Publicada por Perfil con contratapa y faja comercial sobre novela de crimen argentino, en 1998 Memorias de un semidiós fue reseñada como cifra del menemato mafioso, y el fantasmático semidiós, identificado con Alfredo Yabrán (Daniel Link en Radar). El thriller de negocios sucios de los 90 ahora es este bello libro chico (18 x 13 cm, 128 páginas) que inventa huecos entre estantes del realismo de mercado y vale como registro de la suciedad de 2025. Acaso hoy más que en 2006, lo póstumo cobra potencia reveladora, como descubrimiento de Libertella por nuevos lectores y atinada “invitación a leer de otro modo”, en la “Presentación” de Malena Rey.
Libro recuperado del excritor hermético, ofrece la legibilidad de lo ilegible y la visibilidad del margen como circulación, en la genealogía de Macedonio Fernández y Osvaldo Lamborghini. Entre dos libros de ficción teórica –Las sagradas escrituras (1993) y El árbol de Saussure (2000)– Memorias de un semidiós retoma nombre y rasgos del yo de El camino de los hiperbóreos (1968) junto con zonas autoficcionales que El paseo internacional del perverso (1990) deriva a la novela familiar del ejército de robots, que reciben y trasladan mandatos sin saber de dónde ni a quién (definición transpuesta del libro de 1990 al de 1998). Los retomes de la librería Libertella distorsionan la convención genérica, que promete memorias de un yo imaginario y se disfraza de hardboiled norte-sudamericano, con peripecias tal vez mafiosas, en entramado discontinuo que sostiene la intriga sin destino. Cuando, en aparente lógica policial, la intimidad es violada por un operativo, un esqueleto ocupa el lugar del protagonista y la casa invadida deriva en un baño guaraní del jardín neolítico, espacio de extrañeza familiar que el reescritor tomó de una nouvelle fallida, dirá La arquitectura del fantasma (2006). Restos diurnos de otros libros componen el aspecto novelado de Memorias de un semidiós, con epígrafe de Eneida (otro retome de la primera novela) y cuatro partes equilibradas, divididas en capítulos de similar extensión, numerados en romanos. La significación paratextual incluye zonas borgeanas: “Epílogo”, “Posdata” y quince divertidas notas al pie.
El texto viaja por sacudidas entre llanura bonaerense y vuelos Nueva York-Carhué. En primera persona con resabios de Arlt, Salinger o Kerouac, Héctor Cudemo a los quince años sale de casa (un piano-bar prostibulario en el Desierto patagónico), pasa por pueblos donde inmigrantes latinoamericanos anuncian apocalipsis; en el cabaret Brassens de Mar del Plata parece matar al dueño, el Turco Chabán que contaba billetes; en Manhattan se casa con Nafka (retomada de las dos novelas de los 70, en diálogo torcido con Cortázar), en Salem comparte con el polaco Laszlas viajes de trabajo sin nombre y asiste al carnaval con armadura pegada a los huesos, motivo vinculado a la muerte (coraza=mortaja) con recurrencia en grafías de Libertella dibujadas por Eduardo Stupía. La cualidad semidivina de Cudemo asoma en protocolos de inducción, adivinación, levitación; las letras de su memoria fluyen con ritmo de sueños, en fragmentos separados por (...). Entre el imaginario con fotos del arcón y la actualidad distorsionada del fin de siglo, la “familia” connota sentido mafioso: el abuelo y su amigo israelita fueron miembros de la Zwi, abuela Julia regentea chicas, ella y papá son accionistas de Brassens; el niño adulto Cudemo distribuye a polaquitas o chinitas, acompañado en tren por su nodriza Ludivina. Tramitados por el abogado Wenceslao Long (que quizás sea su padre), los conflictos legales por crímenes atribuidos a Cudemo derivan entre la administración del imperio y su divorcio de Nafka, hasta que los expedientes son arrasados en la inundación de Carhué.
En la posdata, la posterioridad de los personajes hace de ese pasado (los 90) materia sensible del futuro. El bufete de Long es uno de los más prestigiosos del sur argentino, el sepelio de Nafka en el cementerio judío de Bahía Blanca fue costeado por la AMIA (pasado inmediato, el atentado en 1994, presente por impunidad), descendientes de Chabán siguen dedicados al negocio de la noche (futuro inmediato, la tragedia en 2004 de Cromañón, local administrado por Omar Chabán). El futuro ya fue y el patógrafo en las cavernas lo escribió antes. Queda abierto el proyecto de Cudemo de un Museo de la Memoria, para albergar piezas sin destino, profecía derivable hacia la salida del menemato. Cómica en el registro detectivesco de datos sin maduración (el paquete manipulado por tres hijos de Chabán, la recurrencia arbitraria de la palabra INTERPOL, el detective privado al que recurre Cudemo cuando cree perder el don de adivinar), la narración vertiginosa multiplica enigmas inseguros que nos envuelven en su trama, animados a releer las memorias del futuro arcaico.
Desde los últimos años de producción de Libertella, pequeñas editoriales posibilitan la bibliodiversidad, asumen el riesgo estético de hacer libros extraños con solvencia, arman catálogo como intervención política en la cultura, devastada por la economía. Lanzada por Blatt & Ríos en pertinente sincronía con El arqueólogo de César Aira, rescatando la ruptura frente al consenso atomizado, esta edición es consonante con la novedad extemporánea de Libertella, huella de cambios culturales entre revolución del arte en los 60, dictaduras y exilio en los 70, cinismo capitalista en los 90, violento y grotesco hoy. La cubierta con obra de Stupía recupera la fabricación artesanal de manuscritos visuales, que disuelve límites del volumen impreso y acciona el cuerpo del libro futuro. Entre ansiedades digitales y discursos gritones, Memorias de un semidiós descubre agujeros de la red, inquietudes del pasado presente.
septiembre, 2025
Memorias de un semidiós
Héctor Libertella
Prólogo de Malena Rey
Blatt & Ríos, 2025
128 págs.