Todorov escribió alguna vez que un país que ha sido capaz de concebir campos de concentración tiene –ya en la superficie, ya en lo profundo– el corazón roído por gusanos. La literatura de Guillermo Saccomanno (Buenos Aires, 1948) tiende a auscultar la podredumbre y la mezquindad que anida en ese músculo y en un imaginario particular: el argentino, sobre el cual pesa, justamente, la carga del genocidio de la última dictadura cívico militar. De esa violencia, de ese padecimiento y de una esperanza un tanto opacada surge el elemento fundante de su poética. Los relatos que componen estos Cuentos reunidos, que abarcan desde Situación de peligro (1986) y culminan con el El sufrimiento de los seres comunes (2019), se proponen como un muestrario extenso de una escritura que, distante de todo florilegio, se propone azuzar, con una economía de guerra, a toda conciencia aletargada.
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En una entrevista reciente, sostuviste: “Cuando tenía 20 años menos pensaba que escribía porque tenía una verdad que revelar al mundo o tenía algo importante que decir. Ahora escribo para preguntarme”. ¿En qué consistía aquella verdad? ¿Y a qué razones atribuís el cambio de la certeza al cuestionamiento?
Mis verdades de juventud consistían en derivas de la militancia en la izquierda cifradas en la idea del camino revolucionario al socialismo. “Tenía veinte años y no permitiré que nadie jamás diga que es la edad más hermosa de la vida”, escribió Nizan. A la vez, poniéndome sartreano, creía en la gratuidad de la literatura. No creía entonces en una bajada de línea ni tampoco lo pienso ahora. Pero la literatura es siempre reflejo de conflicto social e íntimo. Desde los primeros cuentos de los “reunidos” queda clara una toma de posición frente al mundo. La escritura debe poner en duda, incomodar en principio a quien escribe. Su objetivo, en todo caso, es preguntar. Un relato no cambia el curso de la historia, pero contribuye a su interpretación. Mi descubrimiento a los catorce de El juguete rabioso fue un rayo. Ese sentimiento perdura. Digamos: la escritura es una herramienta de cuestionamiento de la realidad pero también de uno mismo. Mi compromiso es con la escritura. Y mediante la escritura, si es posible, averiguar quién soy. Y en este libro, ver si estoy a la altura del que quiero ser. Tal vez sea todo más simple. Charlie Haden decía: “Soy feliz cuando soy el que toca”.
Teniendo en cuenta tu concepción, la de la literaria como reflejo del conflicto social e íntimo, ¿qué opinión te merece la literatura que se considera autónoma?
No creo que la literatura pueda ser autónoma en la medida en que se inserta dentro de la superestructura del sistema capitalista. No hay afuera en la cultura de la plusvalía. Conviene pensar en la materialidad del libro en tanto y en cuanto se escribe dentro de este marco. Escribir es producir ideología. Se escribe por necesidad. Pero en la medida en que el libro pertenece a una circulación que va desde la escritura del libro en concreto, y después accede a una editorial que fija su valor y su precio, y así ingresado desde el vamos a un circuito de dinero, se escriba lo que se escriba, sea realismo –aunque esta etiqueta me resulta incómoda–, sea evasión –y esta etiqueta también resulta evanescente– la escritura no está al margen de las contingencias de lo social. Pensarla autónoma es creer en un paraíso artificial, puro, incontaminado. Es decir, pensarse en una autonomía es idealismo, abstracción pura, temor a considerarse afectado por las contradicciones de lo real.
¿Encontrás algún autor de esa tradición que no es la tuya (digo, de la literatura “autónoma”) que te interese?
Vuelvo a lo anterior. Por el lado de la relación forma/ contenido no hay literatura que pueda ser autónoma aunque hay autores que pueden jactarse de ser autónomos con sus pruritos. Volvamos a David Viñas, la relación texto/contexto. Casi literal, cito: “La literatura argentina nace y se organiza alrededor de una metáfora mayor: la violación”, plantea Viñas respecto a “El Matadero”. Desde ahí queda claro un modo de prismar lo literario. Y siguiendo a Terry Eagleton el planteo incluye también a la crítica: la teoría literaria es teoría política. En esta línea, toda literatura, como signo y síntoma de un tiempo, debe leerse fechada. Un ejemplo ya clásico: “Casa tomada” puede ser leída –según algunos– sólo como un texto fantástico. Cortázar, en el tiempo de esa escritura, creía cautivado aún en cierta independencia de la literatura con respecto a la Historia. No obstante, ese cuento, excelente por sus valores formales, la articulación entre lo cotidiano y lo fantasmal, no es inocente ni puede aislarse de una lectura del peronismo como amenaza vejatoria de los valores de la clase media. Sería una reiteración, más allá de sus, méritos estilísticos, incluir a Borges y Bioy como tantos herederos y epígonos de la tradición Sur. Tirando la pelota afuera, un ejemplo más lejano pero no menos pertinente: Lovecraft. Por más susto que nos provoque su narrativa, tampoco escapa de este enfoque: el otro es lo otro que aterra, la represión que inspira una sociedad reaccionaria con sus miedos en los que puede leerse un preanuncio fóbico de los cultos y sectas y, más acá, la formación de milicias fascistas. A Viñas –y su filosa vigencia– me remito. Es que, aunque nos resistamos, somos prisioneros de la Historia.
Guillermo Saccomanno por Juan Carlos Comperatore
Pensaba en ordenamiento cronológico de estos Cuentos reunidos. El libro abre con “Aunque siguiera tronando”, el encuentro (o desencuentro) del narrador con su padre, y termina, treinta años después, en el 2019, con “La búsqueda de Dios”. Como si se trasluciera, ahí, un desplazamiento de lo material a lo metafísico: de un padre biológico a uno espiritual. ¿Qué pensás al respecto?
La cuestión del padre es central en “Situación de peligro”, novela atomizada de los mediados de los 80. La llamo atomizada por su composición en bloques, relatos astillados, y, a su vez, estos en fragmentos, un pretendido montaje nouvelle vague, narración despedazada que buscaba su coherencia. Más allá de lo personal, la relación crispada con mi padre (blablablá) me interesaba averiguar en la escritura hasta dónde era capaz de ir a fondo con un tema: el parricidio. Previsible, esta búsqueda venía de Dostoievsky, de la lectura de los Karamazov y también de Faulkner. El primer cuento de los reunidos, “Aunque siguiera tronando”, que es el último de “Situación”, procede de ahí. Demás está decir que no arreglé ninguna cuenta con mi padre escribiendo una novela. La cuestión me persiguió a través de distintos libros y de una manera u otra surge siempre, naturalmente, como si siempre hubiera estado ahí, y está ahí nomás. A veces tengo la impresión de que sigo escribiendo contra su biblioteca, discutiéndola. En la realidad éramos insoportables en nuestras discusiones, la violencia de las mismas, y tardé en darme cuenta que en verdad esos encontronazos, que eran un duelo constante, eran sublimación de un amor inexpresable. Cheever dice por ahí que no se pueden arreglar en la literatura los problemas irresueltos en la vida. Tiene razón. No obstante, si el tema me ataca, no lo eludo. Lo que lo convierte en constante. Podría establece una conexión entre el Padre, la Ley y Dios. ¿Escribo contra esa tríada hegemónica? La escritura puede ser, en buena medida, un acto de fe y volverse, a lo Kafka, una práctica religiosa. “La literatura es mi religión, apunta en su diario”. Tarkovsky –en quien la cuestión del padre y la creación es central– propone lo mismo. Si la creación no es un acto de fe, carece de razón de ser. Escribo porque me gusta, es verdad, pero también porque en ese gusto encuentro algo que sabe sostenerme en momentos de crack up.
Escribir contra la biblioteca de tu padre, decías... sin embargo en el cuento “Por qué escribir” es el padre el que le da al narrador la razón por la cual escribir...
La memoria, tal como enuncia el padre, es una buena razón de ser de la escritura, tal vez esencial, pero no la única. También inciden la venganza, la rabia, el ajuste de cuentas. En el libro cito a Pavese: “La literatura es una defensa de las ofensas de la vida”. O sea, una búsqueda de justicia, por cierto más justicia poética que real. Y también pasa que se escribe para superar, si es posible, la herida. Y cuando vuelvo sobre lo escrito, algo que hago rara vez, y en este recorrer ese pasado, como es este libro, me pregunto quién era quien escribió lo que escribí, un intento de disociación. A la vez la escritura tiene bastante de gratuito. No menos, en esa gratuidad cabe el gusto, el goce que son ideológicos. Hasta que la escritura se te convierte en adicción, un vicio absurdo. No obstante, un escritor es el menos indicado para hablar de lo que escribe, está en el riesgo de la falsa modestia, la fatuidad. A un escritor debe buscárselo en sus libros y no en sus declaraciones.
Has sabido cultivar distintas vertientes del cuento (quiero decir, no es lo mismo un texto como “Después de eso” que los más extensos, en donde la búsqueda del efecto y de la tensión no son lo primordial). El cuento es un género con prescripciones más o menos rigurosas. ¿Cómo te llevas con eso? ¿Tenés, en algún sentido, un modelo de cuento?
La novela requiere tiempo completo. El cuento, en cambio, permite entrar y salir, entrar y salir. Y puede requerir, en apariencia, menos tiempo de concentración que una novela. Esto, al menos, en una primera aproximación. Que puede ser discutible. Un cuento puede captar en un momento tanta complejidad como una novela. Cito dos ejemplos en superficie antagónicos pero complementarios. “Colinas como elefantes blancos”, de Hemingway y “El perseguidor” de Cortázar, quien sostenía que la novela puede ganar por puntos y el cuento debe hacerlo por knock out. Hasta cierto punto, puede parecer una verdad, pero como todo en el arte, es verdad relativa. Hay una conexión del cuento con la poesía. Está en la captura de un instante, la fugacidad. En este sentido, no me preocupa, cuando escribo, seguir tal o cual decálogo sino aquello que va dictando la escritura a medida que avanzo. En los 90 pasé por una racha de pantano. Por entonces Fresán me propuso escribir un cuento por mes para Página/30. Tuve que ponerme a prueba con un formato y una fecha de entrega. La exigencia de una disciplina terminó convirtiéndose en un juego contra reloj. Y de ese período, donde los límites se volvieron a favor, que duró varios años, surgieron al menos dos libros de cuentos: “La indiferencia del mundo“ y “El pibe”. Lo que vino a probarme una vez más que la literatura es un oficio. Cada escritor privilegia tal o cual método de acuerdo a su experiencia. Los decálogos pueden ser útiles al principio, pero pegarse a uno puede restringir. Conviene descreer de las recetas. De todos los modelos, creo que Chéjov es quien más me sigue siendo imbatible, y no creo que a esta altura del género, su paradigma, esa capacidad de confluir ligereza con profundidad haya sido superado.
¿Y los finales? ¿Cómo los trabajás? Suele decirse que un final condensa, de alguna manera, el sentido o los sentidos claves del texto, de la historia...
Intentaré no ser careta y posar de que me las sé todas. Vuelvo sobre lo que dije antes. Cada uno escribe lo que puede y no lo que quiere. A veces la historia viene. También suele decirse que las historias le vienen a quienes pueden contarlas. Y a veces una misma historia te ronda un tiempo largo sin que le encuentres la vuelta. Muchas veces uno tiene la historia pero no le encuentra el final, que es moral. Deploro, que conste, el término moral. Otras empiezo por el final y escribo tratando de llegar a él, pero puede ocurrir que la historia, a medida que avanza impone otro final, o ninguno. El cuento perfecto es aquel al que no podés imaginar de otro modo, con otra resolución. Insisto en que no hay recetas. Los problemas de la literatura sólo se arreglan escribiendo. No hay otra.
Para ir cerrando. Si tuvieras que darle un nombre, un título, a estos Cuentos reunidos, ¿cuál sería y por qué?
Tal vez el título debería provenir de algunos de los libros de cuentos en el volumen: Animales domésticos, La indiferencia del mundo y El sufrimiento de los seres comunes. Cualquiera de los tres me resulta pertinente para el conjunto.
23 de agosto, 2023
Cuentos reunidos
Guillermo Saccomanno
Seix Barral, 2023
560 págs.