El 4 de febrero de este año, Russell Hoban –norteamericano afincado desde 1969 en Londres– hubiera cumplido cien años. Ese mismo día, desde 2002, sus fans vienen participando del SA4QE, The Slickman A4 Quotation Event: en hojas amarillas, como las que el escritor usaba para su tarea, escriben frases de sus libros para dejarlas en lugares públicos, a la caza de la curiosidad ambulante o del ojo de otros lectores fanáticos.
Algo de este juego, algo como salir a tentar el azar o cazar la suerte, arma esta novela escrita en 2005 y traducida –un gran trabajo de Andrea Palet– recién ahora para el catálogo de Sigilo. La experiencia de lectura remite a un escritor que quiere pasarla bien mientras escribe y construye mundos disfrutables, a pesar del mismo mundo en el que hace vivir a sus personajes.
Christabel Alderton, 54 años, cantante de la banda de rock Mobile Mortuary y Elias Newman, 62 años, médico especialista en diabetes y poeta ocasional, se encuentran casualmente en una exposición sobre los simbolistas. Él ve cómo ella es capturada por “El cíclope”, un cuadro de Odile Redon. Una atracción provoca la otra y Christabel termina por llevarse el número de teléfono de él. En ese primer encuentro, en el que nada parece responder a la lógica de un primer encuentro, ella dice en alemán la frase que da título a la novela, y agita una historia y una música de la mitología europea que toca la infancia de ambos.
Hoban tiene mucho más de un puñado de libros infantiles, ilustrados y no, y juveniles de trayectoria notable. Pues bien: no se ha olvidado de entretener en esta novela para adultos donde, además, traza un camino para dos personajes –que han cruzado la mitad de la vida– a salvo de cualquier cliché romántico y por medio de una estupenda ingeniería de casualidades.
Elige una estructura que bien podría leerse como páginas de distintos diarios íntimos encontrados al azar pero coincidentes en las fechas. Son las voces protagónicas de Christabel y de Elias, junto a otras que van sumando su parte del puzzle –la madre de Elias que lo abandonó de niño; Jimmy Wicks, guitarrista y eterno enamorado no correspondido; Titus Smart, residente del Dr. Newman, entre otras– las que narran el encuentro de ambos entre el 21 y el 30 de enero de 2003, en un Londres que ya acusa recibo de la guerra próxima en Irak.
Christabel está convencida de que anticipa desgracias (la tragedia la golpeó hace diez años), mientras que Elias parece detectar en cada señal una oportunidad. Juego de opuestos, de gato y ratón, de entrega y retaceo que va sembrando miguitas en un camino hacia algo.
Que el dios de los libros no permita arrastrar esta pequeña joya –solo pequeña por sus 170 páginas– a la corriente ya insinuada de literatura de adultos mayores. No se trata de una historia de amor a destiempo; ni de cómo es enamorarse a cierta edad. Hoban le hace sabias torsiones al realismo para que lo inesperado cumpla su función. Parece abrirles, mediante el procedimiento de su escritura, puertas secretas a sus personajes: a Christabel para que huya de tendencia a la fatalidad; a Elias para que desmienta en Christabel esa tendencia. Como un móvil que terminará de armarse según sople el viento. Solo diremos que este viento soplará a favor.
La vocación lúdica de Hoban se extiende hasta los agradecimientos. A cada quien le reconoce haber colaborado en una suerte de investigación extensa –Londres, Honolulu, Los Ángeles, el Observatorio de Greenwich. También dice que dos sitios ingleses son solo producto de su invención. A su manera, descorre el velo y dice cómo compone al mover las piezas sobre el tablero, cómo mira, dónde busca.
Quizá la clave de lectura de esta novela esté en estas líneas de Annelise Newman: “¿Y ¿Qué es el mundo sino trozos de imágenes? ¿Y quién puede ver una imagen completa?”.
16 de abril, 2025
Ven a bailar conmigo
Russell Hoban
Traducción de Andrea Palet
Sigilo, 2025
176 págs.