Cuando un reseñista se enfrenta a textos que sortean su creatividad o su dudoso talento, tiende a recostarse en una práctica de endeble eficacia: recurrir al diccionario, ese salvoconducto que brinda un soporte básico, un piso –bajo– desde el cual erigir su lectura. Para entrar en Apellido, el último poemario de Gabriel Cortiñas editado por Palabras amarillas, no seremos más –nunca podríamos serlo– que nuestros colegas. El apellido, de acuerdo con algunas sacras acepciones de la Real Academia, implicó en ciertos momentos históricos una seña, un grito a los soldados para armarse; el apellido configuraría, así, el llamamiento a la guerra por antonomasia. Algo de eso, tal vez, se vislumbre en la escritura cercenada de Cortiñas.
Aunque la RAE sea, en verdad, uno de los objetivos a destruir, a desmotivar, en un poemario que hace del puro avance de la lengua (un avance no lineal, aunque violento) una falange belicosa contra cualquier establecimiento normativo o aburguesado del significado: “con lanzarme sin tener idea de lo que estoy haciendo el ritmo del verso largo es también un ruido animal lo que es igual se convierte en algo sólo aproximadamente igual las correspondencias se corresponden sólo aproximadamente a veces sé que tiene completo sentido y empiezo”. Sentido “completo” que es, en rigor, parcial y limitado, puesto que las breves construcciones sintagmáticas lógicas de inmediato se escinden para darle inicio a otro sintagma que será, a su vez, amputado. Versos amputados que, como un ritornelo, regresan luego al poema, pero inevitablemente transformados, resemantizados.
Guerra contra la Real Academia, decíamos, en un fraseo que desconoce puntuación de todo tipo y que se propone, aunque no explícita ni programáticamente, “reventar el castellano”. Guerra contra el discurso vacío, pero ponzoñoso, del periodismo televisivo y ensobrado: “estaríamos teniendo problemas de comunicación con el distrito más próximo (...) estaríamos llegando a la bóveda de Lázaro y Anda estaríamos sumergiendo un cráneo aún con vida en un balde de plástico rojo manchado todo de tinta estaríamos usando de más el condicional abriendo ahora la bóveda con las manos de Nerón”. Guerra contra la experiencia estandarizada y deshumanizante que diseña todo Museo, todo museo de “Bellas Partes”, en la que las mismas tienen “derecho a propiedad manténgase a distancia de las obras no eleve el tono no tome fotografías fuera del cuadro el desafío no es destruir el ismo sino dejar de reproducir los cuadros importantes”.
Como sostiene Violeta Kesselman, Cortiñas se empeña en la descomposición formal y semántica de determinados discursos políticos que “no quieren ser entendidos, que necesitan desorganizar antes que significar”. Es que en esa desorganización, en esa descomposición del lenguaje, en esa prosa que no acata parates ni respiros, de sintagmas cercenados y restituidos, se cifra el llamado último a la guerra: el apellido que hace delirar, de furia, de asco, la ininteligible violencia de la lengua.
20 de septiembre, 2023
Apellido
Gabriel Cortiñas
Palabras amarillas, 2023
84 págs.