Imposible no comenzar esta reseña sobre Acá todo puede suceder, primera y hasta ahora única novela de la escritora suiza Gianna Molinari, deteniéndonos en la ilustración de tapa del libro, se trata de un lobo del que apenas aparece la mitad del cuerpo ubicado arriba a la derecha y la sombra de ese lobo que ocupa la totalidad y centro del cuadro. Es decir, del lobo sabemos y vemos muy poco pero sí conocemos su sombra, enorme, que lo agiganta, casi monstruosamente.
La segunda entrada, media página a modo de introducción antes del primer capítulo, también menciona al lobo y a los lobos: “El lobo vino de las montañas y con él vinieron otros lobos, vinieron a las llanuras. Avanzaron sobre territorios donde nadie los había visto antes (...) También yo me muevo por la noche, también yo suelo mirar en la oscuridad. También yo avancé sobre territorios”.
Entonces, el lector se prepara para leer una historia acerca de los lobos ¿se sentirá el lector defraudado? Seguramente eso dependa ya no de la lectura sino de la interpretación.
Deleuze, cuando en Mil mesetas se propone analizar los devenires animales, sostiene que existen tres clases de animales: los míticos, los edípicos y aquellos con los que se puede llevar a cabo un agenciamiento y nos permiten devenir. Curiosamente, el lobo entraría dentro de estas tres categorías: mítica la loba que amamantó a Rómulo y Remo, edípico el lobo domesticado, es decir, el perro, pero también está ese lobo que tiene un jefe de manada, que se mueve en manada, que se ubica en el margen, en la zona salvaje y que nos permite la identificación y el devenir. Eso es lo que narra la voz protagonista de la novela y que nos lo advierte desde el comienzo cuando dice: “también yo” (soy y hago lo que los lobos).
No son los animales míticos ni los edípicos los que nos producen fascinación, sino aquellos que solicitan la búsqueda de nuevos territorios hacia donde poder aventurarse. Y quizás, entre todos los animales que ejercen este tipo de fascinación, el lobo sea uno de los más recurrentes, de los más polifacéticos y alegóricos, especie privilegiada para ejemplificar metáforas de diversa índole. Tan enorme y universal es la figura del lobo como enorme y universal es el espacio que atraviesa la narración, por un lado, una fábrica a punto de ser abandonada, una fábrica como puede ser cualquier fábrica en el mundo, grande y sin producción que la justifique para seguir existiendo, y por otro lado, más interesante porque se trata de un espacio tematizado: la Tierra. Aunque deberíamos escribirlo y aludir a ella en sus dos sentidos, la Tierra y la tierra. Porque la Tierra es de tierra. Y esa alusión tematizada se expresa, por un lado, a través de las islas insólitas (semejantes a los planetas pequeños que va visitando el Principito), cada una de ellas con una particularidad exclusiva, las reúne a todas el desconocimiento que se tiene de ellas, de su existencia tanto en la Tierra como en los mapas, y por otro lado, tierra y Tierra cobran dimensión concreta y metafórica en el pozo de tres metros que deben cavar la protagonista y otro empleado de la fábrica.
Pozo que es una trampa para el lobo y que también es un túnel de escape de una superficie que carece de sentido. Porque, por momentos, parece que estamos cercanos a una obra del absurdo, como aquella en que los personajes esperaban a Godot, solamente que en este caso esperan la llegado de un lobo para hacerlo caer en el pozo. Y mientras el profundo hoyo se va cavando, de comienzo (primeras páginas) a fin (última línea), la tierra de la Tierra va mostrando sus gusanos, sus colores, sus entrañas, se va alejando de la luz y de la superficie, va conduciendo hacia un centro desconocido por la ciencia misma: “El hoyo más profundo alguna vez perforado tiene una profundidad de más de doce kilómetros, digo, e intento arrancar una raíz gruesa (...) Dejo la raíz, me siento en el borde del pozo y pienso en la sismóloga del documental, en que ella dijo que es imposible conocer lo más profundo de la Tierra, que la Tierra sigue siendo una gran desconocida, y a pesar de que caminamos sobre ella hace milenios, para nosotros el interior de la Tierra no deja de ser supuestamente una suposición”. Sobre esto ya nos alertaba la introducción aludiendo a “nuevos territorios” (no ya de superficie sino de profundidad).
Entre estos dos planos va oscilando la narración, un movimiento lineal, superficial, cronológico y anecdótico (donde habitan los otros personajes) y un movimiento hacia adentro, ya sea de la voz de la protagonista, de sus reflexiones, deseos, miedos, intereses y mundo interior, ya sea hacia lo profundo de la tierra, un pozo donde poder vivir y no donde ser enterrada (donde podría habitar también el lobo).
La voz de la narradora va trazando su propio mapa del mundo, acompañándose en varias ocasiones de dibujitos que poco pueden explicar, pero cuyos trazos se asemejan a esbozos de posibles mapas que van delineando fronteras y corriendo límites. Sucede que esa es una de las mayores preocupaciones de la narración, la espacialidad en todos sus sentidos: arriba, abajo, en el cielo, en la tierra, en la fábrica, fuera de la fábrica, en los aviones, en el espacio interplanetario, en las islas, en el mar, en las fotos, en los monitores, en el aeropuerto. Porque la pregunta subyacente tiene que ver con qué es el mundo. “Cuando más tiempo paso en la fábrica, más pienso que sería más fácil pensar el mundo como un disco, con un borde claro, con mundo y no mundo, con algo y nada. Pero el mundo no es un disco. El mundo no es exclusivamente algo: en el mundo hay lugares de nada. El lobo es uno de ellos”. El mundo, la tierra, la Tierra oscilan como un péndulo, algo golpea en ellos. La sismóloga explica que se supone que la atmósfera y los océanos ejercen una presión permanente sobre ella, haciéndola vibrar. La Tierra no es ni firme ni silenciosa, se mueve y es ruidosa. De este modo, en la idea de mundo que se va tejiendo en la cabeza de la narradora, hay lugares de nada, en algunos de ellos habita el lobo o, mejor dicho, el lobo es un lugar de nada. Que es como decir, simbólicamente, que el lobo es un casillero vacío, un agujero de sentido, un espacio en blanco (en donde, puede suponerse, cada cual rellenará con lo que tenga para completar). Esta cuestión es parte de la encrucijada conceptual que plantea la novela, que no se sustenta ya en la línea argumental sino en el propio discurso interno de la narradora protagonista: se trata, literal y literariamente, de la expresión de una mirada de mundo. La realidad es un invento, sostiene la voz que habla, lo que existen son teorías. La sismóloga (uno de los discursos que más atrae a la protagonista) asegura que nada podemos saber acerca del centro de la tierra porque no se lo conoce: todo es una suposición. Y algo, la fuerza del deseo, la omnipotencia de querer saber, el misterio, la necesidad de huir (probablemente sea esto último), es lo que lleva a la protagonista a querer cavar la ruta en esa dirección, que no es Norte ni Sur, ni Este ni Oeste, es hacia el Centro. El centro mismo del desconocimiento, un agujero, donde tal vez, pueda encontrarse con ella misma y su alteridad: el lobo.
3 de noviembre, 2021
Acá todo puede suceder
Gianna Molinari
Traducción de Nicole Narbebury
Letra sudaca, 2021
184 págs.