De alguna manera, a medida que pasa el tiempo, la obra de Erri De Luca genera la impresión de que nos encontramos frente a un escritor filosófico, ante un autor que se concentra en la delicada y profunda auscultación de los grandes problemas, prácticas y sentimientos humanos sin abandonar la elaboración de tramas y núcleos narrativos que, como lectores, nos envuelven en una historia cautivante. Puede que esa sensación se acentúe en las páginas de Las reglas del Mikado, la última “novela” –en una acepción amplia– de este napolitano universal, que con la traducción de Carlos Gumpert nos llega a través de la editorial Seix Barral.
Justamente, las comillas en novela se deben a que Las reglas del Mikado presenta una estructura particular, híbrida, no inusual pero sí ajena a las concreciones tradicionales del género. La primera parte está formada por el diálogo entre dos voces, entre dos personajes cuyos “nombres no cuentan demasiado, para mí. Los nombres no añaden nada a las personas”, en el que se va revelando el nacimiento y el devenir de un vínculo, de una amistad desigual, entre una joven gitana y un viejo relojero. La segunda parte está formada por un intercambio epistolar; en la tercera se transcribe el diario que acompaña al viejo relojero en su acampada final y, por último, una nueva carta que cierra el episódico y extraño relato de esta relación. En este libro, De Luca prescinde de una voz narrativa que le otorgue unidad o un punto de vista fijo o determinado a la historia para que sean los parlamentos, las cartas y el diario los que compongan aquello que se ofrece al lector como un discurso coherente y capaz de transmitir un “sentido”. El autor parece rechazar el estilo, como señala hacia el final del libro el personaje del relojero: “Estudié Latín y Griego en el bachillerato. Las gramáticas son relojes, formados por muchas piezas que funcionan juntas. De manera que me gustaron esas lenguas, pero ninguno de sus autores. Lo hermoso, para mí, era su mecanismo, no la marca de fábrica de los individuos que había que estudiar”.
En la sucesión de estas escrituras, que abarcan un difuso pero extenso arco temporal de al menos un par de décadas, se nos va develando la verdad oculta de este encuentro entre dos personajes muy diferentes en edad, sexo, expectativas, necesidades y, sobre todo, en los saberes y las formas que cada uno tiene de concebir la existencia. Por un lado, el viejo relojero que acampa en la frontera entre Italia y Eslovenia y, cumpliendo con la ley universal de la hospitalidad, le ofrece cobijo y protección a, por el otro lado, la gitana quinceañera que huye de su familia, de su gente, para evitar verse sometida a un matrimonio arreglado con un anciano.
Al igual que en otras celebradas novelas de Erri De Luca, Tú, mío (1998), Montedidio (2001) y Los peces no cierran los ojos (2012), solo por citar mis favoritas, se escenifican situaciones en las cuales se transmiten, de una generación a otra, conocimientos profundos e intemporales o atávicos. Son los adultos, los hombres con oficios humildes, “terrestres”, despreciados por el avance del capitalismo (pescadores, zapateros), quienes a través de la palabra y de la acción educan al adolescente o al niño que los interpela para ofrecerles gratuitamente los pequeños secretos del mundo, que contienen los misterios más profundos y universales, o las rigurosas lecciones de la Historia. Sin embargo, en Las reglas del Mikado, la cíngara adolescente dispone de otros saberes diferentes, propios de su cultura, de su pueblo, como la sintaxis y el significado de las líneas de la mano o sobre el modo de comunicarse y entrenar a un oso o un cuervo, que comparte, en un intercambio de experiencias, con su anfitrión.
Y también aquí, como en gran parte de la literatura de De Luca, están: el mar, como realidad y como metáfora, la memoria de la guerra (de la Segunda Guerra Mundial y de las guerras porque, en definitiva, el mundo vive siempre en guerra), la infancia, Nápoles (inevitablemente) y sus islas y su dialecto, y el descubrimiento del amor, los tópicos que definen su obra, y la prosa sutil, epigramática, atravesada por una sabiduría práctica, epicúrea, sencilla, que se muestra sincera y humana, a salvo de toda cursilería disfrazada de erudición, como suele leerse en tanta pseudoliteratura de mercado.
Por otra parte, el Mikado al que remite el título del libro de De Luca no es otra cosa que el juego que en esta zona llamamos “los palitos chinos”. Sus reglas, las reglas de este juego, replican o recrean, para el viejo relojero (y, luego, para la joven gitana), las reglas de la vida: “prestar atención a los movimientos más pequeños, hacerlos con intención, sin automatismos”, o bien “Otra de las reglas del Mikado es olvidar la ronda anterior... el Mikado limpia la mesa. Me parezco al juego, hago que me olviden de inmediato”, volviendo evidente la correspondencia entre lo vital y lo lúdico, enunciando un código que brinda instrucciones para desenvolverse en la complejidad de la existencia.
Breve, de lectura ágil y atrapante, Las reglas del Mikado es otro planeta dentro del sistema De Luca, inconfundible y certero en su prosa, en sus reflexiones, en la esperanzadora humanidad de sus personajes.
2 de julio, 2025
Las reglas del Mikado
Erri De Luca
Traducción de Carlos Gumpert
Seix Barral, 2025
144 págs.