Los textos recogidos en Tecnología y barbarie. Ocho ensayos sobre monos, virus, bacterias, escritura no-humana y ciencia ficción (Anagrama, 2024), escritos por Michel Nieva entre 2016 y 2020 con alguna adenda puntual en esta edición, funcionan para acercarse de forma esclarecedora a dos objetos de magnitudes muy diferentes. Por un lado a la propia obra de ficción de su autor, específicamente a su novela La infancia del mundo (Anagrama, 2023), y por otro a la relación seminal entre tecnología, literatura argentina y política.
Empecemos por esta última relación: Nieva propone en “Tecnología y barbarie: el origen cyberpunk de la literatura argentina”, el primero de los ensayos, un recorrido por la presencia y el papel de la tecnología en los textos fundacionales de la literatura argentina y en las condiciones sociales y culturales sobre las que se eriza la política nacional desde sus inicios. El discurso civilizatorio de los primeros compases de la independencia y los ejes fundamentales sobre los que sostendrá la estructura simbólica de la identidad nacional, están marcados por la irrupción de cuatro tecnologías definitorias: “el fusil Remington, el telégrafo, el alambre de púas y la picana”.
Aplastamiento del indígena, articulación del territorio vía comunicaciones, gestión ganadera y disciplinamiento del subversivo. Estos son los puntos cardinales que establecen el perímetro del primer bloque de ensayos. Aquí no se menciona, pero es interesante pensar en este sentido en la invectiva con la que Rodolfo Walsh se dirigió al coronel encargado de los fusilamientos de José León Suárez: “a usted y gente como usted la afamada casa Remington sigue proveyendo de carabinas para fusilar, mientras que a nosotros, y a gentes como nosotros, solo nos provee de máquinas para escribir. Mientras usted esté de algún modo arriba no habrá silencio en esta clase de máquinas Remington, y usted haga lo que quiera con las suyas”.
En este primer bloque temático se aborda la lectura en clave de los dispositivos tecnológicos presentes en la “ya legendaria oposición entre civilización y barbarie”, introduciendo en la dialéctica sarmientina el factor tecnológico y construyendo desde ahí una genealogía de las tensiones que recorren la literatura y la política. La piedra de toque de sus indagaciones puede resumirse de la siguiente manera: “La literatura argentina entonces nace y es recorrida por este nudo problemático, la idea de que la tecnología es la frontera entre civilización y barbarie, su punto exacto de unión, de fricción y de cruce”. A partir de allí, desplegará una serie de argumentos armados de forma persuasiva y documentada para repasar las metáforas más recurrentes (“la vida indígena como agente bacterial”, el “malón biológico”, etc.) con las que el poder ha caracterizado a las identidades señaladas como conflictivas para un proyecto nacional idealizado según el modelo europeo: indios, gauchos, mestizos semiesclavizados y marxistas. Identidades a exterminar o a domesticar en el desarrollo eficiente de un sistema de producción extensivo.
Como no podía ser de otra manera, el fantasma de Borges comparece aquí para dejar su chispazo y provocar un cortocircuito. En su afán por disputar las interpretaciones hegemónicas del corpus borgeano, por instalar cuñas en la estructura de esa fortaleza inmovilista con el fin de resquebrajarla, podríamos decir, Nieva sale a tirar con bala en un campo de batalla que quizá se antoje más propicio para el florete o el facón. Así, las objeciones de Beatriz Sarlo sobre una lectura en términos de ciencia ficción de la obra de Borges es encasillada en una de las “dos formas de entender la literatura”: “una vetusta, plomiza, que festejan políticos y conductores de televisión cuando promueven campañas de lectura, y otra que en su ingenua jovialidad cuestiona esa Cultura con mayúscula, acartonada y la conecta con problemas del presente”. No es este el lugar para sopesar la validez u operatividad de las propuestas de Sarlo, que por otra parte responden a medio siglo de intervenciones en el ámbito de los estudios literarios y culturales, con la comprensible pérdida de filo de sus herramientas críticas, pero hablar de su “dogmática terquedad” se nos puede hacer un poco bola en la garganta. En tiempos de tecnologías disruptivas y consensos básicos en crisis, quizá sería prudente recapitular hacia la más radical de las posiciones contemporizadoras: vamos a calmarnos.
Si bien la hipótesis de trabajo de Nieva resulta pertinente y productiva, hay toda una zona de posibilidades complementarias o alternativas para matizar esta afirmación: “La historia de la literatura argentina es entonces una historia de la modulación de este problema, el de la tecnología como cruce de la civilización y la barbarie”. Esta hipérbole categorial sirve para enfatizar la utilidad de la hipótesis que sostiene, pero no aporta necesariamente una línea de interpretación totalizante. De hecho, lo hiperbólico es la propia idea de que pueda haber un eje totalizante a partir del que leer “la literatura argentina”. Ahí está la línea escatológica que parte de Esteban Echeverría con “El matadero” y que no aparece en el horizonte de este ensayo, la posibilidad de concebir una idea de la “tecnología” más abarcadora o incluso extender la hipótesis fuerte a casi cualquier otra literatura nacional de casi cualquier época, donde podría seguir siendo válida, restando con ello especificidad al caso argentino.
Pero que no se malinterprete este análisis con su carga de opinión: los ensayos recogidos en este libro establecen conexiones pertinentes y estimulantes entre tecnología, literatura argentina y política; conexiones por lo general inesperadas (que es lo que uno espera encontrar al leer un “ensayo”) y siempre adecuadas, como en la vinculación entre Mansilla y la literatura cyberpunk, los infinitos laberintos en los que copulan la literatura argentina y la traducción, la instauración del indígena en el diseño de la alteridad esencial, el rol catalizador de los discursos cientificistas e higienistas del siglo XIX en la retórica racista de la identidad nacional y muchas otras vetas que se exploran con inteligencia y conocimiento. También sirven como energizantes de un foco que, aun sin ser novedoso, necesita de sucesivas actualizaciones para alumbrar el presente: “Otra consigna cyberpunk presente en Tadeys y que emana de todas las novelas distópicas herederas de Los lanzallamas y Los siete locos es la experiencia de la política como delirio, la idea de que la política argentina es tan bizarra e impredecible que basta describirla sin agregados para componer una historia de alto tenor surrealista con su respectiva dosis de terror”.
En un segundo bloque de ensayos se exploran los conceptos de arte transgénico, bibliotecas bacterianas y escritura robótica, centrándose en la definición de “biteratura”, término acuñado sobre un neologismo de Stanisław Lem. Dará cuenta de la historia de los autómatas escriturales y hará arqueología de la “escritura no-humana”: domótica, computación autogenerativa, códigos de programación dialogantes, escritura biológica, interconexiones rizomáticas y algoritmos... Todo ello supone, según Nieva, “una verdadera revolución que cambiaría para siempre lo que desde el origen de la humanidad se entiende por un autor y un lector”. Paradójicamente, tras liberarse los estudios literarios de la necesidad de apelar a los pormenores de la vida de los creadores en la interpretación y el análisis de textos, hito logrado a partir de los postulados del formalismo ruso, la posibilidad de una literatura no-humana vuelve a introducir este factor en la ecuación.
El ensayo “El lenguaje es un virus: sobre arte transgénico y bibliotecas bacteriales” trata el curioso experimento del canadiense Christian Bök, que encriptó poemas en la información genética de una bacteria, con el objetivo de que “sus poemas subsistan al fin de toda vida terrestre”. “Si ser olvidado, llegar antes a la meta, como decía Borges, fue y será uno de los miedos que más mortificaron el narcisismo de un poeta, Bök encontró un inusual consuelo: forjar textos tan imperecederos que se habrán de conservar hasta cuando ya no haya nadie capaz de leerlos”. Esto supone, agregamos nosotros, una instancia superadora, interesante en su propia esterilidad metafísica, de la potencialidad de la literatura para engendrar formas capaces de resistir el paso del tiempo. Fue Shakespeare en sus sonetos quien seguramente mejor lo puso: “Vuestro nombre desde aquí tendrá vida inmortal,/ Aunque yo, una vez partido, deba morir para todo el mundo:/ La tierra puede solo darme una fosa común,/ Mientras vos tendréis sepultura en los ojos de los hombres./ Vuestro monumento será mi verso suave,/ Que ojos aún no engendrados leerán”. En Shakespeare, es la literatura misma la que es pensada como tecnología contra la muerte.
La adenda puntual que mencionábamos antes se encuentra en el ensayo “Y todo el resto es biteratura: breves especulaciones sobre la escritura robótica”, que debido a la velocidad de avance de la tecnología, ha necesitado una ampliación desde su escritura original en 2020. El motivo concreto no es otro que la disponibilidad de la IA generativa para uso masivo, que ha supuesto un salto sustancial en las posibilidades y los desafíos de la “escritura no-humana”. El último ensayo del libro, titulado “El nacimiento de la vi(r)opolítica: polloceno, porcoceno y la gestión neoliberal de la pandemia del COVID-19”, queda desgajado de sus grandes bloques, ya que no se injerta orgánicamente en ninguno de los dos ejes temáticos.
En cuanto a la relación entre los ensayos y la novela, solo mencionar que estos resultan una guía provechosa para pensar todas esas aristas que quedan un tanto sin pulir en La infancia del mundo, articulada por las preocupaciones conceptuales expuestas en los ensayos y tributaria del magisterio tecno-delirante de Copi.
Tecnología y barbarie. Ocho ensayos sobre monos, virus, bacterias, escritura no-humana y ciencia ficción
Michel Nieva
Anagrama, 2024
176 págs.
Crédito de fotografía: Ignacio Sánchez.