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París Francia

Gertrude Stein


Manuel Ventureira


Todos saben quién fue Gertrude Stein. La mayoría recuerda un libro, una película o un episodio de Los Simpsons donde aparece Gertrude Stein. Algunos pocos evocan la pertenencia de Gertrude Stein a las vanguardias históricas de comienzos del siglo XX. Menos, muchos menos, han leído los libros escritos por Gertrude Stein.

Uno –quien redacta estas notas, por ejemplo– pudo imaginársela a partir del retrato que hace Hemingway en París era una fiesta (una mujer corpulenta, no alta, con una contextura maciza que hacía pensar en una campesina del norte de Italia) y recién pudo ponerle una cara y un cuerpo –los de Kathy Bates– cuando vio Medianoche en París (quizás el más entrañable de esos spots publicitarios de ciudades europeas filmados por Woody Allen en las últimas dos décadas).

La elección de la actriz no era inocua: Bates no solo podía camuflarse físicamente para encarnar a Stein (y eso que, según la descripción del autor de El viejo y el mar, había bastante para encarnar) sino que había hecho de Annie Wilkes, la lectora monomaníaca de Misery –el personaje ficticio que acaso más honor le hacía a la reputación que nimbaba la figura de Stein en el París de los Años Locos: la de jurado ineludible, filtro y control de calidad que todo escritor o pintor de vanguardia debía franquear para hacerse un nombre en la ciudad.

El buró central operaba en el número 27 de la Rue de Fleurus, departamento que Stein compartía con Alice B. Toklas (Stein y Toklas fueron, junto a Virginia Woolf y Vita Sackville-West, las lesbianas más célebres que el modernism conoció). Entre sus paredes vestidas con Picassos y Matisses, en la comodidad de su chaise longue y sus poltronas, se leyeron los manuscritos de los pesos pesados de la literatura norteamericana –Fitzgerald, Dos Passos, el propio Hem–, a quienes Stein bautizó con una marca que cien años después continúa dando regalías: la generación perdida.

Gertrude Stein creía que los escritores debían tener dos países: aquel al que pertenecen y aquel en el que realmente viven. Y ella los tuvo. Había nacido en Estados Unidos, en 1874, pero pasó la mayor parte de su vida en Francia, desde 1903 hasta su muerte, en 1946 (ahí sigue, enterrada en el Père-Lachaise, junto a Toklas). A cada país consagró un libro: a su patria natal, The making of the Americans (1912), una voluminosa novela experimental escrita en los albores de la estancia europea; y al país segundo, París Francia, una obra encabalgada entre el ensayo y la memoir, de factura más modesta que la anterior, pero de una elevada madurez: la de quien carga con casi medio siglo XX sobre el lomo.

Probablemente no había para ese entonces –en la Francia de la Ocupación nazi de 1940– una voz más autorizada que la de Stein para publicar esa anatomía de lo francés y de los franceses que es París Francia. Por su experiencia, porque tenía ojo, etc., sí; pero también porque –como destaca Hemingway en sus memorias parisinas– le gustaba hablar, hablar mucho; y especialmente, sobre personas y lugares. En efecto, Stein es una máquina de anotar rasgos idiosincráticos, y lo hace al ritmo de una prosa desarticulada, helicoidal, donde predominan la anécdota y el soliloquio y se procede por metonimias. En los “variados y encantadores” sombreros franceses, o en el estilo que tienen los franceses de esquilar a los caniches, Stein intuye lo que Barthes tardaría dos décadas en estructurar en Système de la mode: un entramado de signos que claman ser leídos.

A partir de esos elementos, Stein generaliza (“El pueblo francés es excitante y pacífico”; “Como su tierra, son ahorradores y generosos”; “todo es privado y personal en Francia”; “está en la naturaleza de los franceses no querer que la vida sea demasiado fácil”), urde silogismos caprichosos (“Quienes son lógicos nunca son brutales, ni sentimentales, ni negligentes, nunca tienen intimidad; en resumen, son apacibles y excitantes, es decir, son franceses.”) y conjuga siempre en indicativo, sin espacio para la duda, sin cuidarse de lo que dice, como con cierta impunidad, propia de quien ya está instaladísimo en una cultura, o de vuelta en la vida (Stein tiene ahora 65 años; y faltan seis para su fallecimiento).

Las coordenadas geográficas del título del libro no deben leerse con comas (“París, Francia”) ni dos puntos (“París: Francia”) de por medio, sino de corrido: “París-Francia es emocionante y tranquila”, afirma Stein, como quien evoca a un viejo conocido; y a la vez, la palabra compuesta designa un vector, una trayectoria que comienza en la urbe y se extiende al país todo: Stein escribe, por esta época, desde Bilignin, un pequeño pueblo de los Alpes en el que deciden instalarse junto con Alice Toklas cuando se desata la Segunda Guerra Mundial. Lo que sigue es un relato de la vida en la campagne, que enhebra reflexiones sobre la guerra con la descripción de los quehaceres cotidianos –como la poda de los bojes del jardín, una tarea que Stein ejecuta con ánimo providencial, “intencionando” para que la conclusión de la labor coincida con la del conflicto armado.

Mientras tanto, Stein sigue tan sociable como siempre: habla con todos sus vecinos, con los niños, con los curas, interesada en saber cómo fueron cambiando las condiciones materiales de vida en el campo, pero también qué se come, qué se produce, cómo se gasta el dinero, de qué se habla (y de qué no) en tiempos de guerra–una fórmula con la que Stein machaca párrafo tras párrafo–.

Stein pone punto final a París Francia el 8 de agosto de 1940. Ya había terminado de podar sus bojes, pero la guerra continuaba. Es en “Raoul Dufy” –breve semblanza del pintor amigo, escrita en 1946– donde se narran las circunstancias del retorno parisino tras la Liberación, y la ocasión en que Stein y Toklas entran a su departamento requisado por la Gestapo. Habían robado ropa de cama, vestimenta y utensilios de cocina, pero los cuadros –¡los Picassos, los Matisses!– seguían ahí, intactos. Preguntarse por qué es meterse con los lazos de Stein con algunos conspicuos funcionarios del régimen de Vichy; es entrar en esas arenas movedizas –las del colaboracionismo nazi– con las que un Patrick Modiano supo construir toda una obra ficcional, el momento más incandescente en el que la biografía de Gertrude Stein y la historia de París-Francia se vuelven un solo y mismo enigma.

1 de octubre, 2025

Paris Francia. Stein.jpg

París Francia: seguido de Raoul Dufy
Gertrude Stein
Traducción de Eugenio Bauer
Prólogo de Fermín Eloy Acosta
Partícula, 2025
168 págs.


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