“Camino por acá como si este lugar me perteneciera, como si fuera algo natural que estuviera acá. Pero no lo es. Algún día voy a irme, algún día que no conozco pero para el que no falta tal vez demasiado, y cuando me vaya, voy a lamentar no haberme grabado en la cabeza la cara de cada una de las personas y las cosas que estoy viendo ahora”, escribe, con nostalgia anticipada, Miguel Ángel Petrecca en Soñé una ciudad, su último libro.
Autor, entre otros, de Mastronardi (Neutrinos, 2018), Pekín (Pre-Textos, 2017) y La voluntad (Bajo la luna, 2013), traductor y librero a cargo de “Cien Fuegos”, una librería ubicada a pasitos del cementerio de Père-Lachaise que se anuncia como la última librería latinoamericana en París, Petrecca (Buenos Aires, 1979) en esta oportunidad nos entrega un libro al que naturalmente podríamos considerar un diario. Un diario en el que, más allá de algunas notas de viajes y escapadas, se suceden, básicamente, una serie de apuntes que giran en torno a escenas de la vida cotidiana que tienen lugar en la capital francesa.
Cafés, comidas y copas con amigos en casas, bistrós y brasseries, de eso van, por lo general, estas escenas, en las cuales, charlas y anécdotas mediante, se manifiestan vínculos y relaciones entre personas (latinas, en su mayoría) con cierto apetito cultural (abundan las charlas sobre literatura), reunidas en tiempo y espacio –en cuerpo y alma– por la ciudad.
“Esto básicamente es un intento de no olvidar algunas cosas que, de tan ínfimas, de tan banales, se van rápidamente en la corriente de los días, se licúan en el viento (...) Registrar. Acumular, no contra el olvido, sino para olvidar tranquilo”, apunta Petrecca y, además de la motivación, en ese pasaje nos da una pista con relación al sentido y al estilo de este diario.
Más allá de algunos hilos narrativos –la eterna pesquisa de un librero (siempre hay una nueva biblioteca en venta por visitar), el trabajo en una tesis, en una huerta, la preparación de cara a la inminente paternidad–, en este diario no parece haber ninguna intención de establecer jerarquías, sino más bien lo contrario. Minimalista, Petrecca en este diario consigna, y no mucho más. Deja constancia. Esboza apenas el contorno de las cosas, de la anécdota, sin pretender darle mayor importancia a una cosa que a otra (que eso, en todo caso, corra por cuenta del lector). En ese plan, desde un registro monocorde, algo nihilista, se impone un estilo que excede lo meramente literario: un estilo singular que parece estar vinculado a un honesto modo de ser, de estar.
Leves, despojadas, con una impronta zen, estas entradas, vistas de cerca, nos dicen poco, es cierto –a Alberto Laiseca, por ejemplo, un personaje sobre el cual podrían escribirse (y se han escrito) libros enteros, cuando se lo menciona, se le dedican apenas dos líneas: “Ve la vida como una lucha entre el bien y el mal. Cuando estalló la guerra de Vietnam, se presentó en la embajada norteamericana para alistarse”–, pero si uno toma distancia, la cosa cambia.
Tal como sucede con una pintura puntillista, si uno se aleja –si da un par de pasos hacia atrás y se entrega al conjunto– empieza a ver cómo estas modestas entradas, estos pequeños puntos sobre el lienzo forman una imagen. La imagen de una vida siendo vivida. La vida de alguien humilde y atento, que –atravesado por la experiencia de dos lenguas (dos culturas, dos mundos)– fluye, iluminado por las luces y sombras de los días.
5 de junio, 2024
Soñé una ciudad
Miguel Ángel Petrecca
Mansalva, 2023
293 págs.