Por momentos, el relato de Laure Murat (profesora de literatura francesa en la Universidad de California y descendiente directa del oficial napoleónico Joaquín Murat) se parece mucho a esas peroratas de una tía abuela o tío abuelo que aprovecha el sopor de la sobremesa familiar para hundir al grupo humano allí reunido en la somnolencia de una partitura hecha de nombres propios y grados de parentesco, sin mayor interés en sí misma que el que pueda suscitar la lectura monocorde de un legajo cualesquiera del Registro Civil.
El hecho de que la autora y narradora repita en varios pasajes de este libro que no estamos ante una autobiografía no empuja el texto ni un ápice fuera del género, a pesar de que se despliegue a la manera de un ensayo sobre la legendaria heptalogía de Marcel Proust. También podría pensarse esta “novela familiar” como un género híbrido, un ¿Dónde está Wally? pero con su propia familia, compuesta de dos ramas aristocráticas de diferente cuño, los Murat y los Luynes, dentro de En busca del tiempo perdido.
Proust, novela familiar nos propone entrar dócilmente en su terreno a partir de unas claves que resultan sugerentes, difíciles de rechazar: hay una herida emocional en la voz, una ruptura drástica y en apariencia ética con un pasado que la autora decide dejar atrás. El motivo que precipita la ruptura es el repudio frontal de su homosexualidad por parte de sus padres. Pero este llamado seductor por medio del drama personal, y su proyección hacia el interior de la obra de Proust (tumba de la aristocracia, liberadora del sujeto minoritario), no es suficiente –o no debería ser suficiente– para hacer que el lector baje la guardia y suspenda el juicio crítico sobre lo que el texto calla. Seguimos en esto una advertencia de la autora: el aristocrático “es un ambiente donde lo que no se dice y lo que no se ve cuentan mucho más que las palabras o los ademanes, que siempre están calculados, contados y teatralizados”.
Aquello que el texto silencia es el componente estructural de opresión, explotación y violencia que conforma el sistema de privilegios de la aristocracia, su capacidad operativa para mantener las cabezas fuera del alcance de la guillotina o los patrimonios a salvo de la expropiación. También esquiva o evita, junto a ese meteorito que intenta sortear, el tratamiento de una forma del privilegio más borrosa y cercana en el tiempo, quizá por ello más trascendente para el lector contemporáneo. Una ceguera que solo puede explicarse como una afección hereditaria, que le impide percibir los contornos de un esquema de privilegios que responden a la clase social, la situación sociocultural y económica, el estatus legal e incluso la “raza” en el país donde reside, los Estados Unidos –que funciona como telón de fondo y factor de contraste en la narración misma–, en el que esos privilegios componen un orden “fuerte”. No hablamos de que exista la obligación moral de exponer los propios privilegios en cualquier tipo de enunciación que uno haga, ni tampoco pretendemos sustituir una demagogia con otra, pero teniendo en cuenta que esta autobiografía se ocupa en buena medida de analizar el sistema de privilegios de la aristocracia (en palabras de Laure Murat, “la fechoría del privilegio”), su omisión es, cuanto menos, llamativa. Dicho de otra forma, ese “mundo de personas con título nobiliario, sirvientes y amas de llaves, de privilegios, de jerarquía y de abundancia, al que no me apetecía volver” es un mundo del que, bien mirado, no se ha apartado en ningún momento. Esto no quita que el texto pueda traficar con puntuales chispazos de lucidez, como cuando señala que “todas las sedes de poder se erigen sobre un cementerio”.
Uno puede imaginar los motivos por los cuales el libro recibió el Premio Médicis de Ensayo en el año 2023 y tuvo un éxito bastante extendido de ventas en Francia. La combinación que hace de la obra y el personaje de Proust –pasados por un análisis en clave de autobiografía, autoficción y teoría queer que aporta poco o nada al corpus general de la hermenéutica proustiana–, con las tensiones simbólicas entre la República, el Antiguo Régimen y la nobleza del Imperio surgida de la revolución, reúne los ingredientes necesarios para cooptar la atención de un público que se caracteriza por ser, de forma simultánea, culturalmente sofisticado y socialmente frívolo.
Tras la lectura de Proust, novela familiar, queda la sensación de que esta autobiografía no es del todo honesta, que no escarba en las sombras de su historia personal, que performa una honestidad que apenas rasga el celofán de un producto envuelto con esmero, prudencia, pudor y cuidado: idealización con tintes edípicos de la figura del padre y demolición con sospechosos ribetes difamatorios de la madre, envueltas con una fina y delicada capa de hipocresía. Cualidades, todas ellas, que la autora achaca a las “formas vacías” de la aristocracia, de las que afirma haberse emancipado. Todo lo contrario, en definitiva, de lo que se espera de una autobiografía jugosa.
10 de septiembre, 2025
Proust, novela familiar
Laure Murat
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia, Amaya García Gallego
Anagrama, 2025
288 págs.