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La familia

Gustavo Ferreyra


Marcelo Garmendia


La importancia de una editorial se mide por la calidad de los textos publicados pero también y sobre todo por su capacidad para detectar y poner en superficie lo que realmente vale la pena. En este sentido, la decisión de Ediciones Godot de reeditar la obra de Gustavo Ferreyra y a la vez ir publicando su obra inédita es más que pertinente. Además de poner a disposición de los lectores una obra imprescindible, ubica a Ferreyra en el lugar que le corresponde, señalando que se trata de un autor realmente relevante. Gustavo Ferreyra está sin lugar a dudas entre los mejores y si algo lo prueba de manera lapidaria es esta novela, La familia, suerte de saga volumétrica que, poniendo en escena las batallas internas de los miembros de una prole, pone al desnudo los mecanismos de funcionamiento de una institución que, aun cuando se revela evidentemente dañosa, pareciera no tener fin. Ese final la novela lo avizora curiosamente en el futuro, un futuro relativamente cercano (el siglo XXII) en el que se ha consolidado un movimiento antifamilia, que, lejos de bregar por una opción comunitarista, lleva al individualismo a su máxima expresión, propugnando por la liberación absoluta del Sujeto. Hay, siempre ha habido, una batalla entre la Vida (que atañe a la superviviencia, a la acción directa, a lo natural, a la animalidad y a lo espontáneo) y el Sujeto (que refiere a la conciencia, al intelecto y al verbo); y al parecer en el futuro esa batalla se ha tornado explícita.

El bando del Sujeto (que es el bando antifamilia, claro) tiene como referente histórico a un tal Sergio Correa Funes, argentino nacido a mediados del siglo XX que, a través de un acto atroz y un provocativo ensayo, sentó las bases de esta suerte de revolución. A través de una veintena de monólogos autobiográficos de ese personaje y una serie de fragmentos escritos en tercera persona, la novela da cuenta de este prócer impensado, cuya historia se complementa con algunos hitos de la vida de sus familiares más cercanos (padres, tíos y abuelos). El conjunto articula una temporalidad desordenada, compuesta de piezas de distintas épocas que ensambladas acaban dando lugar a una totalidad que es menos la historia de una familia que el andamiaje histórico en el que se asientan las distorsiones del protagonista.

Ocurre que la batalla entre Sujeto y Vida, que es general y funciona como eje estructural de toda la novela, se particulariza en Sergio Correa Funes cuando, luego de la muerte de su hija (la segunda que se le muere), atraviesa una crisis terminal que lo pone en la disyuntiva de, o bien formar una nueva familia y procurar tener hijos sanos (lo que equivaldría a plegarse al bando de la Vida), o bien vindicar al Sujeto creando un movimiento social que luche por la extinción de la familia.

En el plano individual la batalla entre Sujeto y Vida ocurre en un escenario invisible: el fuero interno, es decir en el bullir de las palabras que nos habitan, donde la conciencia convive con la animalidad, la contradicción es regla y las formas se deshacen dando lugar a lo deforme. Y eso precisamente es lo que elige contar Ferreyra: ese fuero interno que, tal como lo enuncia la fórmula, ocurre en el interior de las personas, y por lo tanto pareciera que no ocurre, cuando probablemente sea lo que más importa. Así al menos lo entiende este autor, que escribe diríase que para sacar afuera, para hacer externo ese entramado en disputa, ese espacio sobrecargado, contradictorio, caótico y conflictivo, en el que las máscaras se desdibujan y todo queda expuesto sin ambages, digamos que en su ostensible desnudez. La honestidad brutal de los monólogos de Sergio Correa Funes son un claro ejemplo, pero el procedimiento se hace extensivo a los fragmentos en tercera persona que refieren a su vida pasada y a sus ancestros. En ambos casos, pero sobre todo en el primero, la escritura adopta la forma de un aluvión verbal en la que se pone de manifiesto una potencia desatada.

Como un actor consumado, Ferreyra tiene la capacidad de meterse en la cabeza de sus personajes y, desde esa posesión, a través de la escritura, dar cuenta del modo en el que la palabra los habita. Porque eso precisamente es lo que está juego en el fuero interno: el modo en el que ocurre la palabra en un sujeto, dando lugar a un bullicio incesante en el que todo, lo trascedente y lo nimio, lo intolerable y lo cómico, lo sublime y lo abyecto, lo patético y lo desalmado, tiene lugar sin distinción. De ese modo al menos lo manifiestan los protagonistas de los múltiples fragmentos que componen esta novela, demostrando que la batalla entre Sujeto y Vida es una derivación de la palabra, y que en última instancia el fuero interno es, debido a esa reyerta incesante, un caldo de cultivo de deformidades, es decir el espacio en el que se formatea la monstruosidad.

Una monstruosidad que, nos revela esta novela, puja por externalizarse y lo hace en principio en el seno de la familia, generando tensiones y agresiones mutuas que a la corta o la larga resultan inevitablemente dañosas. Las historias que se suceden exponen esa dinámica enfermiza y señalan que la familia es un espacio material y simbólico sobrecargado de mandatos y exigencias a las que es casi imposible sustraerse, pero también y sobre todo una lógica de funcionamiento, una máquina cotidiana que somete a sus miembros a dinámicas desquiciadas y violencias de todo orden que inevitablemente los obligan a recurrir a simulaciones, chantajes, ocultamientos, transas, humillaciones, evasiones y demás tácticas de supervivencia. Abriendo esa caja de pandora que es el fuero interno, Ferreyra exhibe sin tapujo este juego perverso de afecciones múltiples, yendo al hueso con una contundencia categórica. En ese arco temporal que va de 1906 a 2006 hay historias de guerra, traiciones, abandonos, intentos de suicidio, raptos de locura, muertes espantosas y tragedias de todo pelaje. Y, sin embargo, en medio de este dramón que hilvana subjetividades rotas y destinos arruinados, Ferreyra no se priva de destilar un humor en sordina que por momentos resulta desopilante. Ocurre que el fuero interno, en su patetismo extremo que mixtura miedos, autoconmiseración, impulsos primarios y delirios de grandeza, muchas veces incurre en posturas realmente graciosas. Persiste el drama, claro, pero se trata de un drama que en más de una ocasión da risa.   

Como corolario la novela incluye “Vida y Sujeto”, un ensayo escrito por Sergio Correa Funes en el que se sientan las bases del movimiento antifamilia. Según nos cuenta Mariana Enríquez en su excelente prólogo, fue lo primero que escribió Ferreyra, y de hecho pareciera ser el plano teórico y filosófico de la novela, un dibujo conceptual que contiene tanto las claves constructivas como los fundamentos que la sustentan. De ser así, podemos decir que lo que se propuso Ferreyra fue novelizar a través de una extensa saga familiar, un ensayo ligeramente Nietzscheano escrito por el protagonista de esa novela. Una propuesta por cierto pretenciosa que, a juzgar por el resultado, dio lugar a lo que no podemos calificar menos que como una proeza.

2 de julio, 2025

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La familia
Gustavo Ferreyra
Prólogo de Mariana Enríquez
Godot, 2025
536 págs.


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