Si algo caracteriza a la filosofía de Baruch Spinoza es su carácter singular y disruptivo. Aun siguiendo metodológicamente a Descartes, lo refuta de manera radical, remplazando el dualismo en el que se sostiene todo el pensamiento occidental, por un monismo que es radicalmente antireligioso. Porque, si bien pone en el centro a Dios, su Dios (“o sea la naturaleza”, según lo define) nada tiene que ver con el antropomórfico creador del que le hablaban en la sinagoga a la que asistía de niño, generalmente junto a su padre. Qué motivó a este judío de carácter manso de mediados del siglo XVII a contradecir de manera tan extrema el mandato cultural y religioso con el que fue formado es uno de los misterios irresueltos de la historia del pensamiento.
Entre los múltiples argumentos y pruebas, sobresale la referencia a un suceso biográfico, que destaca menos por su real incidencia en la obra del filósofo que por su potencial simbólico y su innegable encanto narrativo. A los ocho años, el niño Baruch es testigo partícipe de la ceremonia punitiva que oficializa el reingreso a la congragación de uno de sus miembros más díscolos, Uriel da Costa, un judío sefardí de origen portugués que, luego de haber sido excomulgado en dos oportunidades por cuestionar preceptos y rituales que en su opinión no se atienen a la palabra divina, se ha presentado a solicitar el perdón, aun a sabiendas de que deberá someterse a una ceremonia denigrante, consistente en recitar una serie de fórmulas inculpatorias, en recibir treinta y nueve latigazos y, como si eso fuera poco, en tener que acostarse en el umbral de la puerta de la sinagoga para que toda la comunidad al salir lo pise (lo pase por encima) y lo escupa.
Centrándose en esta ceremonia, cuyo relato pormenorizado abarca la totalidad del texto, Ariel Magnus noveliza esta historia mítica de la filosofía, dando cuenta del martirio de Uriel a la vez que de la particular vivencia que tiene el niño Baruch de este acontecimiento. El foco narrativo se alterna entre ambos protagonistas, y a partir de sus pensamientos y remembranzas, se abren líneas de fuga que, mediante un ajustado montaje, van reponiendo momentos significativos de la vida de ambos. Porque, además del relato de la ceremonia, esta historia es también y sobre todo, tal como lo enuncia el título de este libro, la extraordinaria historia del insumiso Uriel da Costa (converso reconvertido, dos veces excomulgado y, ceremonia mediante, reincorporado), en la que de algún modo se refleja (mediada por el niño que fue) la historia del extraordinario Spinoza.
Si bien en líneas generales la narración se atiene a datos ciertos, a tal punto que se incluye la transcripción en portugués de los escritos de da Costa y una traducción del virulento Harem de excomunión de Baruch (“...Que Dios lo castigue con la consunción, con fiebre elevada, con fuego, con inflamaciones, con la espada, con la esterilidad y la sarna. Que Dios lo persiga hasta destruirlo por completo...”), no se trata de una novela histórica, al menos en un sentido estricto, sino de una afinada recreación literaria, interesada menos en postular una versión cierta de aquello que cuenta que en proyectar una serie de interrogantes de carácter teológico, filosófico y político cuyo correlato acaso sea la filosofía de Spinoza. La pregunta que subyace, claro, es en qué medida y en qué sentido gravitaron Uriel da Costa y su terrible ceremonia en dicha filosofía.
Quizás por eso la novela se concentra sobre todo en la figura de Uriel, haciendo especial hincapié en su obstinada épica de la insumisión. Sus disidencias y la ceremonia denigratoria con la que pretenden acallarlo, reactualizan una problemática central en el debate teológico: la de los hombres actuando “en nombre de Dios”. Porque a eso precisamente es a lo que se opone Uriel, que pone siempre “la palabra” por encima de los hombres, en tanto los hombres suelen ser propensos a deformarla según sus intereses. En su opinión, las “interpretaciones” son el salvoconducto que les permite ejecutar a discrecionalidad esos desplazamientos, que en última instancia siempre acaban siendo movidas estratégicas de poder. “Los rabinos son parte del problema”, dice; y aclara: “interpretan lo que les parece, agregando cosas que no existen, a su propio beneficio”. Esto a su vez se ve refrendado en la ceremonia de reincorporación a través de la fórmula que lo obligan a recitar para autoinculparse, que dice: “Y prometo, por último, en interés mío y de la comunidad, no volver a cuestionar la palabra de los rabinos, la única autorizada para interpretar al Señor...”
Las objeciones de Uriel son objeciones de autoridad, y por lo tanto políticas: cuestionan menos el dogma que a las autoridades que lo representan. Por eso es dos veces excomulgado, por razones políticas, del mismo modo que podemos pensar la punitiva ceremonia de reincorporación menos como una ceremonia religiosa que como una encubierta acción política. La ejemplaridad que escenifica es una contundente advertencia de lo que les puede pasar, no a aquellos que se desvían de la fe, sino a aquellos que se atreven contradecir a los que la detentan.
Del mismo modo, la deconstrucción radical de la biblia que ejecuta Spinoza en su Tratado teológico político supone menos un cuestionamiento teológico que una acción política en favor de un cuerpo de ideas totalmente contrarias a las que el niño Baruch, en nombre no ya de Dios sino de su madre, encarnó en aquella ceremonia de la que fue testigo y partícipe.
La anterior no es más que una de las múltiples vías de abordaje que habilita esta novela, que inteligentemente se limita a exponer en todos sus matices los componentes de esta historia excepcional, absteniéndose de sacar conclusiones. Indaga en la posible vinculación entre ambos personajes, pero no para postular de manera terminante que Uriel da Costa prefigura a Spinoza o para enunciar que existe una continuidad cierta entre ambos pensadores (el volumen filosófico de ambos en ciertamente incomparable), sino para propiciar una serie de interrogantes que acaso tengan lugar sólo en la ficción de esa continuidad.
1 de febrero, 2023
Uriel y Baruch
Ariel Magnus
Interzona, 2022
64 págs.