Cursaba el año 2016 cuando el escritor y traductor oulipeano Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) publicaba Un padre extranjero, una novela que generaría efectos varios, y no sólo de lectura. Aquella ficción de guiños autobiográficos narraba, entre otras cosas, el exilio del padre judío de Berti: al estallar la Segunda Guerra Mundial abandonaba Rumania para llegar a la Argentina, con el consecuente cambio de apellido, de fecha natalicia, de religión. No mucho después de la publicación, Berti recibe un mail de un viejo amigo; un mail con un adjunto inquietante: el legajo que el padre presentó, en 1952, para tramitar la ciudadanía argentina. El documento, confiesa Berti, “trae las informaciones que mi padre nos ocultó durante años. Lo que se llevó a la tumba. Lo que tuve que inventar, porque faltaba, en mi novela”.
Un hijo extranjero, suerte de (neurótica) novelita biográfica, de diario de viaje acompañado por fotografías y postales tomadas por el mismo Berti, funciona acaso como una suerte de secuela de la ficción del 2016. El viejo amigo, asegura el autor, no le ha enviado un simple documento administrativo, un aséptico legajo informativo que contradice el relato paterno: se trata, por el contrario, de un mapa a seguir, de un desafío. Una especie de intensa aventura policial en la que se pondrá a prueba la solidez de las vigas que aseguran el pasado y la identidad.
Berti, argentino que reside en Francia desde el 2014, viaja entonces a la ciudad rumana de Galati, tras las huellas paternas. Conoce ahora, gracias a la información del documento, la dirección exacta de la casa del padre, la verdadera fecha de nacimiento y el verdadero nombre, que Berti (como aquella foto materna de la que tanto habla Barthes en La cámara lúcida, pero nunca exhibe) no develará. “Mi padre vivió un tiempo bastante fugaz en Bucarest, después de su infancia en Galati y antes de irse para siempre de Rumania: a Francia, luego a Argentina. ¿Yo hago el mismo viaje al revés, pero con gran lentitud, desde hace décadas? ¿Yo me puse a viajar como si no se hubiera borrado la estela que dejaba el barco de mi padre en el Atlántico?”, escribe Berti durante su viaje.
La pesquisa del autor sufre algunos percances, algunas equivocaciones. De todos modos, sin perder el tino y, lejos de toda solemnidad, Berti recorre Bucarest y Galanti, toma fotos, conversa con rumanos que, en términos generales, resultan empáticos con la causa, lee el diario de Mihail Sebastian y vuelca sus reflexiones en los papeles que terminarán conformando Un hijo extranjero, cuya indeterminación genérica se asemeja a las ambigüedades en la historia paterna y, en cierto sentido, a la suya. “Pero tal vez, más allá de sus apariencias, esto también sea una novela –escribe cerca del final–; otra novela donde la sombra de mi padre es arisca: una presencia fantasmal, como era fantasmal esa Rumania de la que él nunca me hablaba”.
Como un detective privado –y privado, al mismo tiempo, de parte de su pasado– Berti reconstruye su periplo en busca de las pistas correctas para dilucidar el perfil de una figura paterna que se configuró, insistentemente, desde el silencio y la opacidad. A lo largo del viaje, este investigador irá dilucidando que el suyo, el de su padre, no son enigmas que puedan resolverse únicamente con la fría abstracción racional; por el contrario, los casos que involucran a la identidad personal requieren de otro tipo de herramientas y métodos; de esas capacidades que sólo las razones del corazón –celosas, intrincadas, concretas– son capaces de brindar.
28 de junio, 2023
Un hijo extranjero
Eduardo Berti
Híbrida, 2023
128 págs.