En el Delta, una bandada de zorzales de panza rojiza se posa sobre ramas verdes, pían, parecen comentar algo entre ellos, y retoman vuelo; nubes graves se agitan rápido, en direcciones diferentes, y proyectan sobre una callecita de pinos un movimiento grisáceo y caleidoscópico; una garza avanza en cámara lenta, introduce con cautela sus patas en la ribera, dejando que el agua fluya entre sus dedos amarillentos; y el arroyo, que sube, baja, cambia de dirección, y le ofrece a Gabi ─la protagonista de la “novela” de Susana Pampín (San Antonio de Padua, 1964)─, un medio para despertar (a) su cuerpo, y apagar con él los ruidos de la ciudad, de sus trámites, de sus convenciones.
A lo largo de 14 años, Gabi vuelve a distintas islas del Delta en busca de una experiencia tanto física como metafísica: “Tengo que coincidir con mi cuerpo”, escribe en “Los quistes psíquicos”, el primero de los textos. En sus primeras dos partes Arroyo se compone de textos en formato de diario, en el que la protagonista registra una gama (poéticamente) heterogénea de percepciones: contempla, mira, escucha, huele, descubre, celebra, intenta reconocer y nombrar algún pájaro. Se extasía, también, con imágenes bellas: una garza bruja camuflada entre los contraluces de las hojas de un árbol; el enmudecimiento general y momentáneo que produce la aparición platinada de la luna; una florcita amarilla que se abre y se abre hasta darse vuelta del todo: pequeños prodigios, en fin, que ofrece la vida cotidiana en la naturaleza.
En distintas estadías a lo largo de los años Gabi vuelve al Delta con su pareja, con familiares, con amigas, y frente al interrumpido ─al interminable─ circular del agua, es testigo tanto del cambio y de las mutaciones como de aquellas cosas que, en su deterioro, en su término, se llevan una parte nuestra. En “El sueño más triste del mundo”, por ejemplo, la protagonista llega a Arroyo Banco para cursar el duelo por la muerte de su madre. En una pesadilla ve a su progenitora alejarse en un bote pequeño, mar adentro, y es el agua ─onírica en este caso─, quien se la lleva. “No quiero que nada se interponga entre el dolor de la pérdida y yo. Quiero dolerlo todo, a ese dolor; que el cuerpo lo reciba y ya”. En el duelo se manifiesta, a su modo, ese deseo que la atraviesa por completo: cómo prescindir de mediaciones, cómo hacer de la experiencia un acontecimiento “puro”; cómo hacer de su estado, en suma, un estado natural. Es que la naturaleza ─asegura─ no tiene segundas intenciones. “Me pasé tanto tiempo dando cosas por sabidas. Ahora el río corre allá afuera y yo sé menos que las hojas de sauce que se dejan llevar por la corriente, y no necesitan saber qué es un sauce y qué una corriente, para ser”.
Gabi escucha música: Rosario Bléfari, Spinetta, Chet Baker, y lee; lee o recuerda a autores de una tradición en la que ella misma desea entroncarse: Thoreau, Juan L. Ortiz, Hebe Uhgart, Diana Bellessi. Lee, claro, a Haroldo Conti, y piensa, sobre Sudeste,aquello que espeja su propia travesía: “Qué viaje sensorial”.
En la segunda parte de la novela afloran en el registro del diario algunos momentos narrativos pero, sobre todo, afluye una vertiente ficcional (que ganará el final del libro) en la que Gabi escribe sobre Sandra, dueña de la casa que alquiló en 2014. Y a la experiencia del cuerpo biológico, cara a la primera parte de Arroyo, se le suma ahora la atención y el interés sobre el cuerpo del texto. “Seguir la historia de Sandra (...). Es difícil ordenar, el texto se abrió en muchos afluentes y sin otro criterio más que el deseo o el impulso de doblar para ahí. Formato Delta. La historia va hacia algún lado, se abre, arma algún sentido aislado y sigue su ruta”, dice.
Si el Delta de Pampín no es enteramente un locus amoenus se debe menos a la invasión de insectos, a la escasez de víveres, al frío, a los cortes de luz, a la subida del río, que a una tenue inestabilidad de Gabi, que por momentos percibe el vínculo entre el afuera y su estado interior. Cuando estábamos juntas, enamoradas, piensa la protagonista en referencia a su pareja, nos sentábamos en el muelle y el río venía hacia nosotras, nos acariciaba las piernas; ahora que estamos peleadas, las aguas se alejan, se distancian, nos distancian. En este tono, entonces, Arroyo discurre por un cauce cuyas orillas contrapuestas desearía articular, congeniar armoniosamente: la del cuerpo textual con el natural; mientras que su escritura ─tan descriptiva como íntima─ se empeña en fluir, incansable, por la corriente fluctuante de la vida.
6 de octubre, 2021
Arroyo
Susana Pampín
Marciana, 2021
246 págs.