En diciembre de 2015, Mariano Blatt publicó, en la revista Inrockuptibles, un texto con aire de manifiesto, “Sala de ensayo: Literatura y narcisismo”. Alguien con oído atento podría escuchar allí un eco calamaresco, “situación de estupefacientes, rock, fútbol, sala de ensayo”. Allí Blatt arremetía contra lo que señalaba era una moda de la época: el gusto de los escritores por sus propias vidas, más que por la literatura. Pero, “para un escritor –al menos en el momento de escribir– nada debería ser más importante que la literatura”. Estos escritores eran “herederos resacosos” de otra moda tanto o más aburrida, la de la escritura del yo, el giro autobiográfico o cualquier otro eufemismo endilgable. Fascinados con sus vidas, prescindían “de toda preocupación por la imaginación, la fantasía, el imprevisto, la construcción de un tono o el uso extrañado del lenguaje”, de toda preocupación por la literatura. Eso, señalaba en 2015 Blatt, no es literatura. Porque la literatura no era ni son ellos mismos. La literatura no es un estado de Facebook, en aquel momento, o en cualquier otra red social, transpolable al papel y luego encuadernable, la literatura requiere un esfuerzo extra, la capacidad para contar historias, el conocimiento de los recursos técnicos de lo literario. “Ni siquiera exploran el género “diario”, en el que bien podrían hablar de ellos mismos y explayarse”, agregaba, como al pasar, quien varios años más tarde, en 2022, publicara sus propios diarios, Alguna vez pensé esto (Diarios 2012-2021). ¿Podemos exclamar, en este caso, arrebatados, sin culpa ni moral, sin temor, “¡qué vida la contradicción!”? ¿O, más bien, leer, en el último párrafo de aquel textito molotov, algunas pistas de lectura de estos diarios?
Amigos escritores de ustedes mismos: no se les pide tanto. Córranse apenas del centro de sus textos, cáiganse un poquito al costado, dejen que las palabras entren un poco en sus libros, descubran una, dos, tres frases interesantes. Inventen algo, aunque sea un detalle. Lo mejor de todo va a ser que aún haciendo esto, sus vidas espectaculares por las que no tenemos el más mínimo interés van a seguir estando ahí. Una cosa somos nosotros; otra, lo que escribimos.
En 2014, Mariano Blatt publicó Alguna vez pensé esto, la reunión de los diarios de sus últimos tres años. En 2022, Mariano Blatt publicó Alguna vez pensé esto, sus diarios de 2012-2021, volviendo a Calamaro: su década ganada (“Siento que estamos creciendo como poetas”, anotará un viernes de abril). Bien, es el mismo título. La extensión es otra. Y será otra en sus sucesivas ediciones, si continúa con la idea, al igual que en sus poemas eternos, de seguir trabajando en el archivo del texto y agrandarlo. Y, si prestamos oídos al diario, escucharemos entre las anotaciones el eco de un verso (y para Blatt esto es fundamental, la dimensión sónica del poema; leemos en una entrada: “El poema es sonido; el sonido es física: Educación Física”; más adelante, en otra entrada, considerará al lenguaje en tanto instrumento que aprendió a tocar). El diario, entonces, se puede leer como un poema extenso, con ciertos ritornelos: el porro y el md, los chicos, los amigos, los libros, los poemas, la edición, los colectivos, los paseos, las piscinas, las traducciones, los sueños. Las recurrencias secuencian las anotaciones, que suelen ser breves, por veces largas. ¿Tienen el tamaño de un tuit? Tienen el tamaño de un tuit, a veces. Las entradas suelen variar de tamaño y frecuencia, con largos vacíos o cierta linealidad. El diario de Blatt es el diario de un poeta, no el diario de un narrador. En la tercera entrada del diario, de cierta extensión, se pregunta qué es lo más sólido sobre lo que está sostenido. “La escritura, definitivamente”. Será, entonces, la escritura el sostén de la vida y, esto es evidente, de los diarios. Por eso, la escritura, la poesía, para Blatt, “no es un pasatiempo, es una obligación”. Y por eso, para Blatt, una lectura de poesía llenará Ferro, alguna vez.
La poesía, escribe Blatt, tiene sorpresa, hay o no hay poesía si hay o no hay sorpresa. Y esa sorpresa debe ser cercana a lo que el otro estaba esperando, un oxímoron: una sorpresa esperada. Porque es una “sorpresa pero con capacidad de reconocimiento”. Esa sorpresa –ese enrarecimiento, escribirá, un poco à la Viktor Borisovich Shklovsky– le permite al otro que algo nuevo se haga visible y, al mismo tiempo, lo pone a su alcance. Lo sorprendente, la sorpresa tiene que ver, para Blatt, con la felicidad. La poesía, siguiendo el razonamiento, permite también eso, acercarse a la felicidad. A lo largo del diario ensayará juegos de palabras, desplazamientos semánticos, calambures, copiará fragmentos ajenos, recordará conversaciones, reflexionará sobre la lengua. El diario es un espacio de experimentación, una sala de ensayo, es el registro de una experimentación constante. En Blatt, por otro lado, la lengua siempre está viva, es una lengua coloquial, afectuosa, encendida por el placer, los psicotrópicos, por el humor –¡el humor!, algo que brilla por su ausencia en la árida seriedad argentina–, por el amor. La poesía, escribirá, no es información. “¿Qué es la poesía? Eso que está ahí”, anotará un lunes 24 de junio de 2013. Y más adelante, el lunes 8 de julio, en esa misma línea: “La poesía es una cosa urgente: no pasa nunca, pero cuando pasa, pasa”. El poema, dirá, es como una alucinación. Todo esto, es claro, configura los lineamientos de una poética, que en alguna entrada contrapondrá a otra: “Una intuición: la poesía sesuda, intelectual, académica vs. la poesía del flash, del instante, del momento en que brillás, la de nosotros”. “Ser poeta es sentirte bien decido”, escribirá hacia el fin de 2019. No una bendición. Y sí una buena dicción, una biendicción, una diferencia, una intensidad.
El diario sirve también para dejar consignadas allí decisiones, valoraciones, pensamientos. Uniendo algunas afirmaciones presentes en ese archivo de Word que se va escribiendo a lo largo del tiempo podemos darle forma a cierta ética sostenida por Blatt. En alguna entrevista, dijo que empezó el diario en un momento en que no podía escribir poesía, no le salía, atravesaba un periodo bajón, de no poder poder. Como todo diario, o como muchos diarios, en ese esfuerzo por consignar lo que sucede entre dos luces, hay un halo nostálgico, melancólico, no porque todo pasado sea necesariamente mejor, sino porque en ese “futuro que ya conocemos”, el pasado, hay algo irrecuperable. En su caso, ser poeta. Y escribiendo, se sigue escribiendo, se vuelve a escribir.
17 de mayo, 2023
Alguna vez pensé esto (Diarios 2012-2021)
Mariano Blatt
Caballo negro, 2022
188 págs.