Las imágenes de Antártida fascinan precisamente por su severidad: la belleza de aquellas extensiones de hielo es la de los límites donde la vida se vuelve un acto de resistencia. Es una belleza que deja muy poco margen para lo humano. Habitar el continente helado –como hizo la tripulación del explorador Ernest Shackleton durante dos años después del naufragio del Endurance en 1915– es someterse a una prueba de hielo. Uno se acerca al cero absoluto de la muerte y descubre cuál es el mínimo con que uno puede seguir con vida. La novela Antártida de Luz Pearson –seleccionada por Julián López, Carla Maliandi y Alan Pauls como primera mención del Premio Futurock Novela 2024– combina de forma parecida el lirismo y una historia escalofriante de supervivencia. “Endurance, el nombre del barco nombra la hazaña: capacidad de soportar adversidades”, escribe Pearson.
La protagonista narra desde su propia región bajo cero. Su pareja la mete en un freezer en su casa y la mantiene apenas con vida para comer de a poco su carne. Es una situación digna de una serie true crime que cuenta las atrocidades de un asesino en serie, pero con una diferencia fundamental: en lugar de interesarse por la psicología y las manías del victimario, es ella quien habla, ella quien tiene interioridad. El hecho de que siga viva bajo semejantes circunstancias aleja la acción del realismo; a ella le fascina la historia del Endurance –o el Resistencia en castellano– y su permanencia en el freezer se mezcla con el calvario de los hombres de Shackleton. El subtítulo de la novela es El viaje de una cobarde: a pesar de su aparente inmovilidad, ella viaja en el tiempo y el espacio. Llega a Antártida sin salir de su casa. En cierto sentido ella misma se vuelve “el territorio al que no puede entrar ni una bota sucia, ni un mosquito de otra selva”. Está a salvo en su entumecimiento.
Darle voz a una mujer que sufre violencia de género es un gesto feminista. Sin embargo, Pearson encara el tema de forma incómoda para la corrección política. En la contratapa Julián López enfatiza la decisión de la autora de “no reificar la idea de la víctima”. La protagonista Paz vuelve en su narración al comienzo de su vínculo con el hombre ancla –el apodo que ella le pone a su pareja–, y queda claro que ella nunca se hizo ilusiones sobre qué clase de persona era. Durante nueve años Paz elige aislarse con el hombre ancla en su “casa hundida en el mapa”; aguanta su abuso con una especie de curiosidad, como si realizara un experimento sobre sí misma para ver qué le provoca esa situación. Como ha pasado a la sociedad en general en los últimos años, le interesa convivir con la crueldad. Paz no es una víctima, elige la abyección: someterse es su modo –cobarde si se quiere– de emprender un viaje hacia otra forma de vida. Es el mismo viaje que emprende La vegetariana de Han Kang cuando deja de comer. “Para realizar su ilusión necesita morir”, escribe Pearson sobre Paz en el prólogo a su libro. “Y no se puede morir sólo un poco, cuando morimos, morimos bastante”.
Acercarse a la muerte de esa forma implica un estado de disociación: es como si todo pasara a otra persona. Ausentarse del propio cuerpo es una estrategia adoptada por muchos sobrevivientes: no estar del todo presentes en el momento de la experiencia traumática les permite atravesar lo intolerable. Pearson sugiere que su protagonista aprendió aquella estrategia siendo muy joven: Paz comparte un recuerdo de la infancia, contando los azulejos amarillos en el baño mientras la presencia ominosa de su padre la aguarda en su habitación. Sin embargo, ausentarse se vuelve una costumbre tan fija en ella que se pierde permanentemente: no encuentra la forma de reinsertarse en su cuerpo. Eso es lo que le ofrece el hombre ancla: su violencia y el asco que le provoca son experiencias tan intensas que la sacan de su entumecimiento. Paz quiere salir de su insensibilidad; quiere volver a sentir. Como los hombres del Endurance, aguanta las privaciones que le impone el hielo sin perder la esperanza de un eventual rescate.
Pearson tiene una trayectoria extensa como dramaturga en Buenos Aires y ha publicado varios poemarios. Antártida es su primera novela. Se siente la poeta en su manejo depurado del lenguaje y la dramaturga en su destreza con las voces. Esos recursos le permiten navegar el complejo territorio emocional de la novela. Paz cuenta su historia en un tono escueto e inexorable que da unidad a los diversos planos de su narración: su muerte en vida en el freezer, su cotidianidad con el hombre ancla, su recapitulación de las peripecias de la tripulación de Shackleton. La voz del hombre ancla, en cambio, agrega una pizca de humor. El prototipo del hombre que explica cosas a las mujeres y se cree un experto en todo: “Hombre ancla da instrucciones precisas de la única manera en que pueden hacerse las cosas”, dice Paz. No deja de opinar y el contraste abismal de su autoimagen con la miseria en que vive da un toque de comedia a la novela.
La esperanza llega gracias a Lucas, el hijo discapacitado de la vecina. Cada vez que Paz lo ve en la calle o en el pasillo él le hace un par de preguntas enigmáticas: “¿Sos ¿Belén? ¿Mañana es martes?” Al principio ella no sabe cómo responderle: “Mis encuentros con Lucas suceden en un almanaque paralelo en el que jamás mañana es martes, como si en ese tiempo el martes fuera una posibilidad para la que todavía yo no estoy preparada”. En el curso de la novela Paz se da cuenta de que el chico le propone otra identidad, otra relación con el tiempo. Puede dejar el hielo atrás. Después de pasar por todo lo que vive en este libro fuerte e hermoso, ella está dispuesta a decirle que sí.
30 de julio, 2025
Antártida. El viaje de una cobarde
Luz Pearson
Futurock, 2025
176 págs.