El exotismo de un viaje es algo que el viajero crea. Solo debe contarse con distancia en la mirada y una voluntad de recorrido. Así parece declararlo Mario Varela en Diario de Camboya. No se trata tanto en él de una exterioridad disímil, novedosa o exigente, sino de un percibirse mientras se la atraviesa. El idioma, el calor, los alimentos articulan la diferencia, pero esta no radica en la pérdida de los mojones cotidianos: su vivencia se funda en cómo los cuerpos y las mentes se despliegan en otro mundo.
El motivo de la partida está servido desde un principio: formar parte un equipo de rodaje. El narrador no asiste entonces a la cita como el poeta que es, su rol se limita a integrar la sinergia de un objetivo común. Esto resulta crucial a la hora de encontrar el punto de vista. No será una aventura de afección privada o íntima, su incandescencia quedará atada a la suerte grupal. La presentación de los pares, el seguimiento de sus peripecias, las indagaciones en el pasado de cada quien pasan a conformar el tejido del relato. Los otros son con uno, uno es con los otros y “un viaje es donde se puede estar con alguien”.
Ese “estar con alguien” configura el núcleo del asunto, a la manera en que Zaratustra anhelaba hallar a sus “compañeros del camino”. El viaje se torna un “donde”, un lugar cohabitado, en vez de un acto (“Después caminamos, en peregrinación, un ciempiés humano, por todas las calles del pequeño y viejo pueblo”). Por eso el tono socarrón que anima las primeras anotaciones hechas en solitario –mientras se va al encuentro del punto de partida en Cabanillas de la Sierra (España)–, con el paso de los días se adensa y le cede su lugar a un humor más reflexivo y exhaustivo en el tratamiento de los hechos: “Un árbol gigante sobre el techo del tempo desparrama sus raíces como un pulpo hacia la preciada tierra. El entorno es mítico, místico y excesivo. El sol se cuela entre las copas de los árboles con las nubes. Las paredes con musgo amenazan con derrumbarse en todos los recorridos. Juan explica, ya no sé si para la película o para nuestra realidad, ¿le dice a Damiana (el personaje) o a Laura (la actriz)?: –Cada uno de estos templos es un ensayo para el templo que se construyó a continuación, así se levantó esta ciudad que llegó a tener un millón de habitantes–.”
Desde aquel arranque ibérico, los aviones, las aduanas, los traslados, las fronteras conflictivas, las negociaciones en fallidos esperantos obligados (señas, palabras sueltas, idiomas inventados) se sucederán en cascada, llenos de crudeza y, por momentos, desesperación, aunque siempre con alegría. Emiratos Árabes, Vietnam, Camboya, ida y vuelta. El sondeo de callejas, ferias, plantaciones; los templos inmemoriales, imponentes; los alojamientos oníricos; los taxis y tuk tuks negociados; las improvisaciones de guiones y espacios de filmación; la profanación de museos y monumentos para grabar sin permiso; las persecuciones de guardias, las apretadas extorsivas de oficiales de migración; las enfermedades, el miedo al agua local, las delicias desconocidas, el regateo. Todo eso importa el back stage de las películas encaradas, que a su vez es retratado como tal para un documental sobre la filmación, que a la vez es abarcado por el diario en una especie de juego de infinitas perspectivas invadiéndose unas con otras hasta trazar ciegamente la figura del viaje.
Ficción y realidad se tornan indistinguibles. Quién es personaje y quién no deriva en una distinción intrascendente, porque de algún modo todos están enajenados por la tarea, vueltos otros mientras esta dure. Ese es el “donde”, el sitio en el que esa transformación se da y se mantiene. La cámara filma sin definir escena o happening mientras es captada a su vez por otra cámara y ambas por los ojos que guardan todo bajo la forma del diario. La idea de “hacer un viaje” se vuelve cierta, literal, y literaria. “Camboya” recibe esta significación –la del viaje– y queda ocupada enteramente por ella, al punto de desplazar como horizonte los suelos, la gente, los países. Oriente es un medio distinto, pero porque se lo pisó para alterarse en él, para permitir que se adentrara por las suelas y creciera por el cuerpo hasta la mente colectiva. Desde ahí, asentará su irradiación y obligará a conservar como un tesoro lo que Gonzalo en el avión de regreso le comentará al narrador: “somos también lo que contamos”.
16 de abril, 2025
Diario de Camboya
Mario Varela
Gog y Magog, 2025
114 págs.