misión? Como una Penélope invertida, Miri no anhela que el océano le devuelva a su amada, por el contrario, no sabe qué hacer con aquello que el mar ha regurgitado de sus entrañas insondables. Tampoco sabe, claro, cómo amarlo.
Armfield ha insistido, sobre todo en relación con El gran despertar, en su interés por el horror corporal como un modo literario de empoderamiento femenino: es hora de recuperar al monstruo que habita en nosotros (en nosotras), afirma, hora de abrazarlo. Si en la inevitable brevedad de los relatos la escritura bordeaba la superficie de los procesos de cambio, en Nuestras esposas bajo el mar se convive y se profundiza, cotidianamente, en ese proceso. Y si el tono relativamente celebratorio de muchas protagonistas de El gran despertar se debía a que el reconocimiento del cambio era propio –y resultaba del autodescubrimiento del monstruo que habita en uno (y, sobre todo, en una)–, en la novela, ese reconocimiento, o mejor dicho la imposibilidad de tal reconocimiento, se da sobre el otro, sobre el cuerpo de la otra. Así, la diferencia emocional de Leah queda signada también por su diferencia corporal, que, lejos de ser vindicada, traumatiza, hiere la percepción y la comprensión de Miri y, por consiguiente, lesiona el vínculo amoroso.
La novela se estructura en función de la denominación científica de las capas oceánicas: Zona de luz, de penumbra, de medianoche, zona abisal y zona hadal. Cuatro zonas-capítulos que responden a la creciente oscuridad y desconocimiento que el ser humano tiene respecto del mar. Cuatro zonas que figuran, en términos realistas, la dificultad de acceder al otro, y que resumen, en términos terroríficos, la gradualidad que conduce de la mujer al monstruo. El narrador afirma, hablando del fondo oceánico: “Las criaturas que viven a esas profundidades [se refiere a más de cuatro mil metros por debajo de la superficie del océano] suelen ser solitarias y se las ve muy poco. Hay cosas grandes ahí abajo, cosas antiguas, y sin duda muchas más de las que conocemos. Casi todas las expediciones tripuladas a esas profundidades han encontrado algo nuevo”.
Claro que el narrador habla, simultáneamente, de la inescrutable alma humana. La novela, para Armfield, habilitaría el espacio para indagar en lo que verdaderamente espanta: el coraje del amor capaz de darlo todo por algo, por alguien, a quien no conocemos. De permitirnos bucear por las profundas zonas del Eros que, como las del océano, podrán estar inexploradas, pero no necesariamente deshabitadas. Sólo hay que dar el paso, construir los nervios, el temple, afín a la aventura.
23 de noviembre, 2022
Nuestras esposas bajo el mar
Julia Armfield
Traducción de Virginia Higa
Sigilo, 2022
256 págs.