La buena escritura siempre resiste; lo hace a las malas traducciones, las erratas, las apropiaciones o desviaciones culturales e ideológicas. Se podría decir, en términos biológicos, que el genotipo es inmutable al ambiente. Pero, ¿qué sucede si además de ser buena se la rescata del ostracismo, se la presenta con pompa y se la celebra como el producto destilado de la mejor literatura foránea? Pues estaríamos en presencia de un milagro, ou presque. Tal es el caso de Seeland de Robert Walser, obra hasta el momento inédita en nuestro idioma. Partido en cuatro secciones, el libro pareciera encarar desde disímiles ángulos narrativos (la misiva, el relato confesional, etc.) el devenir artista en su sentido pictórico. La obra está atravesada por la cruzada del arte: desde los personajes hasta el paisaje, pasando por las emociones mismas; se aprecia a simple vista la fina moldura de las cosas. Más que nunca el autor se empeña por representar fielmente el espíritu de una época (el gap de entreguerras), ataviándolo de bellos adornos y arquivoltas. Tal vez y como en ningún otro libro suyo, Walser abandona la vía de representación sobria (piénsese en El ayudante, Los hermanos Tanner, Jacob von Gunten) y emplea un estilo preciosista: “El cielo se arqueaba tiernamente sobre la tierra”, “Frescos y alegres, los dos avanzaban por calles blandas y por senderos de campo teñidos de un rojo suave. El mundo se extendía ante ellos como un mar dorado y centelleante”, “Me viene a la mente haber pasado una vez junto a cierto jardín, donde las nubes rojo fuego de la tarde flotaban sobre rosas y lirios”, and so on and so forth. Pareciera como si, dentro de los elementos compositivos, descartara adjetivos relacionales o demostrativos y los reemplazara in extremis por los calificativos; incluso se podría ir más allá en esta especulación salvaje alegando que en Seeland emprende una cruzada sinestésica. De esta manera busca, y las más de las veces logra, extrapolar la gradación colorimétrica desde la paleta del pintor a la sintaxis narrativa, haciendo explotar de sentido las sutiles manifestaciones que acechan el devenir de sus personajes.
Luego vienen las historias de caminantes, o de artistas que, ante su paso, ya sea por lagos y montañas, encuentran motivos para la felicidad o para atender el llamado de las armas. No obstante y sin salirse del guion Walser opera didácticamente como en Las composiciones de Fritz Kocher: nos revela en el curso de las páginas que no hay rasgo de estilo más fuerte que el de pronunciarse en favor de la forma, relegando al tema a un segundo o tercer orden, convirtiéndolo en un mero disparador para el trabajo de una imaginación fulgurante.
10 de abril, 2024
Seeland
Robert Walser
Traducción de Guillermo Piro
Pinka Editora, 2024
112 págs.