Treinta años después del viaje de Arlt a Brasil, en julio de 1960 Adolfo Bioy Casares viaja a Río de Janeiro invitado por el PEN Club como parte de la delegación argentina para asistir a una de sus reuniones. Para ese entonces ya había publicado sus mejores obras y su nombre solía estar cerca del de Borges gracias a la fuerte amistad que construyeron y a sus trabajos conjuntos. Esto quiere decir: el de Bioy será, así y también, un viaje ─al igual que el de Roberto Arlt y tres décadas después─ consecuencia del éxito. Sólo que su clase y escritura dejarán esta variable en lo implícito.
Unos días en el Brasil (Diario de viaje) se abre con un epígrafe de Horacio: "Non recito cuiquam, nisi amicis", y debemos recordar ahora que la primera edición de 1991 tuvo una tirada reducida de 300 ejemplares y fue destinada sólo a la circulación entre amigos y cercanos. El registro privado de la escritura del diario de viaje, entonces, pasó gradualmente a lo público: primero para sus allegados, luego ─y póstumamente─ al gran público.
Para narrar lo acontecido en el congreso de Rio, Bioy se retrotrae a otro viaje, europeo éste, realizado en 1951 con Silvina Ocampo. Allí conoce a dos mujeres: Shreela y Ophelia u Opheliña: "Una mañana en que yo desayunaba en el comedor del barco, Opheliña pasó junto a mi mesa y con asombrosa lentitud se desplomó. Me explicaron que se había desmayado «de amor por mí». Era una brasilerita dorada y rojiza, de ojos azules". En París tuvo un breve encuentro y fugaz romance del que le queda a Bioy una dirección en Río, la promesa de la correspondencia, el contagio de una poderosa fiebre y el deseo exacerbado. Mucho más tarde, Antonio Aíta le anuncia su participación en el Congreso del PEN Club en Río de Janeiro. Bioy se rehúsa: "─¿Cómo se le ocurre? ─pregunté. ¿Para qué voy a ir, si yo no hablo? Soy escritor por escrito". Pero, antes de terminar de decidirse, escucha al pasar, en la calle: "Quién iba a pensar que volverías a ver a Ofelia". La casualidad como presagio: en esa creencia está su aceptación y el inicio del anecdotario.
Un escritor por escrito: así se define Bioy y esa será en gran medida su postura en el Congreso: cuando le toca hablar, solo balbucea. Estamos en las antípodas del modelo Arlt: la vida del escritor comienza y acaba en su escritura, en su escritorio. El viaje es, apenas, una excusa y su diario será el del dandy, el de la búsqueda y la seducción. Desde allí podemos vislumbrar todo un arco de diferencias entre las escrituras cariocas de Arlt y Bioy: el último llevará un diario de viajes personal sin idea de publicación inmediata, no necesitará vivir para los otros, sólo limitarse a llevar adelante sus días, no buscará en este viaje la experiencia ni la revelación: la literatura no está en el camino, el viaje se delimitará a lo institucional representativo, su Río de Janeiro, por eso mismo, será una micro-cosmópolis cerrada y elitista. Con esas características podríamos aventurar gran parte del contenido del texto, pero Bioy es un dandy y nos ha adelantado la historia de Opheliña. Ése es el giro que saca a su texto de una predecible monotonía.
Ya en la primera entrada del diario, Bioy señala tanto el posicionamiento de los argentinos y de los europeos en Río de Janeiro como así también sus propias impresiones:
"Otro tema: noto en Aíta y en algunos compatriotas una reacción airada ante el hecho de que los brasileros hablen su idioma, tengan costumbres que no son las nuestras, coman platos que no conocemos; también una contradicción en la que se manejan cómodamente: a) la Argentina es una gran nación, en un continente de pueblos inferiores y pobres; el único país europeo en América; b) los europeos tienen que bajar el cogote y reconocer la importancia de nuestra pujante América Latina. En cuanto a mí: un poco abrumado en esta ciudad populosa y vertical, sin esperanzas de entenderla topográficamente. Como si el día de llegada toda una red de calles y edificios confusamente se nos cayera encima. Al que va a Buenos Aires, ¿le pasa algo así? Con amor propio herido, sospecho que no."
Nuevamente: el desarrollo comparado de modo pobre y lineal; nuevamente: la valoración de lo europeo en desmedro de lo americano; nuevamente: el esquema civilización-barbarie. Parece haber en esa actitud con aires snobs de superioridad una total falta de voluntad por interesarse en el otro. Pero, al mismo tiempo y en una especie de contradicción histérica, todo esto se reconfigura y funciona de otra manera al momento de pararse frente al europeo.
A Bioy Río lo abruma en sus dimensiones. No es, sin embargo, el tamaño lo que le causa esa sensación, es su distribución topográfica y su desmesura, que podríamos entender como caótica. Las ciudades brasileñas, según Bioy, son caóticas por confundir las delimitaciones de clase en los barrios: su topografía no se rige por los parámetros clasistas sino por otros criterios, difíciles de identificar. Por otro lado, Bioy llega a Brasil justo el año del traslado de la capital a Brasilia: durante su estadía, Río de Janeiro recientemente había dejado de ser la capital. La edición del Diario de La Compañía viene con unas fotos en blanco y negro tomadas por Bioy en su breve viaje y estadía en Brasilia, el 27 de julio de 1960. Es una breve serie de nueve fotografías: seis de los edificios y la ciudad y otras tres de los habitantes originarios de la zona. A juzgar por la disposición y reunión, ambos sorprendieron a Bioy por igual. Los nativos están en el centro de la toma mirando a cámara en una pausa del trabajo: en medio de la construcción, ellos comen y se detienen en la fotografía; en un descanso de la venta, se dan vuelta y sonríen a cámara. Van descalzos, moviéndose entre escombros y materiales de la construcción. Brasilia, mientras tanto, si bien ya ha sido inaugurada aún se encuentra en construcción. Terrenos desérticos, escaso movimiento en las calles, edificios futuristas casi deshabitados: la Brasilia de Bioy parece, así, una ciudad fantasma que, en su espectrología, no deja de hacer visible la sangre invisibilizada en su construcción.
Al parecer ha ido recogiendo juicios sobre la ciudad (las afirmaciones que va realizando sobre las ciudades se basan, en gran medida, en la recolección de estos juicios más que en la observación directa, tal como procedía Arlt) y junto con los suyos, adelanta algunas opiniones que parecen terminantes:
Aquello tiene algo del sueño del arte moderno de un funcionario imaginativo; tal vez, de un demagogo imaginativo. Ignoro hasta qué punto la nueva capital es necesaria y cómo el consiguiente derroche afectará a la economía del Brasil; he podido corroborar que la gente obligada a mudarse de Río a Brasilia está resentida y triste. Dicen que destruir las costumbres, alterar la vida cotidiana de tanta gente, es criminal. Brasilia es una operación de sátrapa indiferente a los sentimientos de miles y miles de personas que formaron su vida en Río y deberán truncarla, para empezar de nuevo en otra parte; pero también es una operación demagógica, porque las multitudes, por ahora no afectadas directamente, están orgullosas, exaltadas de patriotismo. Brasilia es ambiciosa, futura, pobre en resultados presentes, incómoda.
Brasilia es una operación: divide el cuerpo del país en dos, a su población, a su geografía, a su historia. La posible demagogia tiránica que encuentra en este proyecto monumental es el blanco del ataque para la condena. La economía, el diseño, la población, las costumbres: nada queda en pie. Y es esa transición, esa indefinición, la que se percibe en la atmósfera gris de sus fotografías, en los rostros de los operarios y de los nativos.
En la última página del diario, Bioy Casares anota: "Averiguar qué es el idioma caipira" y encontramos en esa breve frase la representación de aquello que lo distancia de Arlt. Esa anotación como deber sin resolver le fue totalmente ajena a Arlt porque se metió de lleno en los barrios populares, en las periferias, en los distintos trabajos para intentar hablar el idioma que lo llevase a comprender al carioca. El viaje de Bioy se resume en esa frase: nada más alejado del mundo caipira que la reunión de las estrellas progresistas de la literatura en un congreso en grandes salones de hoteles y universidades totalmente distanciados del pulso de la calle.
Al volver a su casa, una carta y una firma escrita con lápiz esperan a Bioy: "Viejo verde, corruptor de menores, no me tendrás. Ophelia". Bioy, entre las personalidades del star system de la literatura, en busca de la satisfacción del deseo; Arlt, yendo de acá para allá tratando de leer cada rostro que cruza en las calles el corazón de la ciudad. Bioy viaja a un congreso; Arlt, viaja a lo desconocido, lo nuevo. Pasan sus días en la misma ciudad, Río de Janeiro, pero la viven de modo diverso, tal vez antagónico.
25 de agosto, 2021