En Parte del caos, la nueva novela de Ariel Urquiza, nos encontramos con un primer umbral plagado de intrigas, que el lector inevitablemente recorre carilla a carilla con la grata sensación de tener entre sus manos a un libro tan existencial como dinámico, sin constituir esto último oxímoron alguno. Una azafata encantadora, llamada Nancy, mantiene una singular conversación con un filósofo costarricense, Frank, en la que se esboza un lazo que aventuramos como troncal en la historia; sin embargo, al dar vuelta algunas páginas, descubrimos que Nancy no es ni más ni menos que el narrador anónimo protagonista de la novela que, dentro de su crisis identitaria, atrapado en la monotonía de un matrimonio estancado, padeciendo los dolores de su herida narcisista ejecutada por la incómoda paternidad que le demanda su hijo Maxi, de siete años, cuya condición cognitiva nunca es mencionada con claridad (dado que no hace falta), encuentra un enclave poroso para nutrirse de oxígeno en la asfixiante vida que transita.
Este narrador, que en una red social sube fotos de Nancy (una mujer que conoció hace algunos años y con la que sostuvo un vínculo amoroso) y le hace creer al filósofo Frank que está hablando con una hegemónica azafata, es, por sobre todas las cosas, fotógrafo. Trabaja en la sección de cultura de un diario de Buenos Aires, en donde el clima laboral es cruento y sórdido (se avecinan despidos), con lo cual, uno comprende, capítulo a capítulo, que este pobre hombre tiene todos los rincones de su vida minados, siendo la mirada del fotógrafo una especie de tinglado para refugiarse de una lluvia que no cesa.
En dicho estado de situación, cierta mañana, este protagonista acompaña a un redactor encargado de entrevistar a David Yanguas, un intelectual especializado en teología que tiene una teoría acerca de Jesús que más adelante, y a su debido tiempo, saborearemos reflexivamente. En este encuentro, el narrador toma las pertinentes fotos, pero, al día siguiente, Yanguas le solicita una sesión más prolongada y le da ciertas indicaciones apenas llamativas que, al enterarnos luego de su suicidio las resignificamos. A partir de este momento Parte del caos avanza resueltamente con las observaciones y apreciaciones existenciales del narrador (“En los retratos asoma una lucha interna entre lo que la personas es -o lo que se ha resignado a ser- y lo que pretende ser”) inscriptas en la novela en un formato primo hermano del diario personal, en donde lo fragmentario aparece sumamente aprovechado, con sus varios comienzos y sus varios finales.
La falsa identidad que interpreta al chatear con Frank y el episodio con Yanguas podrían verse como dos estribillos imantados que contienen la vida de este fotógrafo, amenazada por una inminente separación de su mujer, Verónica, (personaje secundario sólidamente construido como tal), por el síndrome que padece su hijo Maxi y que él no puede apechugar (ni al síndrome ni a la paternidad), mientras que el pasado le devuelve ecos dramáticos, que se acoplan a los ejes del presente (como, por ejemplo, el suicidio de su hermano varios años atrás que dialoga con el episodio de Yanguas) incrementando el sonido de dichos ejes. El narrador, así, verá si logra o no engrasarlos, para que dejen de sónar, y de ese modo aguardar la pausa: salir, de una vez por todas, de su caótico tinglado.
13 de noviembre, 2024
Parte del caos
Ariel Urquiza
Cía. Naviera Ilimitada2024
224 págs.