Mediados de los años ochenta en Estados Unidos. El actor de segunda categoría Ronald Reagan, devenido presidente, exhibe su rostro cinematográfico, su pelo engominado, su sonrisa edulcorada, al tiempo que imparte las políticas del free market que desguazan a la clase media estadounidense. Los libros de autoayuda descansan sobre la mesa de luz del norteamericano promedio y el boom del fitness invade los livings con la imagen bailarina y fibrosa de Jane Fonda, proyectada desde las videocaseteras y televisores.
Benna Carpenter, por su parte, la protagonista de Anagramas, la primera novela de Lorrie Moore (Glens Falls, Nueva York, 1957), dicta clases de aerobics para ancianos y se debate internamente respecto de cómo lidiar con la aparición de un bulto en su pecho. De cómo lidiar, a su vez, con las expectativas que tanto la sociedad como sí misma le imponen a su deseo y a su vida de mujer treintañera, sin hijos. Estos conflictos existenciales se enmarañan con la funcionalidad que se le asigna al cuerpo femenino. Su médico cirujano, sin más, le espeta: "El cuerpo de una mujer está tan ocupado preparándose para hacer bebés que cada año que pasa sin haber hecho uno es otro año de rechazo del que cada vez es más difícil recuperarse. Tarde o temprano, puede enloquecer por completo".
En rigor de verdad, habría que decir que una versión de Benna Carpenter dicta clases de aerobics y tiene un bulto en el pecho, ya que otras Bennas pululan por el libro, a través de otros tres relatos y de una nouvelle final: son, a fin de cuenta, las postulaciones anagramáticas que la ficción puede brindar. Profesora de una universidad municipal o cantante en bares nocturnos, en estas vidas paralelas ─de nuevo, anagramáticas─ ciertas piezas o letras permanecen: Gerard, por caso, su contrapartida varonil, que puede estar perdidamente enamorado de ella o ser, a la inversa, el causante de la rotura de su propio corazón; y Eleanore, la amiga imaginaria o real, fiel compañera o en conflicto por el amor de Gerard.
En la confrontación y en la convergencia de las historias se cristaliza también el humor irresistible de Moore, con los latiguillos irónicos de Eleanore y un aire de ligereza que oxigena todo el libro. Ligereza entendida, eso sí, como el recurso necesario para que la orfandad radical, fundamento de toda vida humana, no atosigue hasta la desesperación última a Benna. "El humor es también un cambio en el sentido del énfasis ─afirma Moore en una entrevista─. Se puede tomar una historia triste y convertirla en graciosa con un par de retoques. Más un poco de tiempo". Si se da por hecho que la comedia es el resultado de una operación sumatoria (Tragedia + Tiempo), el conflicto en Benna consiste en su incapacidad para distanciarse temporalmente de la penuria neurótica que la atraviesa en su(s) presente(s). Sólo en algunas conversaciones con amigos o amantes logra distenderse ─es decir, no tomarse tan en serio la insalvable gravedad de la existencia─ y olvidarse de que "eres arrojado al mundo, te dan algunas rimas para saltar la soga y de ahí en más debes arreglártelas solo. Nadie te dice nada. Nadie te enseña cómo hacer nada".
La participación de Moore en la undécima edición del FILBA, en septiembre de 2019, confirmó su momento de auge en la Argentina, con un teatro Cervantes repleto, ansioso por su palabra en directo. Por entonces Eterna Cadencia editaba ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?, su segunda novela ─inhallable─ de 1994, y A ver qué se puede hacer, su libro de ensayos y reseñas. Todos traducidos por Cecilia Pavón, cuya minuciosa curaduría se explicita, en Anagramas, en las notas al pie, explicativas de juegos fonéticos y semánticos que se pierden en la vertiente castellana.
El mundo de Moore configura vidas mínimas al borde de la desesperación, vidas casi invisibles para el resto de la sociedad, aunque ardientes, estrepitosas por dentro. La disconformidad crónica de muchas de ellas ─por ejemplo, claro, la de Benna─ es la que da forma al humor, a la acidez, incluso a la ternura. Benna puede estar descostillándose de risa en una conversación con Gerard, disfrutando de algo tan efímero e infrecuente como la conexión con otro ser humano. Pero, simultáneamente, necesita apuntar que su risa es muda, muda como el dolor.
En todos los relatos, el origen de Benna parece ser el mismo: una infancia carenciada en el interior de un trailer. Ella misma lo subraya de cuando en cuando, a veces en posición de víctima, a veces como un comentario hueco con el que clausura un parlamento. La ficción ─la imaginación, la creatividad─ no intentaría, entonces, eliminar los baches de la existencia, que surgen, inevitables, allí donde brota la vida; sino proponer recorridos diversos, paralelos, para alcanzar esa meta imaginaria y universal, "la única cosa que todo el mundo quiere en la vida: alguien que te tome de la mano cuando mueras".
28 de julio, 2021
Anagramas
Lorrie Moore
Traducción de Cecilia Pavón
Eterna Cadencia, 2020
272 págs.