Un vidrio, de Manuel Crespo, se introduce con una cita de Clarice Lispector: “Pero voy a esperar. Voy a esperar comiendo con delicadeza y recato y avidez controlada cada mínima migaja de todo”. Sería posible encontrar en esas dos frases algunas claves de lectura para la novela y un eco que resuena en la prosa de su autor. Ansiedad contenida, paciencia expectante, sensualidad y cuidado, apreciación de lo mínimo. La narración presenta una prosa en apariencia desapegada en la que subyacen emociones desbordantes. Como un plato que se come frío, el protagonista de esta historia evoca, con la precisión de un entomólogo, un acontecimiento en el que su vida estuvo a punto de dar un paso hacia la transformación definitiva y marcó su historia en dos. Una narración en primera persona que oscila entre la crónica y la ficción, la evocación y el descargo, donde pasado y presente se confunden como en un sueño.
El relato de Manuel Crespo nos traslada al espacio opresivo y aséptico de los hospitales, al sonido dramático de las máquinas de terapia intensiva. La narración sostiene el clima de un policial con tensión en ascenso. La intriga gira en torno a un vidrio en el cuerpo de Pedro, el protagonista de la historia. “Oculto a los radares médicos, el pedazo de vidrio había perforado mi esófago, merodeado el corazón y seguido de largo”. El narrador extrañifica eso que permanece misterioso en el interior de los cuerpos. Órganos, fluidos, conductos. Un giro metafísico sacude la trama. La terminología específica deja paso a la narración de sucesos previos a la ingesta accidental del vidrio. Preciso y descriptivo, dueño de una prosa minuciosa, el narrador apunta: “Hay una ajenidad en la imagen con la que no me puedo comunicar”. Un vidrio habla de cómo las emociones y sensaciones se transforman y se entrelazan con los recuerdos, generando algún desconcierto. Como un cristal opaco y cortante; el teatro de la vida adulta. Las relaciones filiales vistas a través de un vidrio esmerilado. El relato está atravesado por diálogos que le otorgan ritmo a la prosa. El protagonista deja de ser el que era para metamorfosearse en una nueva versión de sí mismo. “Primero hay que morir”, el título del primero de los siete apartados de la novela, introduce uno de los conflictos de la historia. El derrotero de las experiencias vacías y el réquiem de la juventud. Historias yuxtapuestas que van formando un friso vital. Aunque mimética, la narración no pretende costumbrismo alguno sino más bien dar cuenta de una imagen vital. Rito de pasaje, renacimiento, transformación. Otros conflictos, metafísicos, ocupan al protagonista, como el que se desprende de una frase dicha al pasar por un personaje secundario en la historia, en el segundo capítulo. Una cuestión de tiempo, descubrir que hay “más atrás que adelante”.
Las escenas se rarifican. Una sala de terapia intensiva, chistes de un payaso de hospital, situaciones en bares, un viaje a visitar a una madre que supo reinventarse, una conversación anodina, el puchero recalentado de la vida social antes de la treintena. Detalles, recuerdos, la escenificación de la intemperie existencial. Las relaciones humanas vistas como miembros ortopédicos de un cuerpo informe, como si fueran algo descartable. Derroteros nocturnos como si se tratase de relaciones ocasionales, vínculos como espacios que se habitan para abandonarse o ser expulsados. Precisión para puntualizar lo indeterminado, la medianía de edad, la indefinición, lo amorfo. Los capítulos muestran esa unidad que permite condensarlos en imágenes concretas. Son episodios significativos. Pero la narración no es lineal. Quizás porque nada de lo contado parece quedar afuera de un mensaje o estar al servicio de una idea que abarca la historia como una misma parábola. La comida es un símbolo, un tema dominante y recurrente en Un vidrio. La descomposición de los alimentos, la descomposición del núcleo familiar, el derrumbe de la vida adulta, el fin de la juventud.
La falta de énfasis hace del relato una crónica íntima de un mundo en descomposición. Una narración retrospectiva que lo enfrenta a un punto de inflexión espiritual donde confluyen pasado, emoción y trauma. Así, el narrador reflexiona: “Como si enfermar no fuera más que limar una por una las pieles que componen juntas la piel que se toca”. El ritmo se mantiene hasta la última línea. Exactitud para describir el vacío. Importaría poco indagar sobre el carácter ficcional o testimonial de este libro. Quizás convenga evocar la sensación de orfandad ante la vida, de impotencia e invalidez que sobrevuela la historia de Un vidrio, esa mezcla de asepsia y resignación, de tristeza e indiferencia con la que Manuel Crespo, destreza mediante, compuso su libro.
17 de septiembre, 2025
Un vidrio
Manuel Crespo
Ninguna orilla, 2025
128 páginas