En tanto pone en escena una singular experiencia subjetiva, sustentada en la percepción desregulada y la vinculación con un espacio inestable, la literatura de Chejfec requiere de un tipo de protagonista que parece estar siempre fuera de lugar: extrapolado a un territorio ajeno, oportunamente desubicado. Se adivina en la mayoría de ellos una cierta vocación de extravío, un cierto abandono de sí como condición necesaria para una búsqueda que se sustenta en la pérdida. Digamos que se disponen sin reparos a una deriva que se trama en el movimiento, en un modo de andar que propicia un modo de percibir (variable y a la vez atento a detalles minúsculos), a partir del cual se van activando múltiples conexiones, en las que destellan recuerdos, asociaciones impensadas, atisbos de reflexiones, especulaciones y demás formas de la rumia mental.
La figura arquetípica de este observador impropio es el visitante solitario, el recién llegado a un lugar que desconoce, que en este libro, 5, aparece formulado con una curiosa expresión venezolana: "el asomado", al que se define como "alguien que podría no estar, o que debería no estar, pero está..." La clave de esta figura, tal como señala Alejandra Laera en el prólogo a su compilación de artículos dispersos de Chejfec (titulada precisamente El visitante), es la disponibilidad: "Se trate del narrador o de un personaje, sea en la realidad o en la ficción, Chejfec configura escritores que parece estar siempre de visita, que tienen la disponibilidad y la disposición del visitante", dice.
Una oportunidad inmejorable de encarnar de manera literal esta figura se le presentó a Chejfec en el año 1995, cuando fue invitado como escritor residente a Saint-Nazaire. La M.E.E.T (Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs), emplazada de cara al puerto, frente a la desembocadura del río Loira, alberga de manera continua a escritores de diversos países, instituyendo para la ciudad esa figura predilecta de Chejfec: el escritor visitante. El experimento, que supone que siempre hay un intruso escribiendo en la ciudad, tiene la forma de una performance que bien podría haber sido diseñada por Chejfec.
Durante su estadía como escritor residente, Chejfec escribió Cinco, una novela breve que editó M.E.E.T en versión bilingüe y que salió en argentina por la editorial Simurg. El texto hace foco en un hombre oscuro, una suerte de paria sin destino, que ha arribado a una ciudad extrajera con puerto (¿acaso Saint-Nazaire?), munido de un cuaderno donde habitualmente escribe. El narrador lo refiere a partir de las notas de ese cuaderno, y acaba de delinearlo siguiendo el trazo que le sugiere lo escrito. Nos dice en relación a su escritura que "el tono general es errático, algo contenido pese a bordear la confesión, y resignado pese a tener accesos de irritación". Agrega, además, dando la pauta de la inestabilidad de lo que se cuenta, que más de una vez "recurre al apócrifo, como una manera de enaltecer sin gravedad lo cierto, aquello que de ser expresado libre de camuflaje estaría más cerca de la impostura que de la sinceridad". El narrador, entonces, construye a partir de las notas un mosaico disperso, una ficción incompleta, ni verdadera ni falsa, que en principio refiere a la solitaria infancia de esta suerte de paria (incluida la muerte de su padre), para luego dar cuenta de su relación (parasitaria) con Patricia, una panadera que conoce en el puerto donde ha arribado. Patricia a su vez le cuenta la historia de María, una niña huérfana que salva niños de ser ahogados, y esta suerte de fábula se replica en la del Niño, también huérfano, que asume en su caso la tarea piadosa de conducir a los marineros borrachos a sus respectivas embarcaciones para que no queden varados en el puerto de la Gaida, donde muchos años después acaba recalando la Argentina, una joven insuflada de deseo sexual, que acaba convirtiéndose en una célebre prostituta. Estos cinco personajes funcionan como vértices de una figura de articulación abierta, dispuesta para que el lector la componga y recomponga a su albedrío.
Sergio Chejfec por Juan Carlos Comperatore
Según confiesa el propio Chejfec, siempre le rondó la idea de darle otra forma a ese relato, al que sentía un tanto fragmentario y dislocado; y al parecer ese impulso le sirvió de excusa para emprender la escritura de aquella historia vacante, que tan bien se adecuaba a su sistema narrativo: la de su residencia como escritor invitado en Saint-Nazaire. El resultado se plasmó en Nota, texto que inaugura este volumen, acompañando a aquel Cinco (que permanece intacto), al que supuestamente procura explicar.
La literatura de Chejfec, asentada en la indefinición, lo eventual y lo provisorio, es a priori reacia a toda explicación. Diríase incluso que trabaja obturando toda posibilidad de una explicación unívoca; y sin embargo, o quizás precisamente por eso, Chejfec elige intervenir aquel texto de 1995 mediante una supuesta explicación, como si en esa impensada apuesta se cifrara la única posibilidad de una verdadera modificación. Se trata, por supuesto, de una explicación caprichosa, que nada explica, o que explica tan oscuramente que, una vez más, queda al lector sacar sus propias conclusiones. Nota jamás alude a la instancia de escritura de aquella pequeña novela, ni da cuenta, al menos directamente, de los devaneos propios de un escritor acerca de su composición (salvo una pequeña notación, difusa pero significativa: "Como escritor residente tenía fijado escribir algo que en mi idioma concreto y particular alcanzaba a llamar antiliteratura"). Digamos entonces que, en líneas generales, el relato se concentra en dar cuenta de las circunstancias periféricas a la escritura, concentrándose sobre todo en la relación que entabla el escritor con ese entorno que supuestamente la propicia. Si algo relata este texto es el encuentro/desencuentro entre la figura singular y a la vez arquetípica del escritor residente (encarnada en este caso por Chejfec) y la ciudad anfitriona.
Si bien se alude a una circunstancia cierta (la residencia de Chejfec en Saint-Nazaire ocurrió realmente), no se trata de un crónica verídica sino más bien de una fabulación articulada a partir de un elemento documental, en la que resulta superflua toda distinción entre realidad y ficción. Lo interesante, en todo caso, es verificar el modo en el que gravita ese andamiaje verídico, produciendo en el texto una sugerente desestabilización. Un dato sintomático es que el Chejfec protagonista de esta ficción actúa de manera equivalente a los protagonistas de sus novelas. Asimila y se vincula al espacio al que acaba de llegar plegándose a la dinámica del visitante (tal como él mismo la caracteriza en su artículo "Ficciones de un visitante"): "...observa cosas sueltas y elabora un cuadro preliminar..., está alerta a estímulos novedosos..., se pliega a pensamientos y asociaciones larvales en cuya marea ninguna historia puede desarrollarse porque nada significa aún nada en concreto..., toma partido por la lógica parcial..., razona argumentos y trama relaciones a partir de lo que ve y recuerda". Un ejemplo claro lo encontramos en las primeras páginas, cuando el recién llegado Chejfec, posicionado en el balcón del departamento que le han asignado, otea el puerto, atento a sus enigmáticas señales, entre las que se destacan unas balizas intermitentes. "Las balizas eran rojas y divergían en ritmo, forma e intensidad", dice, y agrega: "Se me dio por pensar si existía una jerarquía expresada en titilación o volumen, localización y hasta ímpetu. Era evidente que algo así debía existir en ese lugar gobernado por un poder local especialmente celoso de controles y estipulaciones".
Tal como se verifica en el párrafo anterior, el Residente Chejfec experimenta la ciudad como un encriptado dispositivo sígnico, al que procura descifrar a su manera, entregado a una deriva incierta, plena de derivaciones, que por momentos recala en eventuales motivos, muchos de los cuales corresponden, según él mismo dice, a sus rutinas: callejear y visitar vinerías con el director, observar el puerto desde el balcón de su habitación, salir temprano a buscar café y ver a los trabajadores del astilleros, conversar con los parroquianos del bar "Las cinco letras", leer con Marión (la secretaria de la Residencia), viajar en colectivo hasta la última parada y, aprovechando el intervalo que se toman los choferes antes de emprender el retorno, explorar caminando la periferia en la que ha recalado.
A partir del entramado oscilante de estos motivos, el Residente va cartografiando la ciudad, de una manera tan personal, tan atada a su perspectiva y a su historia, que acaba configurándola externa e interna a la vez, como si en la escritura sujeto y espacio se diluyeran. Colabora en el proceso la prosa, que se adecúa a la perfección a esta dinámica fluida. Su cadencia pausada, calibrada al milímetro, materializa en palabras la inclinación digresiva del visitante.
Respecto a su particular modo de escribir, Chejfec incluye en este texto una suerte de confesión, solapada en una curiosa analogía entre los choferes de colectivo y los escritores, que se acentúa hasta la identificación en la figura de Patrice. Describiendo el modo de manejar de Patrice, dice: "Su estilo de manejo era pausado, en opciones manierista... Aun cuando no se lo propusiera –detestaba llamar la atención- tenía una forma de manejar que llamaba la atención. A cualquier maniobra simple le dedicaba un poco más de tiempo que lo necesario. Era su secreto –probablemente no deliberado- para crear constantes transiciones en la ejecución del volante..."
La novela en su conjunto propone una circulación abierta entre los dos textos que la componen (Nota y Cinco), delegando en el lector establecer (o no) las vinculaciones que se insinúan. Una posible clave quizás haya que buscarla en el 5 que le da título. El deslizamiento de la palabra al número da cuenta de la continuidad pero a la vez de la ruptura con aquel texto escrito durante la Residencia, que permanece intacto y la vez modificado por la presencia de Nota. La economía del gesto subraya la importancia del "pasaje", esa instancia intermedia (entre pasado y presente, entre suceso y escritura, entre memoria e invención) en la que se juega lo más inaprensible de la experiencia. En esa zona se ubica este libro, proponiendo al lector la circunstancia inédita de transitar sus misterios adoptando la impostura del visitante.
5 de febrero, 2020
5
Sergio Chejfec
Entropia, 2019
177 págs.