La idea de ilación palpita en este libro no solo como aspiración sino también como esperanza y como ética. Bien diferenciadas entre sí, sus cuatro secciones (movimientos, tal vez) constituyen un agrupamiento sin borramiento conceptual ni fusión emotiva, por el cual estas se mantienen lo suficientemente conectadas y lo necesariamente equidistantes como para configurar un prisma.
La impersonalidad lírica de la primera parte (“Aquella ilación casi perfecta”) pone en juego la gravitación ordenadora del verso. Entre la precisión absoluta y la belleza sabia, los poemas conforman un abanico de vitalidades concretas que se fugan en la universalidad, atravesándola. “No el órgano, el nacer./ No el poema, el trovar./ No la noche ni el día/ sino el camino hacia el alba”, nos dice “Le mot juste”. Con ello se produce una disolución de sujetos y objetos en pro de un pulular de verbos, trayectos, energías. Las voces se preguntan y se responden, incorpóreas, despojadas de pasado, por más que emerjan de puntos remisibles, y en ellas oímos: “le haré la luz// como me pide// :// sedosa y áurea// le haré la luz/ sin estridencias// como un regreso”. El poema, entonces, como partícula estallada que ojo y oído deben restituir a una nueva cadena para sacar provecho de su encapsulada ciencia, se transforma en presencia seminal, requiere de esa ilación para dar y darse vida.
En “Teatro de sombras (pictogramas)”, la faceta plástica de la autora se reúne con un gesto epigramático en el que dibujo y texto se responden. Las figuras entablan un diálogo dramático con las letras. Ante líneas indescifrables, el poema canta “un animal que aúlla/ una guirnalda// somos eso// ese lobo que brama/ esas flores”, y el dibujo nace y desde su figuración responde, incitando la relectura, el loop. Más adelante, una hilera humana haciendo de cara al sol despierta los versos: “alguien cuenta una historia/ alguien la toma y la pasa/ alguien la toma y la borda/ alguien la viste/ alguien la lava// la tiende al sol// se seca”, y la reacción es la contraria, aunque con idéntico efecto.
De tono más cotidianista, “El alud” presenta conversaciones donde lo absurdo no resulta un agente externo del día a día sino un elemento esencial obtenido por el despojo gramatical. Como los chismes y las confesiones de La tierra baldía, estos jirones de humanidad se abalanzan unos contra otros en cruces que, más que un sentido, demandan un encuentro. El roce que brinda la certeza de haber hallado calor al otro lado de las palabras: “Pero está anocheciendo./ Siempre es así cuando toca. Siempre anochece./ Ya veo./ ¿Qué vas a ver, coño? ¡si no se ven ni las manos!/ Mejor prendo./ No, no, dejalo así. Más calmo”, y es el aliento colectivo, tejido soplo por soplo, el que representa la luz al final del túnel.
Las prosas de “Murmullos/ Extravíos” asientan la lírica en un punto de emisión ensoñado. A diferencia de la primera parte del libro, Esta sección ofrece el recorrido dentro de una misma sensibilidad que, aún siendo difícil de situar, importa una constelación de experiencias impregnadas en ella, “escrita por lo que fue, por lo que no recuerda”. Más cercana o más lejana de la biografía, la voz no apuesta a dar cuenta, sino a proyectarse, tanto hacia adelante como hacia atrás: “Y ella, ¿de qué lado del sueño me esperaba, engalanada así, nocturna, blanca, en su féretro nupcial?”.
Por tanto, es a causa de esta última mirada que los vasos comunicantes se vuelven claros y el carácter fragmentario del libro alcanza un equilibrio gravitatorio donde las remisiones de una punta a otra son posibles, concretas e imperiosas, entregándonos un objeto bañado por la gracia de los enjambres.
1 de agosto, 2024
Aquella ilación casi perfecta
Mercedes Roffé
Bajo la luna, 2024
88 págs.