En línea con la genealogía de autobiografías que se construyen a partir de la escritura de terceros, pero también en la tradición misma que supone cualquier escritura biográfica –sabemos que a partir de Paul de Man toda autobiografía es prosopopeya de voz y nombre–, Autobiografía de mi padre se presenta como un extraño artefacto, cercano a otro texto, anterior, más celebre: Autobiografía de Alice B. Toklas de Gertrude Stein de 1933. Quien lea este libro publicado originalmente en 1987 lo transitará con la débil certeza de que se trata de un material producido a partir de una ¿escucha atenta? ¿transcripción? En todo caso, este sutil ejercicio de disposición del oído mantiene al propio hijo escribiente atento en un rincón sombroso.
El texto se nos revela hablado como por un fantasma y bajo un tenue juego de espejos. Desde el inicio, el autor declara: “La palabra de mi padre muerto reclamaba hablar a través de mí como no había hablado nunca, más allá de nuestras dos fuerzas reunidas. Su palabra me negaba, me pedía ayuda para consagrarse a ella misma, y eso era lo que yo quería (...) Aquella voz se me había metido en la cabeza, casi se podría decir que era la única que tenía. Era la voz más espontánea en mí”. Lo que el libro recupera, por lo tanto, es la propia trayectoria vital de Simcha Apashevski u Opashevsky, quien, sabremos luego, por motivos ligados al antisemitismo en el tiempo que le tocó vivir, mudará su apellido a Pachet. En el transcurso de estas páginas, la voz despeja el terreno para organizar su larga autobiografía: el dolor de la pérdida de su madre a los cinco años, su relación con la cultura y la religión judía, su infancia en Odesa, Rusia y su ambigüedad frente a la Revolución, la inscripción en la carrera de química en Nancy y su residencia en Burdeos. Uno de los pasajes claves se encuentra en el momento en que ve la lenta disolución de un destino promisorio: rechaza una oportunidad laboral en Nueva York únicamente para no ofender a su propio padre.
La complejidad del vínculo entre ambos también aparece signada en breves aunque contundentes atisbos: “...echo de menos su afecto, el que sentía por mí y el que no sentía, y el que yo me reprochaba no sentir hacia él...” En varios pasajes, la voz del narrador reflexiona, además, respecto de la búsqueda de una patria judía, asociada, sin dudas, al proceso de la fundación del Estado de Israel. Sin embargo, son los tramos introspectivos sobre la propia vida –teñidos de amargura– los que demuestran inteligencia y perspicacia e hilvanan el rastro de una existencia que se perfila, de a poco, atravesada por la desdicha: “Una vez más no elegí la vida que he vivido, y sólo me esfuerzo por comprender la concatenación de los hechos”. Esas reflexiones nos devuelven al discurso de tono confesional de aquel padre que le habla a un hijo que transcribe.
A lo largo de estancias intermitentes por distintos países del continente europeo ve el nacimiento de la psiquiatría y sus clasificaciones, la popularización de lo que considera el “freudismo vulgarizado” en Francia, experimenta el creciente poderío que concentra el movimiento nazi y el temor al percibir la llegada inminente de Hitler al poder. El libro hace sin dudas un corte notorio con la llegada de la guerra y advierte: “...a partir de 1940 cualquiera rasgo de individualidad que pudiera tener mi destino quedó momentáneamente relegado a un segundo plano”. Con una vida en París relativamente estable y con una profesión que ejercitará a desgano –la de dentista– ve venir la frivolidad y la xenofobia, el fin de la discusiones políticas en cafés y la llegada del silencio obligatorio. Cuando la capital francesa es ocupada, como Viena, Varsovia o Praga y se vuelve un sitio hostil, decide enviar sus libros de Zweig o Tostói a amigos y conocidos para que los escondan, también elige guardar silencio y se marcha al campo con la familia.
En breves trazos, como sutiles pinceladas, emerge el retrato esquivo del propio hijo escribiente, Pierre Pachet, señalado como un niño tímido y escurridizo en el mapa familiar. Algunos de los momentos más impresionantes y sin duda más originales, finalmente, son los que revelan el deterioro físico del narrador: hay una anécdota en la que refiere aquel momento en que, al subir al auto con su familia para hacer un paseo, se le presenta una anomalía inesperada en la vista que avanzará paulatinamente con consecuencias irreversibles. Vendrá, también, la perdida de la memoria y la de la escritura. La torpeza de un cuerpo que degenera. Hacia el final, aquella voz será ubicada en un lecho de muerte y lo asaltarán reflexiones sobre la próxima partida, el sufrimiento, el abandono de las últimas fuerzas, una escritura que adelgaza a medida es dictada: “Yo, privado de todo medio de escritura, estoy condenado a perder sin cesar un hilo cada vez más fino”. Profunda y notable crónica de la primera mitad del siglo XX, testimonio vital, humilde y terrible, recogido por el amor de un hijo, Autobiografía de mi padre es un singular ejercicio biográfico de la intimidad, un autorretrato oblicuo cuyo hilván de memorias es, sin duda, la posibilidad de descifrar, en la literatura, por centelleos, el sentido de un padre.
2 de agosto, 2023
Autobiografía de mi padre
Pierre Pachet
Traducción de
Periférica, 2022
168 págs.