Esta antología titulada Animalia poética contiene poemas de Rainer M. Rilke, Gertrud Kolmar y Paul Zech, y tiene la originalidad de mostrar los lugares de la poesía, en este caso escrita en alemán, en los que está presente el ser animal en tanto que tal o en su animalidad, despojado el término de la carga cultural que ha deseado atribuirle el ser humano para diferenciarse, en una búsqueda además por “contribuir a la sensibilización sobre la animalidad y la condición actual de esos seres que han perdido su reino” (Héctor A. Piccoli, seleccionador, traductor y prologuista de la antología).
Gertrud Kolmar (1894-1943) y Paul Zech (1881-1946) no son autores demasiado conocidos. Que Kolmar haya sido prima de Walter Benjamin y que haya muerto asesinada en el campo de concentración Auschwitz, a manos de los nazis, o que Zech haya escapado de esa Alemania del año ‘33 y terminado viviendo y muriendo en Argentina, no los hacen más cercanos. Sin embargo, cada uno a su manera supo llenar de peso y de asombro el dolor de la existencia. La alta cultura que creyó significar el nazismo en esos años no logró neutralizarles totalmente, y la otra cultura, también creída alta, la de la sofisticación y la pulcritud, que debió dormirse o guardarse un tiempo bajo el peso de las guerras, tampoco logró acallarles, ni por sus elegancias ni por sus dulzuras, la alta cultura, esa otra especie de incivilización, de racionalidad mecánica, alejada de lo animal, que plantea el hecho de no apasionarse por nada que en el fondo no sea berreta: el refinamiento prolongado y redundante produce una calidad falsa y maleable. Para Kolmar y para Zech, o se estaba del lado de los que eran maltratados, como se maltrataba a los animales, o del lado de los que maltrataban a esas “subpersonas” y a esos animales.
Dice Kolmar en su poema “De la oscuridad”: “De la oscuridad vengo yo/ Marchaba sola por oscuros callejones/ cuando de pronto se avalanzó una luz, despedazando con sus garras la blanca negrura,/ el leopardo a la cierva,/ y una puerta abierta del todo escupió una espantosa algarabía,/ un griterío salvaje/ un aullido animal”.
Pero el aullido animal de estos versos no debe confundir, sino complejizar el problema. Más adelante en el poema se puede ver que este aullido es el del poderoso, que no busca alimentarse para vivir, informe en su multitud, contra el doliente o el hundido, también numeroso e indeferenciado.
En Zech y en Kolmar se da la defensa del mundo animal, con su lógica, su psicología, su intuición, su lucha legítima por la supervivencia, y la acusación al mundo imperativo del hombre y su dominio.
En muchas de las Baladas de Zech que contiene esta antología, del libro Nuevas baladas de los animales salvajes, hay una alegoría, una denuncia del contexto social que se vivía. Pero en muchas otras lo que se intenta es describir los modos de existencia de esos animales, con una exactitud que pueda conmover la ceguera y la distancia que los hombres mantienen hacia ellos y la comprensión de su mundo. “La balada de los gatos”, por ejemplo, es capaz de hacer ver y sentir el mundo esotérico y hasta feérico de estos felinos, en que “desde cielos invisibles”, se capta “la fuerza con que está la tierra suspendida,/ por nuestro cuerpo gris y desgastado”. En “La balada de una salamandra de fuego” o en “La balada de un elefante espectral” hay presencias enigmáticas y violentas, como la de un “criado demente y con mutiladas piernas”, que es testigo del regreso de la salamandra a la fuente, o el elefante que, con su cráneo en las estrellas alojado, “te pisotea en lo desconocido”. Lo mismo sucede con el poema de Kolmar “Al enemigo de él”, perteneciente a su libro Sueños de animales, en el que un perro ya no de ánimo servil, y “tan grande como el mundo”, asentará su pata sobre el cerebro del humano. O en otro de la misma autora, “El día de la gran acusación”, en el que el burgo, la aldea, la quinta apartada, están llenas de figuras torturadas, de desgarros y deformaciones, que pueden ser nuestros cuerpos y nuestras miradas ante el hartazgo del yugo hasta el momento soportado por los animales y su necesidad de venganza o de justicia.
Rilke (1875-1926), anterior a Kolmar y a Zech, célebre y más conocido, los mira desde otro lugar, desde el oeste del lenguaje alemán, en su caso recibiendo las influencias del francés, no menos atento a la sensibilidad de los seres vivos. Los dos últimos tuvieron que sucumbir o escapar de la mano poderosa del regimiento, que necesitaba aplastarlos. Zech, al llegar a la Argentina, no tuvo interés en aprender rápido el idioma castellano. Quizás este apego haga que sus versos tengan la dureza propia de los elementos consonánticos del alemán. Del mismo modo y por otros motivos, los de Kolmar, cuyos ritmos o musicalidades tuvieron quizás más que ver con lo fantástico y alucinatorio o lo lúgubre y truculento que con la relación de oralidad y escritura.
Por haber existido en años anteriores, Rilke tuvo que vivir solo una de las dos grandes guerras europeas del siglo XX, aunque los dirigentes de esa parte del mundo han crecido, se han especializado, para alejarse hoy del lado sucio de la vida, como los dirigentes de cualquier otro lugar y de cualquier estamento reconocible ─dicho de paso, en un nivel muy bajo cada cual crea su regencia y es amado por lo que cree su entorno─, y con esto han conseguido la higiene corporal, la higiene de la cultura contrapuesta a su animalidad no despectiva. Han impuesto el microbio de la pulcritud frente a la basura que ellos mismos generaron. Una mesa en la que todos se vomitan. Los regentes obligan a los otros a pensar que solo hay disputas de tipo innecesario, que no hay algunas otras en las que entra en juego otro tipo de reivindicación, no caprichosa ni gratuita. Es hora de que la animalidad no despectiva nos enseñe códigos de desconducta. Captadores de sus percepciones siderales. Leer esta antología podría ser una descompensación, un rescate del estar aquí.
11 de agosto, 2021
Animalia poética en tres poetas de la lengua alemana
Rilke, Kolmar, Zech
Selección, traducción y prólogo de Héctor A. Piccoli. Prólogo de Regulo Rohland
Serapis, 2021
210 págs.