I.
En la América recién descubierta bastaba ser hechicero y lanzar humo por la boca para recibir la condena de europeos envidiosos del goce y la autoridad ajenas. Ni bien llegó a Europa el placer de fumar un cigarrillo consolidó una hermandad sin fronteras que parece haber quedado en el olvido. Fumar no tiene más el glamur que Hollywood y las campañas publicitarias de las tabacaleras le imprimieron. Muy por el contrario, hoy basta encender un cigarrillo en lugar cerrado para ganarse la condena social y la legitimidad para llamar al encargado o a la policía. Esta vigilanteada –lo dice un no fumador que le molesta que fumen al lado, pero más que nos hayamos vuelto vigilantes del otro– no es de los peores cambios que debería avergonzarnos.
Mario Bellatin, narrador (a veces cantor, incluso) de A Little Love Package, último film de Gastón Solnicki, advierte: “Hasta que llegó el día temido. El verdadero fin de una época. La prohibición en Austria de fumar en los cafés. Se pierden así los últimos vestigios de un gran pasado”.
Al enterarse de esta prohibición, Solnicki corre a registrar las últimas escenas de humo compartido en esos bares que fueran, entre otras cosas, cuna de refugiados, artistas y críticos de la razón moderna, bares no de cualquier ciudad para el director sino de Viena, según declara en una entrevista, “la capital cultural de los antepasados de toda mi familia, judíos nómades que estuvieron ahí no sé cuántos siglos comiendo papas y cebollas”. Estos momentos robados en tiempo de descuento, capturas reales de algo que no volverá, abren y cierran –en parte– esta película por la que obtuvo el premio al mejor director del BAFICI 2022. Las escenas ficcionales corresponden a dos mujeres, que deambulan por la ciudad y, a base de algunas confesiones y más de una desavenencia, “se han vuelto cercanas”.
Movidas siempre por una nueva pregunta sobre cómo hacer cine y sobre qué es el cine, vestidas de documental (las dos primeras), de ficción (las tres últimas) o de ambas (todas), las películas de Solnicki son, sobre todas las cosas, ensayos. Como ese género que se resiste al método, sin la excepción de éste, sus filmes no tienen una estructura prefijada ni, como el humo, se mueven en línea recta. Como buen artista del trapecio, lo suyo es la improvisación, banco de pruebas con el que desconcierta a actores, espectadores y productores, pero también mediante el cual ensaya intuiciones que suelen ser dedo en la llaga de la cultura.
En particular, la prohibición del humo en los bares es solo uno de los indicios del fin de una Era que explora este hipnótico film de Solnicki que advierte que acaso habría que preocuparse menos por ser saludable, según un veganismo santurrón, un fitness adictivo y un greenpeaceismo neoliberal defensor todas las especies menos de la humana, que por la pérdida total de la cultura, un apocalipsis sobre el que advierte este aguafiestas desde la primera a ésta, acaso su mejor película. Que los bares hayan sido lugar de encuentro y hospedaje incluso (donde se leía el diario en papel como aquí se muestra), y hoy sean un espacio que reúne a zombies prisioneros del celu (como también se muestra), es también otro indicio.
II.
A una horma de queso hay que guardarla en una bodega a cierta temperatura, pulirla cada tanto, mirarla en silencio, olerla y dejarla estacionar. Que... ¿cuánto tiempo? Depende de cada una.
A un pie hay que medirlo en todas sus dimensiones: largo y ancho de su planta, diámetro del talón, pendiente del empeine. Pero lo que debe mirarse, con más atención incluso, es el semblante de quien va a usar esos zapatos. Después de todo, como para el quesero de A Little Love Package su queso, para el zapatero no es cualquier par el que va a hacer: es único.
En este film una alumna de piano se rehúsa ir al conservatorio. Necesita “libertad”, dice. Junto a su madre, van a la casa de esa maestra –nunca mejor dicho– particular. No busca pulir la técnica –con esfuerzo basta, ¿no?–, sino alguien que realmente la escuche.
Una mujer duda en comprar una casa. Pero tiene algo claro: “Veo un hermoso sillón marrón. No marrón común, sino siena tostado en terciopelo. Algo imponente. Luego, en el suelo, una alfombra pesada de Marruecos en blanco marfil. Algo ridículamente luminoso. Y para las cortinas quiero seda cruda de un verde malaquita. Para que la luz entre y brille en las paredes que podrían ser de color bermellón”. Lo que desea esa mujer –y lo que sueña en este relato con forma de sueño– no se consigue en Pinterest, sino en rincones, que este film arqueológico encuentra, donde se honra la tradición y se hace lugar al deseo, que siempre es personal, y aunque parezca mentira, heredado.
Como el que ejercen quienes hoy están a cargo de ese café que perteneció a cuatro generaciones, como el que lleva a cabo Carmen Chaplin, la nieta del célebre director, una de las protagonistas de este film nómade que hermana a dos familias, los oficios se heredan. Lo sabía, entre otros, el protagonista de El peletero de Luis Gusmán, quien recordaba: “Yo no elegí este oficio. Lo heredé de mis padres que a su vez lo heredaron de los suyos”. A contramano de un tiempo sin herencia, A Little Love Package, encontrando correspondencias entre distintos oficios (y no solamente), pone el foco en quienes se dedican a un compromiso singular y sienten orgullo precisamente por una habilidad que es menos propia que heredada.
Ahora bien, son cada vez menos los oficios que se hacen con ánimo de trascendencia (y no de lucro) y amor, que son los que realmente se heredan. Uno de ellos es el de artesano. Al igual que el peletero (se alude a él en el plano de una vidriera al comienzo, aunque no solamente), el chef (cuenta la leyenda que este director es gran cocinero) y el chocolatero (al que remite una singular cajita de bombones), Solnicki es también un artesano. A Little Love Package, al igual que todas sus películas, es obra de cámara hecha con amor de artesano. La decisión de hacerlo de esa forma es política porque para este director hay solo dos modos en las que el cine permanece hoy día: uno, el de los “tanques”, antes de Hollywood, ahora de las plataformas; el otro, el que él elige, el del cine “en miniatura”, subterráneo e invisible en las grandes plataformas, pero en el que aún hay algo vivo.
En A Little Love Package hay un hijo agradecido de su madre (“porque me cuidó en ese tiempo en que estaba más del otro lado que de este”), hay niños y jóvenes que aprenden de los adultos (mirándolos, sin nadie que les enseñe exprofeso) y hay quien guarda un queso que “será devorado por las generaciones futuras”. Las escenas son la contracara de un tiempo en el que se ha roto el lazo entre generaciones, una obsesión sobre la que, junto a la enfermedad por el dinero (“La gente que no quiere gastar su plata tiene problemas serios. Es una falta de generosidad”, se escucha decir acá), viene trabajando este director de Süden (2008) a Kékszakállú (2016) pasando por Papirosen (2011).
Se dice que “lo que se hereda no se roba”. Pero hay que tener el coraje de heredar y de inscribirse en una genealogía, lo cual no quiere decir continuar con el oficio de los antepasados, sino continuar con el ideal de trascendencia que hace pervivir a la cultura o el apego por lo imperecedero que mueve, entre otros, al artesano, como se quiera.
Si una nueva generación da la espalda a la anterior y si una máquina puede reemplazar nuestra labor, no habrá acervo cultural que pase de mano en mano; y no habrá cultura. Habrá Rapanui, Netflix, Spotify yun holograma que suple, entre otros, a ese que filma y este que escribe.
Con mucho de luddita, este sibarita del cine ha legado un “pequeño paquete de amor” (a la tradición), una elegía a la herencia que es, antes que el humo que tanto preocupa, lo que hoy realmente se desvanece.
El cierre del film, que aúna en una misma mesa a miembros de distintas generaciones y familias, es de las más conmovedoras apuestas por la hermandad y por lo comunitario que se haya visto. No recuerdo final más mágico, y al mismo tiempo, prometedor. Si no fuera cine sino una pieza musical (lo es también y Solnicki un músico), habría que atesorarla en un Podcast para escucharla cada tanto (sí, en el celu porque “allí donde está el peligro, crece también lo que salva”) y darse ánimo.
Si bien hay algo más que indicios de devastación de la cultura, con cineastas que se hacen cargo de la herencia y mueven a no renunciar a ella como Solnicki, no todo está perdido.
1 de marzo, 2023
A Little Love Package
Gastón Solnicki
2022
81 min.