Probablemente la figura del astronauta cifre, en el imaginario infantil, la noción de la libertad total. Noción ligada a la de una aventura inconcebible, que solo la ruptura de la inquebrantable ley de gravedad podría ayudar, tal vez, a imaginar. La tripulación multicultural que protagoniza Orbital, la novela de la inglesa Samantha Harvey (Kent, 1975), ganadora del premio Booker 2024, tendría, sin embargo, algunas salvedades que hacer al respecto.
Dentro de una nave espacial que orbita la totalidad de la Tierra dieciséis veces por día, estos hombres y mujeres llevan a cabo, durante meses y meses, tareas que harían bostezar a más de un niño. Dos de los astronautas estudian el estado de una colonia de ratones para ver cómo evoluciona su masa muscular; otro investiga el lento desarrollo de plantas en un ambiente tan peculiar como aquel, carente de gravedad y de luz; otros dos, se dedican al cultivo de células cardíacas. Todos, sin excepción, informan sobre cualquier tipo de dolor, en especial de jaquecas; y los recurrentes escáneres cerebrales brindan información acerca del comportamiento neuronal allí arriba.
El viaje y las poco rimbombantes responsabilidades de los astronautas le sirven a Harvey para presentar una serie de reflexiones que anudan la nave con la Tierra, al individuo con la civilización, al tiempo con el Tiempo. Los tripulantes alcanzan a dar dieciséis vueltas al planeta y contemplan, maravillados, las imágenes de un espectáculo inolvidable –el mayor logro estético de la novela–, que recuerdan momentos –literalmente– de película. Por caso, las bellezas apabullantes de Terrence Malick en El árbol de la vida, o las más o menos estáticas de Melancolía, de Lars Von Trier. En Orbital se suceden las geografías más variadas –todas las geografías del orbe– a una velocidad inusitada, a una distancia propia de un dios antes que de un ser humano, con una paleta de colores casi infinita, sin dejar de lado las fascinantes auroras boreales que serpentean en el interior de la atmósfera.
Se supone que la vida en el espacio carece de dolor, sostiene el narrador en un momento, porque lo que termina por evanescerse es, inversamente al imaginario infantil, cualquier clase de libertad, de elección o decisión personal, cronometradas y reglamentadas como están las actividades, las tareas y los momentos de esparcimiento La inquietud, no obstante, surge en las reflexiones de los tripulantes con el paso de los días. Días, por cierto, extraños, o, mejor dicho, días que propician el extrañamiento: es que para estos hombres y mujeres las veinticuatro horas transcurren cuando han presenciado ya dieciséis amaneceres con sus respectivos ocasos.
En un momento determinado, Shau, el astronauta norteamericano se pregunta: “¿A quién se le ocurre algo así? ¿Tratar de vivir donde es imposible prosperar? ¿Aventurarse por un camino que el universo no quiere ofrecerte cuando hay una tierra perfecta que sí te quiere?”. Mientras gravita en esa “lata de sardinas”, reflexiona: “Nunca ha sabido del todo si el deseo humano de ir al espacio es una expresión de curiosidad o de ingratitud. Si este extraño y ardiente anhelo lo convierte en un héroe o en un imbécil. Sin duda se encuentra a solo un paso de lo uno o de lo otro”.
No hay humor en Orbital, aunque Harvey explora los grandes dramas de la humanidad, no obstante, sin dramatizar. Desde el espacio, la Tierra es, inequívocamente, una. Incomensurable frente a la perspectiva del individuo o la especie; un indistinto punto microscópico ante los ojos del Universo. La tripulación la descubre siempre interconectada, por naturaleza o cultura; y su maravillosa contemplación descree de todo nacionalismo y ridiculiza cualquier clase de frontera humana, sea étnica, religiosa o político-ideológica. Así, los protagonistas –que son de todas partes– conviven en esa nave que es, simultánea y metafóricamente, una lata de sardinas, un planeta diminuto, un hogar, una conciencia. Y es desde allí, desde esa caverna tecnológica lanzada al espacio inhóspito, donde afloran las inquietudes que, a la distancia, suscita la Tierra, madre de todas las preguntas.
11 de junio, 2025
Orbital
Samantha Harvey
Traducción de Albert Funes
Anagrama, 2025
200 págs.