En el actual contexto argentino, uno de los espacios materiales y simbólicos por excelencia que los diversos feminismos han sabido desenterrar del sentido común ha sido el cuerpo; campo de batalla sobre el cual se libra, tal vez, la significación última de la independencia de la mujer y de las disidencias de género. Las ciencias políticas, la filosofía, la antropología, entre otras disciplinas, han sabido abordar la discusión construyendo sus objetos de estudio definidos, con intereses y preocupaciones ─digámoslo así─ explícitos. La literatura, en cambio, puede arrogarse los atributos de ambigüedad e indeterminación, esas espinas insidiosas clavadas en el corazón de las certezas y las apologías. Si, como sostuvo Patricio Zunini respecto de la obra de Fogwill, la literatura es la continuación de la guerra por otros medios,Asco, de Carolina Perrot (Buenos Aires, 1975), ingresa como opera prima al campo literario sin concesiones, como una bomba arrojada a ciegas en un territorio que puede ser tanto propio como ajeno.
Lejos de interesarse por una literatura doctrinaria o linealmente feminista, Perrot se preocupa por exhumar, de una conversación dormida en la legitimidad de la Ley y de las prácticas médicas, los cuerpos ─sobre todo los enfermos─ y los modos en que los dispositivos sociales, y en particular el hospitalario, disponen de ellos.
La narración está anclada en Laura Díaz, médica y directora de un hospital privado de Capital Federal. Todo en Asco está en movimiento: desde los fluidos corporales de los personajes hasta la escena que abre la novela: la doctora ingresa en la frialdad del hospital y los requerimientos no se hacen esperar; primero el hombre de seguridad, luego su secretaria que, antes de que Laura ingrese a la oficina, le espeta: "Tenemos un lío. Llegó un coche fúnebre de Chaco, o de Formosa, no sé, por ahí. Dicen que vienen a buscar el cuerpo de un bebé. Pero no lo encontramos". El conflicto girará en torno a este tan polémico cuerpo que ─para usar algo forzadamente el término que connota uno de los dolores más profundos de nuestra historia─ está desaparecido.
El ritmo vertiginoso de la trama se apoya en la elección de narrar en tiempo presente (que algunas corrientes orientales, paradójicamente, consideran que es el tiempo del cuerpo); el vértigo que sufre Laura, por su parte, proviene de múltiples campos, en principio, de su percepción olfativa. El olfato es, prácticamente, su modo de percibir la experiencia, por lo que las imágenes olfativas alcanzan la jerarquía de las visuales, y aquí el problema se vuelve estructural: no solo los olores que emanan los cuerpos sino los que produce la ciudad en sí misma, con su lógica de producción de alimentos y fármacos, son, constitutivamente, nauseabundos y fétidos.
Múltiples, decía, las razones del vértigo en Laura; es que no sólo su profesión y su trabajo en el hospital, su relación marital tambalea también en el frenesí de la cotidianidad; a mitad de la novela, el movimiento cobra la forma de un viaje hacia el norte, motivado por el conflicto central. En este punto, el texto huele a una road movie en el que Corrientes, con algunos valores guaraníes, ofrece ciertas alternativas (que no respuestas): respecto, por caso, de cómo entender el espectáculo de la muerte y los cuerpos; y cierta libertad (y ciertos olores amenos, oxigenantes) en relación con las obligaciones de Laura, con el papel que, se supone, una mujer heterosexual de clase media acomodada, urbana, debería interpretar.
La elaborada edición de Alto Pogo cierra cada capítulo con la imagen de la tradicional enfermera pidiendo silencio, el dedo índice, vertical, sobre los labios cerrados. La fotografía condensa todo aquello que el discurso oficial de la medicina esconde, censura, calla o, sencillamente, deja de lado. Si la Ley, como afirma el narrador, anula "la posibilidad de zonas grises en todo aquello que tiene que ver con el cuerpo humano", Asco se propone como el reverso exacto de esa proposición; de hablar de los cuerpos que hieden, sufren, duelen. De los cuerpos amputados, y de sus restos. De las emociones que brotan con y desde el cuerpo. Así como también de los negociados que se perpetran con la experimentación de las distintas muestras de laboratorio, etc.
Pero, ante todo, Perrot se interesa por hablar del dolor ─no de forma literal, ni fatalista─; del dolor de los cuerpos (enfermos o no) que puede expresarse por vía del relato. La doctora Díaz entiende que debe dejar hablar poco al paciente, lo necesario para captar de su discurso los síntomas suficientes. "Sabe que, si deja hablar, aparece el dolor, el miedo, la histeria, la desesperación". Asco podría entenderse, así, como la vertiginosa narración que habilita el espacio para indagar una de las potencialidades políticas por excelencia: la de entrever cuánto puede (y dice) un cuerpo.
28 de octubre, 2020
Asco
Carolina Perrot
Alto Pogo, 2020
160 págs.