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El abedul de Karlok

Martín Sancia Kawamichi


Ariel Pavón


Una primera advertencia nos anuncia que vamos a leer la historia de un pudor. Una segunda, que la palabra “pudor” ha sido vencida en el título por “abedul”. Luego un Prólogo, firmado por “los autores”, narra el penoso origen de la historia, gestada en una playa patagónica, entre dos que, continuamente deshidratados, frente al mar, se disecaban.

La entrada en El abedul de Karlok es un aplazamiento que se parece a una catábasis. Escalón a escalón, la novela de Martín Sancia Kawamichi nos hace descender hasta una región en la que belleza, pudor, sufrimiento, se confunden, se nutren mutuamente, se deshilachan como niebla.

En esa historia tramada en la sed, hay un castillo en Europa, en la edad media. El poderoso señor Metz tiene una antigua deuda con el no menos poderoso señor Englz. Para saldarla, Metz pretende casar a su hija, Anika, con Karlok, heredero de Englz. El trato parece justo: Anika es posiblemente la joven más hermosa del reino. Pero el día fijado para sellar el acuerdo, Anika desaparece, como cada vez que se siente amenazada, de manera que Metz se ve obligado a aplazar el compromiso con excusas mentirosas. Karlok exige que, al menos, le den señas de su prometida. Anika, le dicen, no es una mujer común, su belleza es tan esquiva como peligrosa; Karlok desespera por conocerla y no se conforma con evasivas ni la promesa de un retrato; junto a una criada de Metz, se marcha en busca de alguna prueba, un ejemplo tangible de la mentada belleza de Anika. Simultáneamente, Metz encomienda a su sirviente más fiel la misión de hallar al mejor retratista de Rotemburgo. Pero ambas empresas son vanas: la belleza de Anika es “el lugar más terrible del mundo” y, en consecuencia, resulta incomparable e imposible de retratar. Entretanto, aquejada de un misterioso mal, Anika se encierra en un sótano oscuro, mientras su padre ve disolverse las posibilidades de salvar su fortuna, mientras la nieve cae interminablemente.

El abedul de Karlok apela al poder evocador de los relatos pre-modernos, las fábulas, las leyendas, las parábolas; los cuentos, en su sentido primigenio, donde la realidad del mundo se ve cruzada por otras realidades (los seres y objetos que sólo Metz puede ver, la nieve que devora el mundo, el hedor insoportable que despide Anika) sin conflicto, porque su entonación no da lugar a los escrúpulos del realismo. Con frases cortas como sentencias, con descripciones mínimas y algunos nombres propios, El abedul de Karlok erige un mundo medieval sui generis; un mundo donde la belleza, el amor o el espanto sólo pueden ser experimentados como aplazamiento, como pudor.

Al mismo tiempo, la voz plural de los autores, a la manera coral del teatro clásico, interviene una y otra vez para dialogar con el relato. Será esa misma voz la que cierre la novela en un breve Epílogo, que es a la vez coda, síntesis y ascenso.

Martín Sancia Kawamichi recuerda, con brevedad y belleza, que hay caminos para la literatura contemporánea alejados de la reacción a la coyuntura, que todavía hay lugar para que la imaginación pueda liberar toda la fuerza de su enigmática naturaleza.

1 de enero, 2025

El abedul de Karlok.jpg

El abedul de Karlok
Martín Sancia Kawamichi
Salta el pez, 2024
110 págs.


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