“La voz es lo primero que se pierde” escribe Susana Villalba en la última frase del poema en prosa “La muerte de Evita” de su libro Plegarias que forma parte de la obra reunida que editó Salta el pez. Frase que cierra un bloque macizo, potente, apoyado en una gran base, firme. Y probablemente pueda pensarse que esa es la característica más evidente en la obra de Villalba. Así como existen escrituras que permanecen suspendidas en el aire, en las que todo se torna inmaterial, diríamos versos del pensamiento; existen también escrituras como esta de la autora de El amor es animal que tienen la consistencia de los cuerpos. Estos poemas están ahí, ocupan un lugar, algunos incomodan, otros acompañan, son compactos.
Los libros que están incluidos en esta obra reunida van desde 1982 con Oficiante de máscara hasta el 2018 con La bestia ser. Siete libros en total. Casi cuatro décadas de escritura en las que se pueden trazar continuidades temáticas y cambios formales. En uno de los textos introductorios que acompañan el volumen titulado “Apagar una hoguera con el cuerpo”, el poeta Eduardo Mileo dice: “Perros, árboles, piedras, muñecas. Estas palabras conforman su mundo simbólico: aparecen en todos sus libros y se resignifican en cada uno. También el jaguar y la pantera ofician en sus versos su magia ritual”. Cuerpos y más cuerpos es lo que aparece a lo largo de los siete libros que forman su obra. Materia viva y tangible. Villalba rabaja con las palabras pero como lo hace un escultor, para obtener una figura que sea tangible, que produzca sombra, en las que se pueda percibir claramente un canto, un filo, un vértice: “Las breves palpitaciones del conejo cuando la boa aprieta en la hora de nuestra muerte danos y ahora el chirrido del grillo que nada significa. Ahora y en la hora de nuestra muerte danos razón para tener razón en cuerpo de lobo” (“La pasión según Jesús”). Y, como vemos, esa materia es portadora de atributos claramente identificables. Los cuerpos sudan, condensan, absorben, se degradan, matan, mueren y siempre en un entorno físico, social e histórico. Aspectos que son fundamentales en su obra.
Y en todo ese recorrido de décadas, Susana Villalba recurrió al verso corto en poemas largos, al verso largo en poemas largos, a la prosa poética y a una puntuación que priorice lo expresivo. Se movió atendiendo a la necesidad del texto, a su proyección visceral, a la contundencia. Si pensamos que escribir es en primera instancia leer una época, con la mayor cantidad de aristas posibles, la obra de Villalba deja claro que primero leyó y luego escribió teniendo conciencia de su ser animal, incluso buscando espacios en el texto para su ser bestial. Hay un juego amoroso, una erótica desbordante, como por ejemplo en estos versos: “Cambiar de lugar/ enloquece a los pájaros./ Pensás/ y las cosas suceden/ algo diferente, /como en los sueños. / Imaginate la Custom Silence / rozando la mejilla,/ la lengua recorriendo el metal frío/ del cañón,/ medias que se deslizan, /rodillas que te aprietan/ mientras decís que se siente/ como una ardilla,/ se toque,/ se pare,/ gire y apoye el pecho/ sobre la mesa,/ tire la lámpara,/ se aferre” (Custom Silence); o en estos otros de La noche de Tanabata donde lo racional es desbordado: “No hay ceremonias,/ los amantes unidos/ por un hilo de plata. Sueño con calles/ en las que estás caminando/ mientras sueño,/ al despertar es tarde. Yo no sé qué hacer,/ el amor es animal”.
Un párrafo aparte para el libro Plegarias, que también integra esta obra reunida, editado fragmentariamente por primera vez en 2002 por Ediciones Pen Press y luego en su totalidad por la editorial La Bohemia en 2004. Un párrafo aparte porque dentro de la obra de Villalba éste y La luna en harapos, novela que editó Salta el pez, parecieran ser hasta hoy la expresión del núcleo de su producción. Dos libros de gran potencia debido a su logro formal. La sucesión de frases con una puntuación esquiva dan cuenta de la precipitación de una época convulsionada –la Argentina del 2001 para Plegarias y el choque cultural entre colonizadores e Imperio Azteca en el siglo XVI para La luna en harapos– que resiste y busca, que se lanza en una proposición de sentidos; frases que se sustentan en una sintaxis que se produce en el movimiento, que dan cuenta de la agitación: “El Ciclón, Almas Mugrientas, Santa Revuelta, El Bananazo, la Brukman a sus trabajadores. Apenas hace nada la gente la cuidaba, ahora espera el desalojo. Apenas hace igual el hombre como ahora asumía Carlos V, imperio sacro, bizantino o brtitánico, romano, mayestático. El imperio sintáctico que ahora titila mientras llueve en algún lado, es éste lado, es ésta esquina, frente a un muro. Hijos del hijo, Patria Chuker, Trujamán”.
La escritura de Villalba, que es de un trazo grueso, que se deja ir –“Perderse/ es parte del camino”–, que sabe aventurarse, “su escritura al borde”, como dice Andi Nachón en el otro texto introductorio que tiene esta obra reunida, construye una voz pasional que es a la vez consciente y desbordante. “Generala de viento, de nada, de las gomas que queman en la ruta, levante el ejército de trapos mojados y de agua, lleve la tempestad hasta el registro de su voz. La voz es lo primero que se pierde”.
25 de junio, 2025
El amor es animal
Prólogos de Eduardo Mileo y Andi Nachon
Susana Villalba
Salta el pez, 2024
658 págs.